La caza de los indígenas
Texto recogido de la introducción del libro “Las cacerías del hombre. Historia y filosofía del poder cinegético”.
Establecer la historia de la caza de hombres es escribir un fragmento de la larga historia de la violencia de los dominantes; es consignar la historia de las tecnologías de depredación, indispensables para la instauración y reproducción de las relaciones de dominación.
La caza del hombre no debe ser comprendida aquí como una metáfora. En realidad, designa fenómenos históricos concretos en los que seres humanos fueron acosados, perseguidos, capturados o muertos mediante formas de caza; prácticas regulares, a veces masivas, cuyas primeras manifestaciones fueron teorizadas en la antigüedad griega antes de conocer un auge formidable en el período moderno, junto con el desarrollo de un capitalismo trasatlántico.
La caza se define como «la acción de cazar, de perseguir», lo que «se dice particularmente de la persecución de animales». Existe la caza de persecución y la caza de expulsión, la caza que captura y la caza que excluye; dos operaciones diferentes, pero que pueden articularse en una relación de complementariedad: cazar hombres, acosarlos, a menudo supone antes haberlos cazado, expulsado o excluido de un orden común. Toda caza se acompaña de una teoría de la presa que nos dice por qué, en virtud de cuál diferencia, de qué distinción, algunos pueden ser cazados y otros no. La historia de la caza de hombres debe consignarse entonces a través de las técnicas de persecución y captura, pero también de los procedimientos de exclusión, las líneas de demarcación trazadas en el seno de la comunidad humana con el fin de definir cuáles son los hombres que pueden ser cazados.
Pero el triunfo del cazador —y su placer— sería de menor intensidad si el hombre cazado no fuera de todas maneras un hombre. La emoción suprema, al mismo tiempo que la demostración absoluta de la superioridad social, es cazar seres que sabemos que son hombres y no animales. Es que, como dice Balzac en una fórmula que podría servir de axioma, «la caza del hombre es superior a la otra caza en forma equivalente a la distancia que existe entre los hombres y los animales». El reconocimiento de esta distancia le es necesario al mismo tiempo que la niega. En ello reside el desafío: borrar la distancia entre el hombre cazado y una presa animal, no solo teóricamente, sino también en la práctica, mediante la captura o la muerte. El reconocimiento implícito de la humanidad de la presa, a la vez que la oposición práctica a este, son, entonces, las dos actitudes contradictorias que constituyen la caza del hombre.
Si hay una animalización, es tal vez en el sentido que escribe Hannah Arendt. «El hombre no puede ser plenamente dominado a menos que se convierta en un espécimen de la especie animal hombre». La dominación total, el horizonte difícil de alcanzar, no pasa entonces por la animalización de los seres humanos en el sentido de que estos deberían dejar de ser «hombres», sino por la reducción de su humanidad al estado de «animalidad humana» —una animalidad que siempre está llena de recursos temibles—.
El problema principal se deriva del hecho de que el cazador y la presa no pertenecen a especies diferentes. Como la distinción entre el depredador y su presa no está inscrita en la naturaleza, la relación de la caza no está nunca al amparo de un cambio de posiciones. A veces, las presas se unen y se convierten, a su vez, en cazadores. La historia de un poder es también la de las luchas por su derrocamiento.
A continuación, lxs invitamxs a leer el capítulo cuarto de este libro, titulado “La caza de los indígenas”, donde Grégoire Chamayou se refiere a las cacerías de esclavitud y exterminio que llevaron a cabo los europeos durante la invasión y conquista del llamado "Nuevo Mundo".