La clase obrera chilena como sujeto de la Historia

Por Marcel Garcés

El libro Vida y Trabajo de la clase obrera chilena -Los trabajadores de la textil Sumar y la Metalúrgica Madeco entre las décadas de 1940 y 1960, del profesor Sebastián Leiva Flores, publicado en la colección Historia de la editorial LOM, expone y analiza un capítulo generalmente olvidado, o evitado y derechamente invisibilizado por lo que podemos definir como la “historia oficial”, una historiografía fundada en los intereses  de las clases políticas y económicas dominantes.

Se trata de un estudio que sitúa a un destacamento concreto de la clase obrera chilena, como sujeto social y político, actor de un proceso trascendente de su historia como “clase”, y de una experiencia vital de organización, de maduración de su conciencia, de formación de sus estructuras sindicales y de adquisición de una experiencia de lucha social.

De acuerdo al prologuista de la obra, el historiador  Sergio Grez Toso, “se trata de una historia de hombres y mujeres de carne y hueso que distaban mucho de componer un ejército proletario homogéneo y plenamente consciente de su lugar en la historia burguesa, actuando de manera consciente con dicha conciencia”.

Grez postula que “las claves sugeridas por Sebastián Leiva, sin duda “enriquecerán nuestra historiografía social, y alimentarán los debates sobre quienes son o pueden ser los sujetos protagonistas del cambio social en una época en la que el llamado “fin de las utopías” nos hiere permanentemente y nos desafía a imaginar nuevas utopías posibles”.

Así, Vida y trabajo de la clase obrera chilena de Sebastián Leiva Flores, junto a su objetivo de carácter  historiográfico, entra en un debate político actual, que deriva en una confrontación política e ideológica, donde partes interesadas deforman, ocultan, tergiversan o niegan los hechos que pudieran referirse a los trabajadores y su participación social y política, y recubren con prejuicios, descalificaciones o desnaturalización su rol histórico social.

Ya no solo se trata de eludir, caricaturizar, negar su rol como factor determinante en los procesos productivos en el desarrollo de la economía nacional, sino ocultar su protagonismo social y político, su rol en la maduración  de la conciencia colectiva de la explotación, de la injusticia social y el avance consiguiente de la democracia en el país.

Ello forma parte de la experiencia colectiva del movimiento obrero en las luchas reivindicativas que asumieron en el desarrollo de sus organizaciones sindicales y la conciencia política, en la experiencia que  fue adquiriendo en años de lucha, de represión, muchas veces sangrienta, y de una compleja tarea política, orgánica y de organización y adquisición de su conciencia de clase.

Así, el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, la  dictadura militar derechista y empresarial encabezada por el general Augusto Pinochet, es la culminación de un proceso no solo de explotación, sino que pretendía aniquilar humana y políticamente, con el asesinato de sus líderes, con la represión y el exilio de sus organizaciones sindicales y políticas (de clase, con el fin de paralogizar el desarrollo de una fuerza social que amenazaba sus intereses.

Reconstruir –a través de la memoria histórica- la identidad de la clase obrera chilena, el carácter de sus relaciones con los barrios donde vivían, con el mundo de la cultura y del deporte, pero sobre todo la formación e influencia de los colectivos obreros en los procesos políticos y sociales, en los cuales fueron protagonistas, es tanto una recuperación de la historia de estos como un reconocimiento de su rol en el desarrollo de su quehacer y su aporte e influencia en el devenir político del país.

Sin esos procesos crecidos en torno a los sindicatos, a las fábricas, la generación de centrales sindicales nacionales, no se puede explicar objetivamente los procesos políticos y sociales que llegaron hasta el accionar político de partidos, al desarrollo ideológico, cultural y social de Chile, y en definitiva a la conquista del gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, un punto culminante de un proceso de unidad, de conciencia,  de una voluntad de progreso y de cambio, y de democracia que solo pudo ser paralizado con la fuerza de las armas y la conspiración de la derecha política, social y empresarial.

