Ese sol negro en Heredia
Por Julia Guzmán Watine
Dejaré de pensar en el mañana es la vigésima novela de Ramón Díaz Eterovic protagonizada por su entrañable detective privado. Lo anterior significa casi cuarenta años junto a Heredia, quien nos muestra la historia de nuestro país a través de su mirada lúcida y desencantada.
En esta entrega nos sumergimos en el año 2020, cuando la pandemia lleva apenas dos meses, las vacunas están en fase de prueba y el horizonte, en nuestras vidas, se esconde tras nubes negras y tormentosas.
En el contexto de encierro, temores y nulas esperanzas, Carmen Urbina le pide ayuda a Heredia, ya que su marido, funcionario del Ministerio de Salud, quien está encargado de tramitar la compra y distribución de vacunas para combatir la pandemia, no ha tomado en cuenta las amenazas que ha recibido Carmen. “Cuide su salud y la de su esposo. Consiga que él actúe razonablemente. Dígale que no pierda la oportunidad de tener buenos amigos”.
De suerte que cuando el encierro era la nueva normalidad y había que pedir permisos irrisorios para respirar aire puro, Heredia se aventura por las calles casi desiertas, bares clandestinos, discotecas y oficinas, para ir tras la pista de los asesinatos y verdades ocultas que se expandieron como el virus a partir de la carta que recibió Carmen Urbina.
En cuanto a la narrativa de Ramón Díaz Eterovic, después de un recorrido por su saga, como dice el autor en Heredia y otras pistas sobre el policial, a través de la mirada lúcida y decepcionada del investigador privado, se problematiza la relación entre el poder, la criminalidad y la verdad. Triángulo que se representa en esta novela en su real magnitud. Los seres incautos y embrutecidos por la rutina absorbente y asesina de ilusiones, solo se enteran de lo que ocurre en el metro cuadrado de su caverna. El biombo, en vez de filtrar las sombras, proyecta una película en tres dimensiones que mantiene embrutecidos a los individuos y a la verdad. Pero afortunadamente, se encuentra Heredia que rompe la tela y ve la realidad de frente.
Se pone en evidencia, de este modo, la esencia de la novela negra y su carácter de una memoria que fija nuestras problemáticas sociales y nos muestra este país que tapa el sol con un dedo. Es cierto que en la investigación del detective se intenta revelar el enigma, el misterio. Y en el caso de esta novela se descubre la autoría de los tres asesinatos que enlutan la investigación del detective. Sin embargo, y aquí viene el carácter de la novela negra, Heredia expresa que debe conocer la verdad que se esconde tras esos crímenes; que van más allá del móvil superficial de las muertes. Se trata de esa verdad que explica el mecanismo anterior, la pieza de relojería y el plan inicial que desnuda los vicios de poder y las ambiciones de los personajes. En palabras de Heredia “Los asesinatos (…) estaban esclarecidos o al menos eso podía concluir al evaluar mis pesquisas. La justicia, no podía asegurarlo, haría su trabajo. ¿Podía dormir en paz? Más allá de las confesiones (…), flotaban en el aire los fragmentos de relatos inconclusos. Asesinos sin nombres, negocios no revelados, cosas dichas a medias”. Y esa es la verdad que trasluce la novela negra, la que está detrás de la fechoría y detrás del nombre de los acusados. Hay que ir y taladrar la grieta del crimen para descubrir esa verdad enterrada. En palabras de Nicolás Ferraro en una conversación que sostuvo con Ramón Díaz Eterovic y Luis Valenzuela en Puerto Negro, el Podcast, “No alcanza con saber la verdad, hay que comprenderla”.
Lo anterior tiene que ver con el tema que trata (o desnuda) la novela negra. Como señala Ives Reuters en “La novela policial”, este tipo de relatos corresponde a un estudio de caso. Y ese tema, esa verdad, esa comprensión es lo que trasciende el crimen, es lo que se filtra a través de la fechoría, es lo que Heredia dijo que no lo dejaría dormir hasta que fuera capaz de darle cierta coherencia a los fragmentos que se muestran con el crimen.
