Del Frente Popular a la reunificación de la izquierda (Antecedentes de la Unidad Popular, 2da parte)
Compartimos la segunda parte de un recorrido breve por algunos de los antecedentes históricos de la Unidad Popular, escrito por el historiador Mario Garcés. El texto corresponde a uno de los capítulos preliminares del libro "La Unidad Popular y la Revolución en Chile", cuyo autor es el propio Garcés y que se encuentra en preparación. En esta oportunidad, transitaremos desde el fin del Frente Popular hasta la reunificación de la izquierda en la antesala de la década de 1970.
Puedes leer la primera parte aquí.
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Con el Frente Popular, la izquierda chilena mejoró sus posiciones en el sistema político, ocupando cargos de gobierno y eligiendo sus propios diputados y senadores. El movimiento obrero, por su parte aceptó la nueva legislación laboral, surgida en los años veinte, pero, como se indicó en el Congreso fundacional de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), en diciembre de 1936, “sin renunciar a la lucha de clases”. Esa decisión colaboró en la “institucionalización” del conflicto obrero, preservando, sin embargo, importantes grados de autonomía del sindicalismo.
El sindicalismo sufrió entonces también los efectos de la represión y de la “regresión democrática”. Los avances del Frente Popular se mostraron limitados hacia fines de los años cuarenta sobre todo en su capacidad para reconocer los derechos sociales y políticos del campesinado y en atender los graves problemas sociales que se acumulaban en la vida urbana que creció significativamente desde los años veinte.En el mediano plazo, se fortaleció la industria nacional y se amplió el sistema nacional de educación y salud. Sin embargo, desde el punto de vista político, la alianza de la izquierda con los radicales se mostró débil y sobre todo inestable hasta que en 1947 los comunistas fueron expulsados del gobierno y puestos fuera de la ley.
En los años cincuenta, luego de evaluar los límites que representó el Frente Popular, tanto los movimientos sociales como la Izquierda política vivieron profundos y significativos cambios en sus modos de relacionarse con el Estado, reorganizarse y proyectar los necesarios y urgentes cambios sociales que debía enfrentar la sociedad. En 1953 se fundó la Central Única de Trabajadores (CUT) en la que Clotario Blest jugó un activo papel como el mayor dirigente obrero de la época. La CUT afirmó su autonomía y reunificó a la clase obrera que había terminado fuertemente dividida en los años cuarenta, entre comunistas y socialistas. Estos últimos luego de saldar, al menos parcialmente sus disputas también se reunificaron dando origen, en conjunto con los comunistas, al Frente de Acción Popular (FRAP) en 1956.
En este contexto de reorganización y unidad, tanto de la izquierda como de los sectores populares organizados, Salvador Allende fue candidato a la presidencia por el FRAP en 1958 y perdió la elección por escasos 30 mil votos. El pueblo chileno, con límites por cierto, se había convertido en un actor social y político relevante en la sociedad, que no solo no podía ser ignorado por las distintas fuerzas políticas, sino que además contaba con sus propias organizaciones sociales. La relación entre lo social y lo político se fue entonces complejizando y enriqueciendo, en el sentido del papel cada vez más decisivo que jugaban los partidos políticos –especialmente de izquierda pero también del centro político, cuando se creó la Democracia Cristiana, en 1957- para definir los proyectos de cambio social así como las sucesivas y siempre insuficientes reformas en el Estado. Los grupos populares organizados, por su parte, hacían sus propios aprendizajes de relativa autonomía y convergencia con el sistema de partidos políticos.Por otra parte, mientras los campesinos, a pesar de sus movilizaciones sectoriales, permanecían invisibilizados en la escena política, los pobres de la ciudad, es decir los pobladores, debutaron con una de las más simbólicas “tomas de sitios”, que dio origen a la Población La Victoria, en la ciudad de Santiago, el 30 de octubre de 1957.
América Latina se estremeció con el triunfo de la Revolución Cubana, del 1 de enero de 1959, y su impacto marcó de diversos modos la animada década de los años sesenta. Se difundió entonces la “teoría de la dependencia” que indicaba que el desarrollo de los países del norte era la causa del subdesarrollo de los países de sur, al tiempo que los revolucionarios cubanos indicaban “Que la revolución es posible, que los pueblos pueden hacerla, que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces de impedir el movimiento de liberación de los pueblos”.[1] Los Estados Unidos buscaron hacer frente a la Revolución Cubana a través de la Alianza para el Progreso, una iniciativa que admitía la necesidad de hacer reformas en América Latina –como la reforma agraria y de los sistemas tributarios- que alcanzó gran impacto en Chile, cuando triunfó Eduardo Frei, de la Democracia Cristiana en las elecciones presidenciales de 1964.
La izquierda chilena, animada por los resultados electorales de 1958, buscó repetir la hazaña en 1964, sin embargo, ante las evidentes posibilidades de triunfo de Allende, la derecha decidió apoyar a Eduardo Frei, quién superó el 50% de los votos de los chilenos. La derrota de la izquierda de 1964 provocó diversos cuestionamientos a la “vía electoral”, que se tradujo, entre otros, en el surgimiento de Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en 1965, que proclamó la lucha armada como el camino de la revolución socialista y en las polémicas decisiones del Partido Socialista en su Congreso de Chillán de 1967, en que sostuvo no solo que su meta era “la toma del poder como objetivo estratégico” sino también que la violencia revolucionaria era “inevitable y legítima” y que ésta constituía “la única vía que conduce a la toma del poder…” y que “Solo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista.”
Con todo, ni el MIR ni el PS lograron hacer de la “vía armada”, al menos en esta etapa, una estrategia viable para superar la crisis de la izquierda. Sin embargo, los “vientos revolucionarios” soplaron más fuerte en la sociedad civil, en las Universidades que fueron reformadas; en la Iglesia que se acercó al pueblo y a los pobres; en el sindicalismo que incrementó sus movilizaciones; en los campesinos que se vieron favorecidos por una nueva ley de sindicalización y el inicio de la reforma agraria, bajo el gobierno de Frei; y entre los pobladores que contaron con mejores condiciones para expandir sus movilizaciones y multiplicar las tomas de sitios a partir de 1967.
Para los comunistas, la unidad PC - PS, era una sólida base para el cambio que había que emprender y así lo expresó en un Manifiesto al Pueblo, en diciembre de 1968: “Comunistas y socialistas somos las fuerzas políticas más avanzadas. Luchamos por el cambio completo de la sociedad, por la supresión del capitalismo y su reemplazo por el socialismo. Ambos partidos tenemos nuestro principal punto de apoyo en los trabajadores. El entendimiento socialista-comunista es la base de la unidad de la clase obrera y esta unidad es la roca de granito sobre la cual debe desarrollarse el movimiento popular”.[2] Paradojalmente, el reformismo demócrata cristiano, terminó colaborando con la mayor movilización popular mientras el gobierno del propio Frei, hacía evidentes sus límites al punto que surgieron en sus propias filas militantes que sostuvieron la necesidad de “una vía no capitalista de desarrollo”. Todo parecía abonar el terreno para que la izquierda se reunificara, ampliara las alianzas y buscara enfrentar de nuevos modos, con un renovado programa de cambios, la elección presidencial de 1970.
[1] Segunda Declaración de La Habana, La Habana, febrero 4 de 1962.
[2] Partido Comunista. Manifiesto al pueblo, diciembre de 1968. En: Luis Corvalán L. Camino de Victoria. Sociedad Impresora Horizonte Ltda.