Leiva Flores constata, dice en su contratapa el libro Vida y trabajo de la clase obrera chilena, de la colección Historia del amplio catálogo de LOM Ediciones, en una incitación a la lectura de su inspirador texto, que “el mundo del trabajo y de los trabajadores es más amplio y diverso que los muros de la fábrica, la sede sindical y la confrontación con los patrones, recordando la historia de los obreros y obreras de la textil Sumar y la metalúrgica Madeco, entre el nacimiento de ambas empresas en los años cuarenta hasta fines de la década de los sesenta”.

Junto a la interrelación con el municipio de la comuna de San Miguel y las poblaciones de su territorio, “a la vez, las obreras y obreros de Sumar y Madeco heredaron experiencias y prácticas formadas en las décadas previas, recogiendo, en diverso grado, influencias del mutualismo, anarquismo, marxismo, cooperativismo y socialcristianismo, corrientes que prolongaron su accionar, con distinta fuerza, hasta los años sesenta, constituyendo el sustrato de la heterogénea identidad que caracterizó a la clase obrera”.

Ampliando las fuentes ideológicas y políticas de la inspiración y del quehacer de lo que Leiva Flores no deja de reconocer como “clase obrera”, se aleja de quienes ha buscado, desde la dictadura y hasta el presente, enmarcar a los trabajadores en una masa social desdibujada, y más aún, neutra, tras una caracterización engañosa, que desfigura su carácter y el rol de sujetos del cambio y del progreso, al que fueron destinados por la historia.

Hay quienes, atendiendo a necesidades de la coyuntura de interesados y abrumadores ataques a los “partidos políticos”, desperfilan deliberadamente el rol de la “clase obrera”, de sus organizaciones sindicales,  en los procesos políticos y sociales vividos por Chile a lo largo de su historia,  encerrándolos en conceptos, entre mediáticos y propagandísticos, de una sociología al servicio del neoliberalismo imperante, como “la calle”, las “organizaciones sociales”, “ciudadanos” y otras denominaciones que restan fortalezas orgánicas a sus expresiones sindicales (“de clase”) y las ubican en las olvidadas fronteras de las utopías meramente nostálgicas de un pasado que no quieren recordar y mucho menos  revivir.

No elude el autor una mirada crítica, que dada su pertenencia familiar y juvenil a las barricadas comunistas, resulta también autocrítica a determinados  orientaciones o interpretaciones partidistas de carácter táctico u orgánico, consignas de coyuntura convertidas en principios programáticos estratégicos de una filosofía y, que muestra -según su análisis- sus carencias sobre todo a partir del comportamiento de distintos sectores de los trabajadores, antes y durante el gobierno de la Unidad Popular.

“Comenzando a perder la inocencia, observaba que ni el mundo de los trabajadores estaba “naturalmente” con su identidad en la izquierda, ni sus formas predominantes de acción eran las de carácter rupturista” comenta el autor, en la introducción a su libro y al referirse a sus primeros acercamientos a la investigación histórica.

El libro hace una sucinta relación del desarrollo de la economía del país en los años 50 y 60, la posición de los gremios empresariales frente a las medidas de desarrollo y de naciente “política social” impulsada por el Estado Desarrollista, los gobiernos y sectores políticos, del escenario donde se iban desarrollando las contradicciones, negociaciones  y demandas y hasta la colaboración entre el capital y el trabajo, particularmente en Madeco, la presencia de políticos y empresarios impulsores de una visión cristiana, que se establece como alternativa a la práctica capitalista ortodoxa y que confronta la lógica marxista de la lucha de clases como eje confrontacional que marca el acontecer político de la época.

Para la DC, se establece en el texto, el diagnóstico es claro: “el país enfrenta una crisis socioeconómica que se manifiesta en el lento crecimiento, la inflación, la desigual distribución del ingreso y la progresiva dependencia del exterior, agravado ello por la existencia de una estructura productiva distorsionada y por la escasa injerencia y limitados beneficios para el país en la explotación del cobre“.

