Pies forzados, segunda entrega

Queridxs lectores, compartimos con ustedes una segunda entrega de los pies forzados que recibimos durante los días recién pasados. Vienen más, así que manténgase atentxs y recuerden que tenemos una convocatoria abierta para microrrelatos sobre el (tele)trabajo en tiempos de pandemia. Abrazos fraternos.

 

Un te quiero, una caricia y un adiós (Sergio Baeza)

La madre mira desde su lecho de enferma la cara aún infantil de su crecido hijo, y solo sonríe. “Estaré bien”, balbucea. El joven se levanta, va en busca de una taza de té caliente, ayuda a su madre a sentarse para que pueda alimentarse. Ella pregunta cómo estuvo el día, él cuenta algunas cosas e inventa historias, como siempre. “Sabes, hoy en medio del trabajo llegó un niño pequeño, era de la calle, buscaba comida. En la obra le preguntaron si podría hacer un trabajo. Él, con su cara triste, abrió los ojos, dijo que no. Se escucharon las risotadas al unísono. Luego agregó: ‘Pero, sé cantar’, y entonó un trozo de la canción de Nino Bravo, esa que tanto te gusta”. “Ah, Un beso y una flor”.Esa misma. Los trabajadores dejaron de reírse, uno de ellos le pasó un sándwich con una leche, el niño se comió todo, en silencio, todos lo miraban, luego agradeció y se marchó”. “¡Qué triste!”, exclamó su madre. “Sí”, dijo el hijo, “yo tuve suerte, porque te tengo a ti”. La señora se emocionó, el hijo la acarició. “No te preocupes, te cuidaré mientras duermes, no dejaré que nada te perturbe el descanso”. Ella lo mira agradecida, sabe que es el mejor hijo del mundo, solo se lamenta que pronto lo tendrá que abandonar. Horas más tarde, el joven se va a su dormitorio, revisa el celular, escucha la canción que tanto le gusta a su madre y llora hasta dormirse.

 

Un susurro para dormir (Roberto Medina)

“Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo”, susurraba melodioso la canción a su hijo. El cuarto era estrecho y oscuro; húmedo en invierno, y la cama la compartían los tres.

La madre no estaba en el campo, pero sí trabajando en algún lugar de la ciudad; volvía de
madrugada. El padre con ojos mohínos, perdidos en el descascare de la pared, le cantaba como cuando era pequeñito y todo era risas. El hijo hacía que dormía, pero en realidad solo cerraba los ojos. Era el dolor del hambre que lo acurrucaba.

“Te va a traer muchas cosas para ti”, seguía la melodía, aunque ambos sabían que no, que era mejor dormirse, que era mejor pensar que la madre estaba en el campo.

 

Sin título (Laura Pérez)

Las gotas golpeaban la ventana. Estabas sentada en la cocina, inclinada sobre la mesa con el entrecejo fruncido, mirabas distraída tus manos, levantaste una y llevaste el pulgar a tu boca para morder un cuerito levantado, cada tanto mirabas la copa de vino y esta devolvía la mirada expectante, con esa ilusión de ser deseada. El atardecer había sido un parpadeo. La humedad predijo la tormenta, pero la tormenta nunca predijo la falta. La cocina con su luz amarilla, su horno encendido y las botellas de vino parecía una burbuja para escondernos del devenir.
No iba a volver, no esta noche. Seríamos las dos enfrentando la tormenta. Terminé la copa de tinto y me levanté; tus ojos no se separaron de la mesa por mi entrada, un leve murmullo salió de tus labios, reconocías mi presencia. Tomé la botella y me serví otra copa. Oí tu resoplo, fruncí el ceño, la cocina estaba particularmente cálida, el horno, el amarillo, el vino, ¿y tú?, no, hoy no se desprendía calidez alguna de tu cuerpo, la punta de tu pie golpeteando el suelo, el ligero temblor de tus manos, mordías tu labio, ninguna sonrisa, ni melodía. Nada.
Volver desde el centro era el problema, lo sabíamos. Habría que cruzar al menos cinco retenes por cualquier camino que se eligiera: Corrientes, Rivadavia, Córdoba encontraríamos uno a casi la misma altura en cada ruta; no tenía manera de pasar desapercibido. Él no iba a volver y tus entrañas se retorcían de pensar que nunca… -¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?- dije sin pensar, me miraste sorprendida y te echaste a reír, una risa amarga, con lágrimas gordas llenando tus ojos. Es muy tarde para eso- susurraste seca. El reloj dio las doce y el pánico se apoderó de mí.

 

Incertidumbre (Juan Pablo Valenzuela)

- Hijo, ¿estás seguro de querer hacerlo?

- Claro. Si no lo hago ahora jamás me lo perdonaría. Debo ir, padre.

- Puedo intervenir por ti. Podría, tú sabes, hablar con ciertas personas y ver qué ocurre.

- Preferiría que no. La verdad es que estoy seguro de muy pocas cosas y esta es una de ellas. Si dejo pasar esta oportunidad, no podría volver a mirarme en un espejo.

- ¿Es por tu familia, cierto?

