Nuestro periodismo cortesano. Claves para entender la prensa en el siglo XXI
*Texto tomado de la revista Meer
A diferencia de las expectativas iniciales, la masificación de Internet no ha garantizado una mayor libertad de expresión ni una mejora en la calidad informativa
El mundo de comienzos de esta centuria es muy diferente al de los inicios del siglo XX. Y la comunicación social o de masas es uno de los campos donde las transformaciones son más evidentes, sobre todo cuando se analiza a la prensa y al periodismo como expresiones más cotidianas y cercanas para la gente de estos cambios.
A contrapelo de la promesa que acompañó la masificación de Internet y el surgimiento de las redes sociales, la población no goza ahora de mayor libertad de expresión ni de una información de calidad. Los consorcios mediáticos moldean las conductas, opciones y el consumo de los ciudadanos.
La información es una mercancía que se produce a la medida de audiencias segmentadas en un ejercicio de distorsiones en que la confusión deliberada de roles tiñe los datos duros con opiniones interesadas, se banaliza el periodismo y las audiencias son bombardeadas con medias verdades, medias mentiras, manipulaciones, interpretaciones y tergiversaciones, apunta el profesor e investigador Eduardo Santa Cruz.
Un periodismo cortesano “que es el de los grandes consorcios mediáticos, que por un lado ejerce de vocero del poder y salvaguarda del orden social como valor supremo, y por otro lado se autoerige en autoridad moral que supervisa la conducta individual y colectiva de la sociedad”, señala Eduardo Santa Cruz1 en las conclusiones de Un periodismo cortesano. Prensa y sociedad en el Chile del siglo XXI2.
Este fenómeno no es exclusivo de Chile, pero tal vez en este país adquirió mayor profundidad a partir de la implantación del modelo neoliberal bajo la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y la “transición pactada” para el restablecimiento de la democracia representativa tras la derrota del dictador en el plebiscito presidencial de octubre de 1988.
Sin duda, el panorama histórico chileno no se diferencia mayormente de otros países. A grandes rasgos, en la prensa del siglo XIX, solo en soporte de papel, predomina un propósito doctrinario, en que las nacientes ideas políticas de conservadores y liberales utilizan la palabra escrita para ganar adherentes a sus causas.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX comienza a abrirse paso un periodismo informativo, que si bien sigue teniendo a la prensa escrita como soporte casi único, cuenta con la modernización del telégrafo y la invención del teléfono, como auxiliares para la transmisión a distancia de noticias.
El surgimiento y consolidación de un proletariado urbano, con el sindicalismo y la creación de partidos socialistas y obreros, contribuyó a que la sociedad experimentara cambios que se reflejaron también en la prensa, donde convivieron durante las primeras décadas del siglo XX los medios doctrinarios con los informativos.
En agosto de 1922 comenzaron las transmisiones de radio en Chile, lo cual ayudaría a enriquecer paulatinamente el periodismo, dando lugar al desarrollo en este país de un sistema de medios, donde la prensa escrita se hacía presente con diarios y también revistas de frecuencia de aparición semanal, quincenal y mensual.
En la década de 1960 llegó la televisión a Chile, que en sus orígenes, por ley, fue universitaria, hasta que en 1969 se creó el canal público Televisión Nacional (TVN). En las postrimerías de la dictadura se autorizó la creación de canales privados.
El golpe militar de 1973 puso fin a un sistema de medios bastante consolidado, en que la radiodifusión y la prensa diaria mostraban un paisaje bastante pluralista, con prensa representativa de los diversos sectores políticos e incluso con una emisora de la Central Única de Trabajadores, la mayor matriz sindical de entonces.
El periodismo cortesano que diseca Santa Cruz en su libro tiene en alguna medida su raíz en la excesiva concentración de la propiedad de los medios, a partir del cierre y proscripción de todos los diarios, revistas y radios de izquierda ordenada por el régimen de Pinochet.
