Pies forzados, quinta entrega
Reiteramos nuestros agradecimientos a todxs quienes respondieron a esta convocatoria de escritura. Durante las últimas semanas, hemos estado publicando los textos que hemos recibido. Aquí pueden conocer las entregas anteriores:
Cúspide (Arturo Farías)
El gringo había llegado a nuestra tierra en 1894 con 18 años ¿por qué y cómo vino a dar a este último rincón del mundo? Él, como todo profeta, tenía una misión divina: la de recuperar las almas de los elegidos, de los habitantes de la “Cúspide del Mundo”, como él llamaba a Magallanes. Más de alguna vez vi esos mapas en que el Cabo de Hornos estaba en el centro y en la parte más alta del planeta, sólo con algunos toques en el mapamundi actual -tan alejado no estaba el profeta de la realidad, pues ahora sabemos que el mapa es una convención y bien puede ir lo de “abajo” arriba y viceversa.
Su seducción era irresistible y cada vez más y más personas se congregaban en la “Primigenia Luz”, como le comenzaron a llamar al faro Era notable el cambio, los magallánicos siempre cabizbajos y ariscos, ahora caminaban erguidos, orgullosos y altaneros; en cuestión de años la inhóspita tierra en que crecí se transformó en la sagrada cúspide de la creación y el devastado faro que conocía se transformó en el centro divino de reunión de cientos de elegidos.
El profeta gringo lo había logrado. Pero el mensaje divino era exigente y estricto, no le bastaba, debía llegar a todo el mundo. Y todos los fieles así lo creían. Un día de verano; en que la noche no dura más de cinco horas fue elegido para iluminar toda la creación. Cientos, miles se reunieron en el faro desde donde comenzaron las primeras llamas. El gringo fue el primero e inmolarse, “su luz nos cegaba” me contó uno de los pocos testigos que sobrevivieron.
Sueño y realidad (Cristián Segura)
Una noche, preocupado por sus problemas, el leñador yacía despierto en su cama.
-Que será de nosotros -le preguntó a su mujer-. No tenemos para ti ni para mí: ¿cómo vamos a darle de comer a los niños?
-Hay una solución -respondió la madrastra-: mañana temprano…
Y en ese minuto, viendo que ya no podía escapar de su realidad a través de su sueño recurrente, Jorge despertó. Esta vez sintió que su vida paralela como leñador en una cabaña en el sur, feliz por estar viviendo en contacto con la naturaleza, ya no iba a servir más.
¿Cómo pasó esto? -se preguntaba. En qué momento su otro yo empezó a experimentar los problemas de una vida aún más compleja que la suya propia. Quizás su subconsciente le está dando una señal. Ver algo más que su propia angustia, reflejada en la cara de personajes inventados, le permita cambiar su vida de dirección. Viéndolo así, no es tan terrible su trabajo de oficinista para una multinacional. Al menos tiene para subsistir y hacerse estos cuestionamientos desde la comodidad de su departamento.
Sin embargo, le pareció que esta conclusión era insuficiente y, buscando otras explicaciones, recordó el rostro de aquella mujer. La conoció cuando caminaba volviendo del trabajo. Es cierto, se había caído y él la ayudó a levantarse mientras el resto de la gente, con la indiferencia propia de un capitalino, no hizo nada más que mirar -otra razón más para irse a vivir al sur, pensaba Jorge. Se había ganado su cariño y una invitación a tomar café, tan solo debía llamarla.
Eso debe ser, ya no debe ser el leñador feliz, debe eliminar ese escape y volver a ser Jorge, el oficinista, llamar a la mujer y, quizás, nazca una nueva realidad.
Accidente (Ícaro Núñez)
A ti, que te fuiste hace mucho.
-¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?
Podrías contarme, susurrando, todas esas veces que preferiste hacerte daño antes de tener frío.
O podrías asustarme con la historia de mi muerte. Cuéntame que era mi graduación, que el vestido me quedaba como quedan las cosas cuando las deseamos sin envidia, que los ojos eran vidrio roto y las voces estaban repartidas por pedacitos en el piso de cerámica.