Por ejemplo, las temáticas en la saga de Heredia abordan el terrorismo de estado, a través de crímenes relacionados con violaciones a los derechos humanos, el tráfico de armas, el narcotráfico, la ambición desmedida de las mineras, la corrupción, abusos sexuales en universidades e iglesias, adopciones ilegales, en fin, una serie de temáticas que han transitado por las sombras de nuestro país y que se han mantenido tras bambalinas. De algún modo, la ficción se convierte en una radiografía, una resonancia magnética de nuestras dolencias silenciosas que se manifiestan y se filtran por los crímenes, como grietas. La novela negra se convierte en la memoria de lo acallado.
Pero también, junto al tema y como elemento complementario en una buena novela negra, se encuentran los personajes y sus propias historias que corren por carriles paralelos a las investigaciones y las trascienden. Son narraciones de amor, desencuentros, amistades, aciertos y extravíos. Son las historias de Heredia, Simenon, Anselmo, Griseta, Andrea, Campbell, El escriba, Doris Fabra, Chacón, Goran, Dagoberto Solís que están y van desapareciendo de la vida del protagonista. Estos seres ficticios, amigos de Heredia, son también nuestros amigos, son esos que nos acompañan, acompañando al solitario Heredia. Escoltan, amparan y también abandonan, sin quererlo, al detective, lo que hace que los momentos compartidos, los espacios y personalidades, en ocasiones, se conviertan en ausencias dolorosas. Ellos junto a Heredia conforman el complemento del tema, que es lo humano, los sentimientos que también se fijan en la memoria.
De modo que, con la historia, se inscriben, en el recuerdo, los sentimientos: las esperanzas, las decepciones, las desconfianzas, las penas Y esos sentimientos son dados por los personajes. En la entrega anterior, “Imágenes de la muerte” Heredia se mezcla entre una multitud eufórica, días después del 18 de octubre del 2019 “Los gritos, la música, los cantos se entrecruzaban de un lado a otro. Los rostros alegres parecían decir que era posible pensar en una ciudad donde primara la dignidad demandada. Volví a incorporarme en la marcha y me dejé llevar por la rebeldía de la gente”.
Alegría u optimismo que se da con una pared a comienzos del 2020 con la pandemia y que obliga a los mortales a enfrentarse a la muerte cara a cara. Heredia, junto a la investigación y la verdad que descubre más allá del crimen, deja escrito su desaliento, su desesperanza, su abatimiento. Ya no tiene nada, Goran está lejos, Griseta también. Las pérdidas son heridas que no sanarán.
En este momento, quisiera desviarme del tema para hablar del fracaso en la novela negra. Se sabe que, en este tipo de relatos, aunque se logre obtener la verdad, el fracaso se impone. Puede ser a causa de un daño más profundo que la reparación o porque la justicia es muy tibia o, tal vez, puesto que, definitivamente, no hay justicia. Lo anterior no causa sorpresa a los lectores que conocen a Heredia ni, mucho menos, al detective privado, porque hace aproximadamente cincuenta años que él no espera nada de las instituciones.
No obstante, la paliza al detective es rotunda y, tal vez, más devastadora que en las entregas anteriores, dado que es parte de la vida misma y nos enrostra ese minutero que cada vez avanza más rápido. La novela negra también es una lucha perdida e incesante contra la ausencia y eso, aunque no lo derriba, entristece enormemente a Heredia.
Sin embargo, afortunadamente, en las últimas líneas hay una pequeña tabla de salvación, que tal vez, solo tal vez, porque eso es materia del futuro, le dé una pequeña esperanza al detective; probablemente pueda darle una tímida claridad a la existencia bañada de ese sol negro. Por eso, hagan sus mandas y encomiéndense a sus santos para que se despejen las nubes oscuras del horizonte de aquel investigador privado preocupado por los asuntos del prójimo.
Obra analizada: Ramón Díaz Eterovic (2024). Dejaré de pensar en el mañana. Lom Ediciones, 236 páginas