Memoria viva de las poblaciones en dictadura

Sobre el libro Justicia y libertad. Luchas populares por los derechos sociales y democracia en Chile de Alison J. Bruey 

Por Julio Pinto
Universidad de Santiago de Chile

¿Queda algo por decir sobre la dictadura de Pinochet? De hecho, sí, como lo demuestra ampliamente este libro. Centrándose en el activismo popular en dos barrios populares de Santiago, Alison Bruey teje un relato empíricamente rico, analíticamente matizado y profundamente comprensivo sobre las formas en que algunos de los ciudadanos más pobres de Chile hicieron frente a la destrucción de sus vidas y sus sueños orquestada por los ejecutores del golpe de Estado de 1973. Como muestra vívidamente la autora, esta embestida fue a la vez social y política, una combinación literalmente mortal entre la represión de las opiniones disidentes (las de los seguidores del experimento socialista liderado por Salvador Allende) y la supresión de garantías sociales establecidas desde hacía mucho tiempo. Las respuestas fueron igualmente complejas, y abarcaron desde el trauma inicial y la mera lucha por la supervivencia hasta un desafío creciente, a medida que se reconstruían las redes comunitarias y las organizaciones locales comenzaban a disputar en espacios cada vez más amplios el discurso del régimen, apelando al paradigma, bastante novedoso para el Chile de entonces, de la defensa de los derechos humanos. El resultado de este proceso fueron las protestas masivas que sacudieron al gobierno militar entre 1983 y 1986 y forzaron la transición a la democracia en 1988-1990. Sin embargo, esto se logró en términos que, en última instancia, fueron favorables al legado socioeconómico de Pinochet, para la previsible decepción de quienes soportaron el peso de los 17 años de lucha que se relatan en el libro.

En líneas generales, esta historia es bastante conocida. Sin embargo, al plantear su estudio, Bruey ha tomado algunas decisiones historiográficas y políticas que lo distinguen de la mayoría de los trabajos académicos existentes. En términos metodológicos, cabe señalar que no ha elegido comunidades populares al azar, sino dos (La Legua y Villa Francia) que se convirtieron en verdaderos emblemas de la resistencia poblacional al régimen de Pinochet. Aunque esto puede que no las haga exactamente representativas (y hay que tener cuidado de no proyectar su experiencia a todos los rincones del Chile dictatorial), sí permite obtener una visión muy fructífera de los pliegues más profundos de la agencia de las clases populares y la defensa de visiones alternativas de sociedad. Este logro se ve reforzado por su uso extenso y creativo de entrevistas orales, debidamente respaldadas por la consulta de fuentes escritas y la bibliografía existente. El resultado es una visión marcadamente «etnográfica» de las penurias y los logros de sus protagonistas, pero sin restar importancia a una sensibilidad histórica que incluye un fuerte sentido del proceso y un tratamiento cuidadoso de las transiciones generacionales, a medida que las pobladoras y pobladores más jóvenes asumían las luchas y los sueños de sus padres.

La originalidad del libro también se manifiesta en su tratamiento de la cronología. A diferencia de la mayoría de los estudios existentes, el análisis de Bruey se centra principalmente en la primera década del régimen de Pinochet (1973-1983), conocida en Chile como los «años de plomo». Al reconocer la restitución molecular (y en su mayor parte clandestina) del tejido social popular, incluso bajo la represión más dura, refuta la creencia generalizada de que las protestas de 1983-1986 fueron un estallido espontáneo y anómico. Este énfasis en las continuidades y los legados se convierte, de hecho, en otra característica distintiva de su enfoque, ya que se muestra la existencia de numerosas líneas de conexión no solo a lo largo de casi dos décadas de régimen dictatorial, sino también hacia atrás, con el gobierno de Salvador Allende, donde se consolidaron principalmente las solidaridades de la clase trabajadora que sustentaron la resistencia posterior a 1973; y hacia adelante, en los años posteriores a Pinochet, en los que los sacrificios y las esperanzas de los pobladores se vieron rápidamente erosionados por la persistencia de las instituciones y las decisiones socioeconómicas impuestas por decreto militar. En esta interpretación, la era de Pinochet pierde su representación habitual como una anomalía histórica que interrumpe una narrativa por lo demás pacífica y democrática, y asume su legítimo (y trágico) estatus como momento definitorio de la experiencia chilena contemporánea.

Como ya debería haber quedado claro, el enfoque de Alison Bruey es también declaradamente político. Aunque observa cuidadosamente todos los procedimientos académicos pertinentes, no deja lugar a dudas sobre su implicación personal en el tema, cuya importancia ética tiene para ella tanto peso como la verificación de los hechos o la elegancia del análisis. Quizás por eso, la imagen que se desprende tiende a dejar fuera, o al menos a restar importancia, a aquellos actores populares que no se sumergieron en la política antidictatorial o en la defensa de los derechos humanos. Como lo revelaron los resultados del plebiscito de 1988, y lo confirmó la penetración de la derecha en las poblaciones, esas lealtades distaban mucho de ser insignificantes. En la misma línea, el libro da la impresión de que la política dictatorial hacia el mundo obrero fue exclusivamente represiva, cuando en realidad, junto a la realidad incuestionable de la persecución y el empobrecimiento (que el libro establece sólidamente), también hubo esfuerzos por ganarse los corazones y las mentes del pueblo mediante iniciativas más paternalistas, estudiadas por la literatura más reciente. Es cierto que estas no tuvieron mucho éxito mientras la brutalidad militar o las privaciones económicas asolaban las comunidades obreras, pero dejaron algunas semillas que echarían raíces en el Chile posdictatorial. Aunque ajenas a la agenda de Bruey, estas consideraciones ayudan a comprender por qué la resistencia popular fue finalmente incapaz de derrocar por sí sola al régimen militar, o por qué el neoliberalismo logró avances sustanciales incluso más allá de los límites de las poblaciones. 

A pesar de estas pequeñas salvedades, quizás inevitables en una obra orientada a resaltar el protagonismo de las clases populares, la denuncia de los crímenes dictatoriales y la restitución (al menos) simbólica de la justicia histórica, Alison Bruey logra finalmente construir un argumento que es a la vez estimulante, compasivo, sofisticado y empíricamente persuasivo. Además, lo hace incluyendo un laudable diálogo con la literatura producida en Chile, una característica que no siempre está presente en los estudios procedentes de los países del “norte”. Pero lo más importante es que ha logrado construir una fascinante historia de dignidad humana y resiliencia incluso en las condiciones más espantosas, una lección que no debe perderse en la niebla del desencanto posdictatorial, y cuya relevancia no se limita únicamente al caso chileno.