Pies forzados, primeros relatos

En el contexto del día del libro, invitamos a nuestros lectores a responder con historias a una serie de pies forzados literarios. Agradecemos la acogida que ha tenido esta incitación al juego y a la creación escrita (especial resonancia tuvieron los versos de Gabriela Mistral ¿Qué hago contigo esta noche / para que no tengas miedo?). A continuación, compartimos algunos de los relatos que hemos recibido. En entregas próximas publicaremos las demás narraciones y poemas que nos han hecho llegar.


Nunca le ladró a un estudiante. Nunca les gruñó. Nunca mostró los dientes a los jóvenes que protestaban. Pero apenas se acercaba un carabinero, se paraba firme en sus cuatro patas, preparado para atacar y defender.

"El Negro tenía su historia”, Michel Bonnefoy


El Blacky (Pablo Quinteros)

Estábamos tomando once cuando lo vimos. Yo fui el primero en reconocerlo. Después de todo era mi perro y lo extrañaba. Mi papá no dijo nada. Él lo odiaba, nunca le gustaron los animales. Varias veces había amenazado con deshacerse de Blacky si volvía a hacer un hoyo en el jardín. Una noche cumplió su amenaza: desde la ventana de mi pieza que daba a la calle lo vi subirlo al auto, partir y volver al rato sin él. Ni siquiera me dejó despedirme. Esa noche lloré en silencio. El Blacky era mi mejor amigo. Lo había recogido hacía un año. Me acompañaba al colegio y cuando iba a jugar con mis amigos a la plaza. Me da pena decirlo, pero esa noche sentí odio inmenso por mi papá, aunque luego se me pasó, porque después de todo, es mi papá. Y ahora ahí estaba el Blacky, convertido en héroe nacional, mártir de la justicia social, venerado hasta en Nueva York. Mi papá no dijo nada. Y fue mejor: me habría vuelto ese odio que guardamos como a esos cachureos que nos negamos a botar, porque aunque sabemos que son inútiles, creemos que algún día los podremos usar.

Cuando llegamos a Magallanes, en 1894, yo tenía 18 años de edad. ¿Por qué y cómo vine a dar a este último rincón del mundo?

Pikinini”, José Miguel Varas

 
Viaje en bus por la Patagonia (Catalina Moya)

Impregnando el aire, 
olor a cazuela, obreros patagones, curtidos todos.
Nadie sabe que circulan las yermas curvas de Esquel.
Huelen a minerales, vino tinto, cerveza; la amabilidad y la risa cubren el espanto
de la noche indómita.

Del olor a cuerpo dormido, del calor abrasador de Osorno envuelto en frazadas gastadas
que tiemblan sobre las turbulencias de la tierra. 
Obreros, padres,  amantes, bebedores de gracia y religiones, de futbol y televisores.
El bus los lleva por caminos colgantes donde nadie ve cuerpos, ni cuentan historias.
Sólo las aves reinan, y los silenciosos bosques transitan entre lagunas.

Ríen con firmeza, madrugadora y sacrificada, esa palabra que aterra a los intelectuales.
Muchos llorarán sus muertes, pocos pagarán sus tumbas, ni la mía que grito en el papel que arrastro.

Empieza la estepa, las curvas van perfilando conclusiones totales. 
Ellos no usan aviones,
otros se bajaron allá donde desaparecieron al José Huenante, donde escurre con la lluvia la justicia.

La Patagonia no cabe en la ociosa cartografía, ni en lo que llaman Historia,
sólo en los ritos de los antiguos que pasaron por aquí y hablaron con los astros,
y las ballenas.

Huele a edades,
a miembros usados y desgastados de tanto soñar.
Al resabio de los anarquistas de 1920 de Santa Cruz, que sucumbieron ante la ceguera de pensarse sin clases, sin dinero.
Aunque los héroes crecen como la maleza del bosque incendiado hace dos eneros, se yerguen con toda la entereza.

“Mi cartera no tiene piojos y la dejo donde quiero”, me dijo ella colgándola en mi asiento
“pagué mi pasaje sagradamente”, y yo nada puedo hacer contra lo sagrado.
Pero los argentinos care’raja cobran cinco lucas por una cazuela, se arrimó diciéndome él,
con el único ojo verde que le quedaba.

Llegamos.

