Antecedentes de la Unidad Popular, primera parte
El 4 de septiembre próximo se cumplirán cincuenta años del triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970, cincuenta años del triunfo democrático de la Unidad Popular. Aquella noche, Allende habló desde los balcones de la FECH y agradeció a la juventud y al pueblo de Chile por la gran batalla electoral librada y por la limpia victoria alcanzada: "Esta noche que pertenece a la Historia, en este momento de júbilo, yo expreso mi emocionado reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes de las fuerzas sociales que hicieron posible esta victoria que tiene proyecciones más allá de las fronteras de la propia patria".
La historia de la Unidad Popular hace parte de la historia del socialismo en el territorio chileno y de tantos otros movimientos que han luchado por la liberación de los pueblos. A continuación, compartimos la primera parte de un recorrido breve por algunos de los antecedentes históricos de la Unidad Popular, escrito por el historiador Mario Garcés. El texto corresponde a uno de los capítulos preliminares del libro "La Unidad Popular y la Revolución en Chile", cuyo autor es el propio Garcés y que se encuentra en preparación. En esta oportunidad, transitaremos desde mediados del siglo XIX hasta la conformación del Frente Popular.
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La historia del socialismo en Chile se puede remontar a mediados del siglo XIX, cuando Francisco Bilbao y Santiago Arcos fundaron, en abril de 1850, la Sociedad de la Igualdad, con el propósito de realizar en Chile, una revolución pacífica, pero profunda de la sociedad.
La Sociedad de la Igualdad convocó a los artesanos y trabajadores manuales, que la elite comenzaba a denominar indistintamente como artesanos u obreros. Para el historiador Vicuña Mackenna, en el núcleo originario de esta organización predominaban ideas “niveladoras y fundentes” completamente ajenas a la política militante de aquellos años. No faltaron por este motivo las acusaciones a los igualitarios de “rojos” o “saint-simonianos”.
“El objetivo que nos proponemos –indicaron los igualitarios en su primera sesión constituyente– es la asociación para conseguir la vida de la fraternidad en nosotros mismos, en nuestra instituciones políticas y sociales, en nuestras costumbres, en nuestras creencias” [1]. Se trataba, de emprender una acción social y política, hasta cierto punto inédita en la vida política de la época: que grupos del pueblo se plantearan producir un cambio en la sociedad a partir de sí mismos y en función de ellos mismos.
La Sociedad de la Igualdad, ingresó pronto a las luchas políticas que en esos años dividían a liberales y conservadores, tuvo corta vida y fue suprimida cuando el gobierno, en medio de las disputas de estos grupos, decretó a fines de 1850, el “estado de sitio”. El juicio del Ministro Antonio Varas fue categórico: “Imitando ejemplos recientes de otros países se creó y organizó un club bajo el nombre de Sociedad de la Igualdad, que se dividió en grupos con sus jefes… En las reuniones de estos clubes se hacen predicaciones subversivas, se explotan la ignorancia y las malas pasiones de la clase poco acomodada… De reuniones aisladas se ha pasado a reuniones generales, de noche a reuniones a la luz del día… La Sociedad de la Igualdad se ha convertido en un foco de insurrección, donde los afiliados se alientan para cuando llegue el momento de obrar, y donde se aleccionan y organizan para la acción…” [2].
De este modo, tempranamente los artesanos chilenos y los intelectuales que los acompañaron, hicieron visible el conflicto social que fue configurando desde el siglo XIX la historia social y política chilena. A la Sociedad de la Igualdad, le siguió en la segunda mitad del siglo XIX, un importante movimiento mutualista, articulado en torno a “sociedades de socorro mutuo”, de base artesanal así como diversas rebeldías populares más amplias y heterogéneas, de base peonal. Sin embargo hacia fines del siglo XIX, pero con mayor claridad al iniciarse el siglo XX hizo su aparición en escena un vigoroso movimiento obrero en la minería, los puertos y la naciente industria en Santiago y Valparaíso. Las organizaciones populares entonces se diversificaron y las hubo de base industrial como también comunal y nacional.
