Violencia política sexual y terrorismo de Estado en la dictadura civil-militar en Chile: la violencia como herramienta de control y represión sistemática

"Los testimonios recopilados en la investigación develan no sólo la crueldad y la vesania de quienes llevaron a cabo las acciones, sino que también demuestra el alineamiento de las mismas con una serie de objetivos políticos, entre los cuales el fundamental era generar las condiciones para recomponer el sistema de dominación capitalista burgués y patriarcal."

 

Uno tira de mis muñecas haciéndome avanzar por el pasillo. Ahora tira de mí también el otro poniéndome la mano en la garganta de tal manera que ya no puedo gritar, y ya no quiero gritar por temor a acabar estrangulada. Ahora tiran los dos de mí. Ya estoy tendida en el suelo. Del bolsillo de la chaqueta se me escapa algo que tintinea. Deben de ser las llaves de casa, mi manojo de llaves. Llego a tocar con mi cabeza el peldaño más bajo de la escalera, siento en la espalda la humedad fría de las losetas. Arriba, junto a la puerta entreabierta por la que se cuela algo de luz, uno de los hombres hace guardia mientras el otro desgarra mi ropa interior, haciéndose camino violentamente....

A fines de abril de 1945 las tropas del Ejército Rojo habían iniciado el asalto de la ciudad de Berlín, el corazón de la «bestia parda». Los soldados del mariscal Zhúkov, héroe de la Unión Soviética, arrasaron con las últimas defensas nazis, tomaron el control de la ciudad y precipitaron, pocos días después, la rendición de la Alemania nazi. De esa manera concluyó la Segunda Guerra Mundial en Europa. No obstante, la brillante epopeya protagonizada por las tropas soviéticas se vio seriamente empañada por los abusos que esos mismos soldados cometieron contra la población civil, en especial contra las mujeres. Acicateados por el deseo de revancha y estimulados por la propaganda soviética, en especial por los poemas del poeta-militante Iliá Ehrenburg, miles de soldados soviéticos violaron sistemáticamente, y en no pocas ocasiones asesinaron a mujeres polacas, húngaras, checas y, especialmente, alemanas. No fue muy diferente el comportamiento de las tropas francesas, norteamericanas y británicas en sus respectivas zonas de ocupación en Alemania. De hecho, los soldados norteamericanos ya se habían destacado por abusar sexualmente de ciudadanas francesas e italianas durante las campañas militares en esos territorios. Muy similar fue la conducta de las tropas coloniales francesas en Indochina, de las tropas británicas en Birmania y de los holandeses en Indonesia. En todas y cada una de estas regiones los soldados que representaban a las democracias occidentales o al «hombre nuevo» surgido de la Revolución Bolchevique se comportaron de similar manera que los soldados nazis o las tropas del Imperio japonés.
 
En algunos casos, como en la ideología nazi del «espacio vital» o en el programa japonés de «esfera de coprosperidad de la Gran Asia oriental», el expansionismo militar se fundaba en una compleja hibridación de capitalismo industrial, superioridad racial, autoritarismo político y culto a la masculinidad. Bajo estas premisas las personas y los bienes del enemigo pasaban a constituirse en botín de guerra y, en esas condiciones, quedaban a merced de los conquistadores. Los y las enemigos y enemigas podían ser asesinados, encarcelados, explotados, confiscados y violados. A partir de este momento la guerra trasladó el teatro de operaciones de combate a la retaguardia, transformando a los civiles en un objetivo militar. No es extraño, en consecuencia, que una vez que la guerra experimentó un giro desfavorable para las potencias del Eje, quienes habían sido objeto de abusos y violaciones sistemáticas a sus derechos humanos hayan actuado con la misma saña contra sus adversarios y que, incluso, hayan reproducido en parte sus prácticas más aberrantes. Las guerras posteriores, como las de Corea, Medio Oriente y Vietnam, las guerras de descolonización, como Angola y Mozambique, o las guerras civiles (revolucionarias y contrarrevolucionarias), siguieron colocando a la población civil en el centro del accionar militar. Los «bombardeos estratégicos» desplegados por los norteamericanos en Vietnam, la «guerra contrainsurgente» de los franceses en Argelia o las políticas de segregación y represión de los israelíes en Palestina y de los Boers en Sudáfrica, expresan claramente la voluntad política de los Estados de someter a las poblaciones civiles, como parte de una estrategia general de combate a la subversión. En ese escenario, la violencia política sexual ha sido un componente fundamental. La violación de las mujeres, y en algunas circunstancias de los varones, se transformó en parte de la estrategia de dominación.
 