- Así es. Me reuniré con ellos. Estarán esperando a que me siente nuevamente en la mesa a comer en familia como solíamos hacerlo.

- Pero, no lo entiendo. Sabes que si vas allá morirás. ¡Puedo aplazarlo!

- Padre, ¿qué nos enseñó a la comunidad? ¿Acaso no iremos a un lugar mejor tras la muerte? ¿No tendrán las butacas reservadas a mi nombre para sentarme y disfrutar de la eternidad?

- Bueno, sí… Es lo que dicen las Escrituras -sugirió dudoso.

- Además, he pedido perdón por mis errores y a quienes he dañado. He aprendido a vivir en armonía con quienes me rodean este último tiempo. Ayudo cuando puedo y callo cuando es sabio hacerlo. Si la muerte me encuentra, no habré de arrepentirme y aceptaré que después de todo, soy mortal.

- Hijo mío, todos estos años de lectura han provocado en mí una profunda y devota fe. Creo que las cosas suceden de tal modo y, tras la vida, nos aguarda el paraíso, pero ahora no estoy seguro. En estos momentos preferiría saber.

Mientras dejaba caer delicadamente su mano sobre el hombro del sacerdote, respondió:

-Padre, ¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?

 

Crédulo (Juan Sebastián)

Únicamente nosotros

La mesita por bajo el retal

Sobre la cama

Cubre todo

No he sido abandonado

No estoy inerme

¿Solo siempre?

Mis párpados tuvieron su momento

¿Solo siempre?

Que obscuro aquel canto

¿Enciendo la luz?

Son cuatro esquinas

Son ocho esquinas

¿Cuatro? No señor.

Ocho vértices. Ocho cantos.

Corre un viento frío afuera

¿Enciendo la luz?

Si el frío se llevase la luna

¡Ay que melancolía!

Abrázame

La mesita

Quería encender la luz

El problema

La mesita. Me ha robado la luz.

Abrázame

 

Al miedo lo vence el cielo (Azucena La Quiroz)

¿Qué hago contigo esta noche

para que no tengas miedo?

¡Un pensamiento Jacinta!,

solo un pensamiento da lugar

al estremecimiento.

 

¿Que no ves que el engaño

tiene un poder tremendo?

Ya no temas Jacinta,

mira que los miedos quedaron ciegos,

pues perdieron la perspectiva

por andar circulando lento.

 

Ven, ¡no temas Jacinta!

elevemos los ruegos,

permite que la Luz del cielo

alumbre tu ser inquieto.

 

Solo fe necesitas Jacinta

en el buen Nazareno,

y afrontar todo aquello

que a tu seno pone prisionero.

 

Ya verás cuando recibas

de él su Espíritu bueno,

cuyo valor ruge como fiera

ante los esperpentos

que en la cruz ahuyentados fueron.

 

Cuando amanezca Jacinta,

cuando amanezca en tu alma

el fulgor de la mañana,

deshará las marismas

y ya no estarán los fantasmas,

que en zozobra te habían puesto,

arrebatando tu hermosa ánima.

 

La mamita, el tata y la Carli… de noche en una vieja casa de madera en Conchalí (José Miguel Ugarte)

  • ¿Qué hago contigo esta noche para no tengas miedo?, le preguntó a mi abuelita, Rafael, su difunto marido, apoyado en la cama. Y la mamita le responde media dormida: "Papito, no me asustes tirándome los pies por las noches. ¿Sabes que te extraño, verdad?, algunos recuerdos lindos quedan de nuestra vida en barrio Yungay. Oye, el otro día llegó el Fernando a beber unas cañitas, me contó que había muerto la Carli, el travesti de ahí de la esquina que siempre te visitaba... Ella te quería harto. Entre trago y trago, el Fernando me contó que una vez te pilló ajustándole demasiado apretadito un vestido a la Carli, jaja, esa no te la sabía tatita”.
  • El fantasma se fue de negativa: "¡Qué cahuinero!, te lo dice para que le dis la pasá, le voy a ir a penar".
  • La viejita: "¡Ya!, no te expliques, es peor, de qué vale pelear por esas cosas. Ya me parecía raro que, para probarle un vestido, estuvieras una hora con ella en el taller".
  • Tocan la puerta y los dos se miran con cara de: ¿Quién diantres podría ser?
  • "Ábranme, por favor, soy la Carli, todavía mi alma no se eleva a los cielos, al menos eso me dijo que iba a pasar el cura Juan…".
  • El espíritu abre la puerta y ahí estaba la Carli, bien pintadita, con su mejor escote, y una silueta infernal que tanto herido dejó. Cargaba bajo el brazo un Gato Negro. Y la verdad, ni se le notaba que estaba muerta.
  • El viejo no pudo evitar excitarse al recordarse vivo y con la Carli entre sus brazos.
  • La mamita, como siempre, leyó sus pensamientos y le dijo: "¡Ya anday ya viejo cochino"!... Y esa noche la terminaron los tres enredados en la cama rumbo a lo más divino.

 

Imagen de cabecera por Landahlauts, modificada y redistribuida bajo licencia Creative Commons.