En los primeros años de siglo XX estalló la “cuestión social”, que se expresó como deterioro de las condiciones de vida de los pobres y como protesta social desde los sectores obreros más organizados. Un ciclo de grandes huelgas y motines obreros y populares abrieron el nuevo siglo: la huelga portuaria de Valparaíso de 1903; la huelga de la carne en Santiago, en 1905; la huelga ferroviaria y minera de Antofagasta de 1906; y la mayor de todas, la gran huelga salitrera de 1907, que culminó con la masacre de la Escuela Santa María de Iquique.
Miles de trabajadores chilenos se movilizaron en estos años, en la capital y en las provincias, haciendo visibles no solo sus demandas, sino que también sus aprendizajes sociales y políticos que transitaban en la dirección de una conciencia clasista que les indicaba el lugar que ocupaban en la sociedad –como clase explotada y dominada- además de la necesidad del “despertar, la ilustración y la unidad” para transformar la sociedad, con un horizonte democrático, libertario y socialista. Si el mutualismo hizo posible expandir las prácticas asociativas y de solidaridad social, el sindicalismo de facto de principios de siglo XX dio lugar a los primeros aprendizajes de la lucha social como “lucha de clases”. Ya no solo habría distancias con el Estado sino que también abierta confrontación.
En esta etapa, en 1912, Luis Emilio Recabarren, histórico dirigente obrero chileno fundó el primer partido político genuinamente popular, el Partido Obrero Socialista. Y hacia 1918, cuando se debilitaba el viejo estado oligárquico, el movimiento obrero, que había generado su propia organización nacional, La Federación Obrera de Chile (FOCH), protagonizaron los mítines del hambre y comenzaron a poner en cuestión el viejo orden social, proclamando además que “Una vez que la Federación Obrera sea poderosa, determinará la abolición de sistema de explotación basado en la propiedad privada, y será reemplazado por una nueva organización dirigida por todos los Consejos Federales de la Republica”[3] De modo semejante a la Sociedad de la Igualdad de 1850, ahora en 1921, la FOCH proponía que el cambio de la sociedad sería posible fortaleciendo al propio movimiento obrero, ya que “la emancipación obrera debía ser obra de los propios trabajadores”.
En los años treinta, la sociedad chilena comenzó a vivir profundas transformaciones, como producto de la crisis de la economía mundial que desarticuló la industria salitrera, principal producto de exportación del país, así como por los cambios políticos que se había iniciado en los años veinte, y que habían llevada a la promulgación de una nueva Constitución Política del Estado, la de 1925. En el segundo lustro de la década del treinta, se fue configurando el mayor proyecto político nacional con participación social y política de los obreros organizados y los partidos populares: el Frente Popular. Se trató de una coalición de partidos, que unificó a los radicales con los socialistas y comunistas e incluso a la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), los que permitieron el triunfo de Pedro Aguirre Cerda como presidente en 1938. En su gabinete debutó como Ministro de Salud, el joven Salvador Allende.
Con el Frente Popular, la izquierda chilena mejoró sus posiciones en el sistema político, ocupando cargos de gobierno y eligiendo sus propios diputados y senadores. El movimiento obrero, por su parte aceptó la nueva legislación laboral, surgida en los años veinte, pero, como se indicó en el Congreso fundacional de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), en diciembre de 1936, “sin renunciar a la lucha de clases”. Esa decisión colaboró en la “institucionalización” del conflicto obrero, preservando, sin embargo, importantes grados de autonomía del sindicalismo. En el mediano plazo, se fortaleció la industria nacional y se amplió el sistema nacional de educación y salud. Sin embargo, desde el punto de vista político, la alianza de la izquierda con los radicales se mostró débil y sobre todo inestable hasta que en 1947 los comunistas fueron expulsados del gobierno y puestos fuera de la ley. El sindicalismo sufrió entonces también los efectos de la represión y de la “regresión democrática”. Los avances del Frente Popular se mostraron limitados hacia fines de los años cuarenta sobre todo en su capacidad para reconocer los derechos sociales y políticos del campesinado y en atender los graves problemas sociales que se acumulaban en la vida urbana que creció significativamente desde los años veinte.
[1] Julio César Jobet, Santiago Arcos y la Sociedad de la Igualdad. Editorial Cultura, Santiago, 1942, p. 113..
[2] Ibid, p. 137.
[3] Mario Garcés y Pedro Milos. FOCH, CTCH, CUT Las Centrales Unitarias en la historia del sindicalismo chileno. Ediciones ECO, Santiago, 1988. p. 25.