¿Qué hago contigo esta noche 
para que no tengas miedo?

 del poema "Fuego", Gabriela Mistral)


Sin título (Camila Valenzuela)

Aprender que ese espacio misterioso eres tú y el universo y las posibilidades de tu ser.

Me quedé con cara de duda, no entendí qué significaba este susurro de la conciencia, ¿y me sigo preguntando qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?

Entonces, comencé a divagar mientras daba un paseo apresurado por el parque, y a medida que avanzaba sin rumbo, dando pasos determinados, aunque sin dirección, me pregunto, qué es la noche para mí.

Y de pronto caigo que es un espacio que se configura como más real que la realidad, donde estamos habituados a desconectarnos aparentemente de la aparente vigilia y entrar en un estado misterioso, lleno de claves y secretos que podrían develar otra gran pregunta que me hago… qué es el miedo…

Y siento que el miedo nos moviliza, si no dejamos que tome el poder de nuestra posibilidad de ser, como dice el susurro… Y claro, soy mujer en el siglo XXI. Con toda la revelación feminista hubiese esperado vivir de forma libre, sin juicios con relación a la sexualidad, maternidad, y a tener que triplemente defender mis argumentos porque parecieran que vienen de una persona inadaptada.

Y pienso que mi único miedo es a vivir en la ignorancia y velo de los sesgos que de alguna forma la noche descorre y nadie quiere ver porque nadie quiere aceptar el haber entregado el control, el dejar tus sueños por seguir un algoritmo de aceptación, mas que la pertenencia de tu talento… eso duele pues es auto traicionarse y reconozco que las inconsistencias entre lo que siento y pienso a la hora de actuar para no parecer una inadaptada es lo que me da miedo, me aterra que llegue la noche para darme cuenta que no fui leal a mi espíritu.

Sin título (Rocío Torres)

¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo? Eso fue lo que mi madre me dijo ese día en el que yo me sentía sola. Quizás no era la mejor manera para que yo me sintiera bien, pero al menos lo intentó. A lo largo de mi vida siempre me he sentido sola, con cierta inseguridad sobre mí, sobre mis decisiones. Ella siempre intenta hacer algo para que yo no tenga miedo y no me ponga mal pero nada de sus consejos me sirven, ella no entendería a una joven que lo único que necesita es que la escuchen y no que la regañen. Se que muchos jóvenes de mi edad entenderían lo que siento y esto es para todos aquellos padres, para que comprendan que necesitamos a alguien que nos escuche y no nos juzguen por lo que hacemos, yo se  que quizás aveces lo hacen por que saben que puede estar mal pero creo que de los errores uno aprende, espero que algún día puedan comprender y que todos los jóvenes que están en esta situación pueden encontrar su paz y estabilidad. Madre a mi se me acabara el miedo cuando tu me escuches y no me juzgues


Sin título (Marta Costa)

¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?

Me gustaría acariciarte las mejillas y poder decirte que todo va a salir bien, pero hace tiempo que aprendí que en este oficio no se puede prometer a la ligera. Me gustaría que los besos en las manos que no puedo darte tuvieran la textura de los labios de la nieta a la que acabas de mandarle uno al vuelo a través de la pantalla. Ojalá pudiera haberle dicho, con una sonrisa y algo de prisa en mis movimientos, que la hora de visitas ha terminado y que es hora de irse y que hasta mañana.

Pero no puedo. En lugar de eso, me he puesto en la pantalla que me protege de ti un cartel con mi nombre, y la única textura que puedo dejar que sientas es la de mis guantes al administrarte los cuidados que necesitas, y no puedo estar más tiempo contigo porque mira cómo está todo esto. Sin embargo, procuro acariciarte el brazo casi traslúcido mientras compruebo que todo está donde debe, y también intento que la sonrisa que llevo bajo la mascarilla se transforme en pequeñas arrugas alrededor de mis ojos para que puedas verla.

Lo único que puedo hacer para que no tengas miedo es dejarme los míos en la puerta del hospital y recogerlos pasadas las doce horas que paso aquí, donde no se oyen los aplausos, solo las sirenas y el ruido de los respiradores.

Pero tú ya te has dormido, y yo asisto al siguiente, y así hasta que la planta se quede tranquila durante unos instantes y yo pueda ir a por un café para cerrar los ojos y concentrarme en el fin de todo esto.

Qué haré yo conmigo entonces para no tener miedo.