Frente a aquel diagnóstico, la propuesta de la democracia cristiana fue la modernización de la agricultura, la conquista de nuevos mercados externos, la expansión de la  minería, el crecimiento industrial y la habitación para todos.

Por su parte, los gremios empresariales  criticaban “el exceso” de intervencionismo estatal en la economía, que estaba “atentando contra la libertad de empresa”.

Por otro lado, la SOFOFA, en el año 1947, coincidiendo con la estrategia de la Guerra Fría, acusa de “pasividad“ al Gobierno de Gabriel González Videla (1946-1952), tras un periodo de huelgas y paros impulsados por un movimiento sindical orientado por el Partido Comunista de Chile, en un escenario innegable e indiscutible de confrontación Este-Oeste.

Según el libreto estadounidense, el empresariado local, crítico hasta ese momento de González Videla, declara que las huelgas y paros estarían “desquiciando” la economía nacional, manifestándole al mismo tiempo que podría contar con su “apoyo incondicional” en la adopción de medidas “que restablecieran el orden y el cumplimiento estricto de las leyes del trabajo”.

Claramente, los empresarios de la época optan por la estrategia de “contención “ del comunismo que Washington impulsaba o imponía en Chile, América Latina y el mundo occidental, desde la Casa Blanca y el Pentágono, y suscriben la doctrina de la Guerra Fría como  epílogo de la Segunda Guerra Mundial.

En 1947, González Videla impuso la Ley Permanente de Defensa de la Democracia, denominada popularmente como la Ley Maldita, que proscribe al PC (que le apoyó en la elección presidencial), persiguió y exilió al poeta Pablo Neruda (que fue su jefe de campaña), reprimió a dirigentes sindicales y disolvió sus sindicatos.

El libro de  Sebastián Leiva Flores registra la acción “desarrollista” del Estado, bajo los gobiernos de Ibañez, Arturo Alessandri y los del Frente Popular, sus contradicciones con los grupos empresariales y los límites de su accionar.

Pero al mismo tiempo, apunta que “las obreras y los obreros que trabajaron en Madeco y Sumar, en sus primeras décadas de funcionamiento, crecieron y se formaron en los años que se iniciaban en el país hondas transformaciones en su sistema político institucional, viviendo la configuración de un Estado que incorporaba gradual y parcialmente nuevos actores y demandas”.

Si bien, agrega el autor, “las transformaciones políticas institucionales comenzaron a concretarse en los años treinta, su origen se remontaba al impulso relativamente reformador de Arturo Alessandri Palma, traducido en un conjunto de leyes sociales y laborales, así como en un nuevo ordenamiento constitucional y luego al reformismo autoritario de Carlos Ibáñez del Campo, que, a la vez que sistematizó y materializó esas leyes, promovió instituciones y orientaciones que ampliaron la presencia del Estado en el ámbito económico”.

Sucesivamente se dictan leyes y establecen políticas y organismos que reglamentan el trabajo y establecen la legislación laboral, se establece la sindicalización y se legisla sobre la huelga general, el contrato de trabajo, la fijación de la jornada laboral, los mecanismos de despido, procedimientos de arbitraje y conciliación, creándose los tribunales pertinentes, protección de accidentes y enfermedades profesionales y las indemnizaciones del caso y la instauración de la previsión social.

Pero, ”a pesar de la cobertura y protección que fue entregando el Estado a través de la legislación que se dictó en las décadas del veinte y treinta, al acercarse la mitad del siglo había relativa conciencia entre los diversos sectores políticos y  sociales de que ésta no lograba responder a las necesidades básicas de los trabajadores y sus familias”.