Dime que nos fuimos, que me subí al auto entre zapatitos blancos y ríos con piedras, mientras no sonaba esa melodía gastada de acordeón viejo.
Oye, no llores. No solloces así, no tengas espasmos mientras te pasas las uñas por la cara rajándote las piel de pena, no te ahogues, que no te ahogues con tu asfixia de huesos sin quebrar. Cuéntame lo que soñaste mientras conducías.
Que te hundías en el agua, que las piedras caían y te hundías más profundo, y las piedras eran velas de cumpleaños, eran puertas rojas, eran piel seca chamuscada de diario, eran pájaros que buscaban sus plumas, pero esto no importaba porque nunca más te cortarías el pelo, estabas decidido, tú nunca más te cortarías el pelo, nunca más me cortaré el pelo, pelo bastardo, canoso sin canas, yo nunca más me cortaré el pelo, y así, gritando, te diste cuenta de que no salían burbujas de tu boca.
Ahora miénteme. Dime que alcanzaste a frenar, que chocaron las risas nerviosas, que se quebró en siete partes la espina dorsal de la noche con la desaparición de la primera estrella y que nadie sobrevivió sin ver la luz del sol.
Ambos sabemos que no fue así, pero prefiero quedarme un ratito más con tu mirada tierna y desesperada de agua salada, esa que corre a ríos, a mares y a penas duras.
Sin título (Alejandra Almeyda)
¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo? Se preguntó Clara, una mujer solitaria y fría como el hielo. Nunca antes le importó nadie. Pero esa noche y sin que ella pudiera tener el control, aquella mirada traspasó cada fibra sin estrenar de su ser. Se acercó a él cuidadosamente, se miraron por largo rato hasta que Clara no pudo evitar el deseo inmenso de abrazarlo.
Desde ese día Clara aprendió lo que es amar. Cuatro patas, una cola movediza y unos bigotes disparejos le enseñaron que podía amar y ser amada. De eso ya han pasado 8 años. Los mejores años de Clara y Gautam. Ninguno de los dos nunca más sintió miedo alguno.
Nocturno (Beatriz Díaz)
Fuera llueve.
Los graznidos no cesan y en bandadas se estrellan contra mi ventana.
Dentro, el fuego reclama tus párpados rasgados, tu sombra inexistente y los espectros danzan eufóricos a mi alrededor: La Muerte me está acechando…
¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo? -me pregunta-. No hay forma de evitarlo -le digo-. Fuera llueve y los cuervos graznan: la profecía se ha cumplido. Ya no hay espacio para artificios. Solo somos tú y yo.
Hoy,
el tiempo desangra la fábula del sueño y mi boca desgarra las carnes de aquellos cuerpos que habitan mi memoria, porque, ¿sabes?, no recuerdo sus voces, sus aromas o sentires.
¿Por qué? -me pregunta-. Porque la Ilusionista que antiguamente detuvo mi paso, ha desaparecido y con ella los rostros, los sonidos, las pausas, el parque y los cuerpos tendidos a la orilla del río.
A veces me parece escuchar su voz y que resplandece a lo lejos como aquellos ruidos incaicos que alguna vez constituyeron mi esencia.
Recuerdo sus delicados movimientos, su sonrisa y la enferma necesidad de aplaudir sus actos de ilusionismo.
Ahora entre delirio y delirio la diviso a lo lejos…
-¡Aquí estoy!- le grito, pero el ruido de la tormenta hace que no me escuche.
Agito mis brazos, pero la neblina impide que me vea…
La miro esperanzado, pero los rayos me han quemado los párpados.
Las primeras noches siempre han de ser las más difíciles, amigo mío, ¿puedo hacer algo para que no tengas miedo? Pausa. El viento azota mi ventana violentamente. Despierto sobresaltada. Contemplo mi reflejo en el vidrio, pero no me reconozco. El viento azota mi ventana violentamente, La Muerte yace fuera. Yo dentro. Los espectros me observan, se acercan, me acechan. El fuego se ha extinguido. La profecía se ha cumplido: me he perdido completamente.