Los antiguos canales universitarios son actualmente propiedad de grupos empresariales locales y de grupos mediáticos transnacionales. Lo mismo ocurre en la radiodifusión, donde el consorcio español Prisa es el mayor del país.
Las radios comunitarias y otros medios alternativos, que difunden sus contenidos por plataformas digitales, no alcanzan a contrarrestar esta estructura oligopólica, que en términos de recursos materiales viene a ser la base de sustentación del periodismo cortesano analizado por Santa Cruz.
Es un periodismo autorreferente, como se evidencia principalmente en la televisión, donde los “rostros anclas”, conductores de los noticieros, así como los llamados influencers en los espacios matinales de conversación, introducen valoraciones con comentarios a ratos sutiles, en que basta un adjetivo o adverbio, para influir en los tele espectadores.
Otra práctica frecuente es la de las publicidades disfrazadas de información, con imágenes y comentarios promocionales de algún producto o de una empresa. Del mismo modo, apunta Santa Cruz, está la recurrencia a “expertos”, que analizan informaciones desde un prisma ideológico no confesado, sobre todo en coberturas de temas económicos.
Son simulacros de una “objetividad” inexistente, en que se imponen criterios de veracidad a fuerza de reiteraciones de imágenes y explicaciones de estos “expertos” y otras fuentes calificadas, generalmente entrevistados pertenecientes a las elites de los poderes, políticos, empresariales e incluso religiosos.
El despacho “en vivo” es otra carta de legitimación a que recurre la televisión hoy día, gracias a los adelantos tecnológicos que facilitan el desplazamiento de equipos móviles de transmisión. Pero en la realidad, se llega al “lugar del acontecimiento” cuando el hecho noticioso ya aconteció.
“Salir en la tele” es una aspiración de la gente. Y el sistema mediático satisface ese anhelo. Así, los pobres pueden aparecer en la pantalla en una cobertura en terreno, pero siempre están en el papel de víctimas, que relatan su tragedia o problema, pero nunca en el rol de ciudadanas o ciudadanos pensantes.
No se trata de idealizar el antiguo periodismo, que también exhibía este tipo de sesgos y discriminaciones, pero hoy el problema es mayor debido a la implantación de una visión única, con concepciones que dan rango de valor general a concepciones alineadas con el neoliberalismo.
La propuesta de nueva Constitución, rechazada en un referéndum en septiembre de 2022, proponía un sistema de medios plural, con el impulso a la creación de medios públicos y comunitarios, dejando expresa constancia de la prohibición de monopolios gubernamentales o privados de medios de comunicación.
Los conglomerados políticos y empresariales opuestos a ese proyecto, sostuvieron que atacaba la “libertad de expresión”, cuando en los hechos estaban defendiendo la libertad de empresa en que se asienta el actual sistema mediático con su periodismo cortesano.
Notas
1 Eduardo Santa Cruz, periodista, investigador y profesor titular de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, es un riguroso historiador de la prensa de este país sudamericano. Tiene más de una decena de títulos a su haber y en todos ellos predomina un enfoque en que los datos y los hechos que caracterizan a la comunicación dialogan con la política y la sociedad.
2 El libro, publicado por Lom Ediciones, es una obra que analiza en profundidad los elementos que hoy por hoy caracterizan a los medios en sus diferentes soportes. Un periodismo cortesano viene a ser la continuación de otras tres obras: La prensa chilena en el siglo XIX. Patricios, letrados, burgueses y plebeyos (2014), Prensa y sociedad en Chile, siglo XX (2014) y La república de papel. Prensa y sociedad en Chile, 1812-1840 (2021). Se trata de libros fundamentales para estudiar y reconstruir el desarrollo de la prensa de la mano con la evolución de la sociedad y entender las particularidades del sistema de medios en estrecha ligazón con las luchas por el poder que han marcado el devenir político chileno desde 1810, cuando comenzó el proceso de independencia de España.