¿Quién en su patrón?
En una entrevista publicada en octubre de 1988 en la revista Hoy, Juan Radrigán no solo instaba a que el arte fuera testimonio y confrontación de los hechos ocurridos durante la dictadura militar, sino que además señalaba que el teatro no puede condescender con alegrías y divertimentos cimentados en el olvido. La dramaturgia de Radrigán no esquiva el descenso al dolor y el pensamiento que de allí pueda surgir. El volumen Hechos consumados. Teatro 11 obras reúne, entre otros, los textos dramáticos de Testimonios de las muertes de Sabina (1979), Las Brutas (1980), El loco y la triste (1980), Hechos consumados (1981), Informe para indiferentes (1983).
Hechos consumados, la obra que presta el título a este volumen, fue estrenada originalmente el 26 de septiembre de 1981 por la compañía de teatro El Telón. Su lectura puede darnos algunas lecciones de dignidad en medio de una creciente lucha por la liberación de los pueblos. Cuenta la historia de Emilio, un vagabundo que rescata de un canal a una mujer llamada Marta. Ambos se encontrarán y enfrentarán con Miguel, un cuidador que quiere correrlos de una propiedad. La obra muestra un mundo de marginalidad donde los personajes comparten afectos, sueños, desesperanzas y temores. Se trata de un encuentro casual de soledades amenazadas por un poder que vive más allá de la violencia física, pero que la provoca.
Emilio y Marta son dos personas en situación de calle que se encuentran dentro de la propiedad privada de un hombre al que conocemos únicamente como ‘el patrón’. Miguel, el cuidador, en primera instancia intentará persuadir a Emilio y a Marta para que abandonen el lugar: “Si a uno le dan una responsabilidad tiene que cumplir. Por ser, a mí el patrón me tiene ordenado que en horas de trabajo la gente no puede fumar no puede comer y no puede conversar, y yo tengo que hacer cumplir eso po, si pa’ eso se me paga”… “Yo soy cuidaor. Me mandan a decirles que esta es propiedá privá. Y que no pueden tar aquí.”
La orden no será acogida por Emilio y Marta, quienes a pesar de estar en una situación desfavorable se enfrentan a Miguel pidiéndole razones para su conducta. Dice Emilio: “¿A quién está obedeciendo? ¿Pa quién está cuidando todo esto como perro?... Va a morir botao igual que su mujer, iñor. Miguel le responde: “¡Me paga… Me paga!... Uno…, uno tiene que tener un patrón… Yo soy como todos, soy como todos”. Emilio insiste: “¿Pero quién es su patrón?”. Y Miguel se defiende: “¡No sé, no sé: déjeme tranquilo! ¡No me huevée más, no me huevée más! ¡Yo sé lo que hago, tengo que obedecerle; la vieja está enferma, se está muriendo, si él se enoja y me echa, no tenimos pa donde ir! ¡Déjeme tranquilo, déjeme tranquilo, iñor, por la cresta!”.
El patrón, pese a su ausencia física, tiene a Miguel en sus manos. ¿Cuántos habrá hoy en la misma situación, intercediendo para ejecutar la violencia que otros ordenan? La protesta de Emilio, sin embargo, no es contra ese poder autoritario que se escapa del alcance de su acción, sino en favor del despertar de una conciencia de clase en Miguel, un reconocimiento, una acción contraria que interrumpa la trayectoria de la violencia. ¿Logrará su cometido? Su insistencia, cuando menos, debe ser escuchada: “Son muchas las veces que me han obligado a dar dos pasos, muchas veces que he tenido que decir que sí, cuando quiero decir que no; son muchas veces ya las que he tenío que elegir no ser na’… No compadre, de aquí no me muevo”.