Sin título (Guillermo Gálvez)
¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?
Solo cobíjame entre tus brazos tibios, no quiero sentir el frio del invierno solo abrázame como si el calor de tu cuerpo me devolviese a tu vientre, así no habrá noche oscura ni fuego ardiente que pueda darme miedo… mañana seguiremos juntos y cruzaremos pueblos, océanos y lo que sea necesario para seguir en el trayecto a pesar de todo lo que nos traiga la vida, aunque abunden los miedos solo serás tú quien me lleve lejos. Aprenderé contigo a disfrutar del sol de los días para que su fuego se quede en mi piel.
Avanzaremos y los miedos irán perdiendo su fuerza mientras más me cobijes….
Cita en cuarentena (Octavio Martínez)
Javier y Lo se juntaban a veces. En algunas oportunidades en persona, pero la mayoría de las veces por whatsapp. No eran de esos que se dan los buenos días por la mañana ni se preguntaban qué habían almorzado. Les gustaba pelar, pero siempre con estilo. “¿Sabes lo que me regaló el otro día?”, preguntaba Lo, y Javier elaboraba distintas opciones en torno a los cortejos de algún pretendiente. “¿Un perfume con esencia del Himalaya?”, conjeturaba Javier por poner un ejemplo.
Esa noche Lo llama a Javier, algo poco usual, su voz se nota quebrada. Le pregunta si está muy ocupado. Javier está en el computador con varias pestañas abiertas: el correo, una página de venta online, pornografía y un blog de música. Sin embargo deja todo lo que está haciendo y pone atención a Lo, quien inesperadamente le pide que la visite. Su voz cercana a la angustia hace que Javier olvidé la cuarentena y salga en dirección al departamento de Lo.
Al abrir la puerta Lo rompe en llanto y le cuenta brevemente la historia: conoció a un tipo por Tinder, concertaron una cita virtual, el hombre se mostró entretenido, amable y chistoso. Se sucedieron, entre risas, recomendaciones musicales y copas de vino que chocaron a través de la pantalla. Después de varias copas el tipo comenzó a usar lenguaje sexual y relató experiencias poco usuales que desconcertaron a Lo. Poco después comenzó a desnudarse y pedirle que hiciera lo mismo, Lo solo mantuvo una risa nerviosa, pero el tipo comenzó a masturbarse mientras le decía que se desnudara, de lo contrario usaría todos los datos que había hackeado de su notebook. Lo cerró la pantalla con una mezcla de asco y miedo.
“¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?”, preguntó Javier.
Dramas (Harrison Urbina)
¿Qué hago contigo esta noche
para que no tengas miedo?
de que me pueda lastimar
más allá del dolor que has hecho,
porque tu indiferencia y tus palabras
caen como flechas
sobre mi pecho
y ya nada me podría dañar,
porque la vida no es vida
cuando se pierde toda voluntad.
Dime, amada mía;
¿qué hago contigo?
para que jamás te vuelvas a preocupar
porque nunca lo hiciste
hasta que hablé de volar.
Suéltame, como yo lo he hecho.
somos daño, somos caos,
nuestros destinos no están hechos
para jurarnos amor.
Caos (Harrison Urbina)
¿Qué hago contigo esta noche
para que no tengas miedo?
porque mi corazón se aleja
sin oír tus quejas, sin mirar tus lágrimas.
Despavorida ante mis decisiones
echas con tu voz quebrada maldiciones.
Porque ya no aguanto,
porque no eres sólo tú.
porque haces daño,
más del que te haré
al partir.
Sin título (Ignacia Godoy)
“¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?”, le preguntó el hombre, mientras rajaba sus calzones, le presionaba las costillas, tapaba su boca, le amarraba las manos y secaba las lágrimas que le caían involuntariamente sobre sus mejillas.