Paralelamente a esta acción política gubernamental, el libro de Leiva Flores da cuenta, en el segundo capítulo de la obra, “Los trabajadores y la comuna de San miguel en la primera mitad del siglo XX”, de una intensa vida social y acción política, a partir de la organización obrera, de los sindicatos, anotando que “producto de la extensión que fue alcanzando la cuestión social, los trabajadores se fueron asociando e identificando con diversas matrices doctrinarias, entre ellas el anarquismo, el socialismo, el liberalismo  popular y el socialcristianismo, formándose una experiencia significativamente heterogénea”.

Aquellas corrientes, agrega el texto, “con avances y retrocesos, continuaron influyendo en la creciente clase obrera tras la reorganización institucional de la década del veinte, aportándoles a quienes se fueron sumando al mundo del trabajo, prácticas y hábitos como la organización sindical, la huelga, el apoyo mutuo y la preocupación por la recreación, el deporte y la cultura”.

Así, en lo que busca ser una relación histórica del proceso de generación de movimientos diversos  en el mundo laboral, se llega, en un proceso de experiencias de distinto resultado y discusión política e ideológica, a la constitución de centrales obreras que ponen en la agenda política social la unidad de los trabajadores, antes que la diferenciación por estrategias ideológicas, y hasta religiosas.

Así se llega a la caracterización y relato del rol de “la república independiente de San Miguel”, cuya pertenencia es aún motivo de orgullo para quienes  vivieron su épica, sus fábricas, sus obreros, sus intelectuales y artistas, la relación con las barriadas populares, experiencia que es relevada en la obra como el ethos social y cultural, en la que se desarrollaron experiencias humanas, sindicales, políticas y culturales relevantes.

Y de ellas dos escenarios laborales, Madeco y Sumar, con colectivos obreros, cuya influencia social y política se hizo evidente en el escenario político social de la capital chilena.

La obra Vida y Trabajo de la clase obrera chilena. Los trabajadores de la textil Sumar y la metalúrgica Madeco, entre las décadas de 1940 y 1960 rinde homenaje a esos protagonistas de la historial sindical y social de Chile, y constituye un aporte necesario, indispensable para  al conocimiento histórico de sus orígenes, episodios, contradicciones y motivo para seguir investigando sobre un pasado de luchas sociales e ideológicas, un presente que abre perspectivas, y de aprendizajes  para el futuro.

Pero también de un pasado que constituye herencia y perspectivas.

En fin, se pregunta nuestro autor, en sus conclusiones finales: “¿Cómo era la clase, ad portas del decisivo gobierno de la Unidad Popular?”

Y deja una respuesta, que más bien abre interrogantes, nuevos campos para la investigación y la discusión: “Varias investigaciones permitirían suponer que, en la  formación  de la identidad de la clase obrera, el sindicalismo de matriz rupturista y los partidos populares no habían estado solos, pudiendo señalarse que, producto de la diversidad de doctrinas e instituciones con las cuales se habían relacionado en sus industrias y poblaciones, habían llegado a los años sesenta con una identidad menos homogénea de lo supuesto”.

En relación a esa impresión, y sin pretender cerrar o decretar nada, es posible señalar que, en el ocaso de los años sesenta, los obreros manifestaban condiciones y prácticas que les dieron un sustrato identitario común, como vivir problemas similares, compartir un lugar en la ciudad, tener hábitos asociativos parecidos y plantearse igualmente dispuestos a la movilización. A la par expresaban una diversidad de afinidades doctrinarias, prácticas culturales e ideales individuales y colectivos, proyectando una identidad con claros rasgos de heterogeneidad.

Ahora, si bien esa “identidad heterogénea” le dio a la clase obrera una significativa riqueza, parte de la cual trató de recogerse en este largo escrito, a la vez le dificultó, a ella y a quienes reclamaron su dirección y la de los trabajadores, la articulación de un proyecto común. Ello en el momento en que se disputada un reordenamiento profundo y de largo aliento, del poder del Estado”.

(fin)