Esta es, precisamente, una de las claves analíticas mejor desarrolladas en el texto de Jocelyn Maldonado, Violencia politica sexual y terrorismo de estado en la dictadura civil-militar en Chile. Su pertinencia y el rigor con el cual fue utilizado invita al diálogo, a un diálogo que abra nuevos horizontes de trabajo. El apartado dedicado a la violencia sexual en contextos de guerra se encuentra muy bien construido. Especialmente pertinentes son las referencias a los textos de Joanna Bourke, que es hoy día una de las especialistas más importantes sobre esta materia. Apoyándose en Bourke, Jocelyn Maldonado nos plantea que la violencia ha sido un componente fundamental en la construcción y transferencia histórica de la masculinidad. Ello nos permite reconocer que, siendo las mujeres (las «propias» y «las del adversario») un objetivo a someter, la derrota (física y emocional) del enemigo también pasa por el sometimiento de su masculinidad. Eso hace que la práctica de castrar y empalar al enemigo se encuentre tan extendida e incluso se homologue con la práctica de la violación de las mujeres. Llamo la atención sobre estos aspectos a objeto de señalar que las violencias sobre los otros poseen dimensiones simétricas, pero efectivamente sus connotaciones simbólicas y culturales son diversas. Los estudios para las guerras civiles de Rusia (1917-1921), como el de Orlando Figes, o para la guerra civil en España (1936-1939), como el de Laia Quílez, dan cuenta de la extensión social que alcanzaron estas acciones y el valor que les asignaban los sujetos que las practicaban como reafirmación de identidad.
 
El análisis de la Guerra Fría y de la elaboración de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su relación con los golpes de Estado en América Latina, y los ulteriores procesos de reestructuración del capitalismo también se encuentran muy bien construidos. Sin embargo, hay elementos que el texto no desarrolla en profundidad que me parece importante relevar. ¿Qué hace, por ejemplo, que un carabinero de pueblo o un conscripto común y corriente desplieguen formas de tortura brutales contra personas indefensas? Al respecto, el trabajo de Daniel Goldhagen, que trata sobre las matanzas de judíos por parte del régimen nazi, pone el acento en la deshumanización del enemigo («hombres y mujeres monstruosos»), como un paso previo a la aniquilación, y de este proceso son parte no sólo aquellos más fuertemente ideologizados (militantes del partido nazi o miembros de las Waffen SS o de la Wermacht), sino que también alemanes comunes y corrientes. Ello porque la intoxicación ideológica de una sociedad opera de manera previa, formando un sustrato cultural favorable a la aniquilación. Desde esa perspectiva, la VPS del ciclo 1973-1990 en Chile hay que rastrearla en la difusión del ideario anticomunista desde comienzos del siglo XX, ideario que tuvo como soportes a la prensa escrita, la radio, los establecimientos educacionales, la conscripción militar obligatoria y la iglesia.
 
Otro aspecto que se debe destacar es la participación de las mujeres en la VPS. En este punto, como en otros, la literatura es bastante amplia. Uno de los mejores trabajos publicados en castellano es el de Mónica Álvarez, en el cual se relevan los diferentes roles cumplidos por las celadoras de los campos de concentración nazis durante Segunda Guerra Mundial. En nuestro país existen figuras emblemáticas al efecto, como Ingrid Olderock, destacada en el libro; Nélida Gutiérrez, agente de la DINA de reciente figuración pública; o Teresa Osorio, otra agente de la DINA que habría participado en un enfrentamiento que terminó con la muerte del secretario general del MIR, Miguel Enríquez. Pero con ello no quiero relevar la particularidad de los casos, sino que más bien situar el problema en las amplias adhesiones que el anticomunismo ha tenido históricamente entre diferentes grupos sociales y culturales de nuestro país, entre ellos el mundo femenino. Es evidente que no todas las mujeres que simpatizaron con el golpe de Estado de 1973 y con la dictadura durante sus 17 años de gobierno, estuvieron disponibles para llevar a cabo violaciones a los derechos humanos, y mucho menos VPS, pero no es menos efectivo que el discurso legitimador de la tortura («algo habrán hecho»), estaba ampliamente extendido entre la población. Es ahí, a mi juicio, donde se debe buscar también las adhesiones al régimen y la capacidad de movilización que éste logró desplegar.
 
Por último, la lógica restaurativa de las premisas fundantes del orden patriarcal puede observarse, también, fuera del campo de la acción del Estado y de sus organismos de seguridad. El estudio de Herbert Lottman grafica las acciones desplegadas por las milicias antifascistas francesas en contra de las mujeres que cohabitaron sentimentalmente con las tropas alemanas de ocupación. De acuerdo con Lottman, entre las prácticas más recurrentes de los milicianos, y de las turbas que los acompañaban, estaba rapar, desnudar y violar a las «colaboradoras». Se trataba no sólo de imponer un castigo ejemplar, sino que además recuperar la honra masculina que había sido avasallada durante la breve campaña militar de los alemanes en Francia (mayo a julio de 1940). En Chile no existen estudios que demuestren la existencia de fenómenos similares, pero muchos protagonistas de los acontecimientos más álgidos del período de la Unidad Popular recuerdan una consigna, escasamente extendida en las manifestaciones de la izquierda, pero no por ello inexistente: «Pa los momios paredón, pa las momias el colchón».
 
El libro de Jocelyn Maldonado nos invita a reflexionar en torno a estos tópicos y respecto de muchos otros que sería largo de enumerar en esta presentación. Por ello optamos por destacar tres que, a mi juicio, constituyen los grandes aportes de este texto. En primer lugar, define una problematización escasamente desarrollada en la historiografía chilena: la Violencia Política Sexual (VPS) operada durante el régimen dictatorial, a efectos de develar las transformaciones producidas en las relaciones de género durante el último tercio del siglo XX y vinculándola con la reestructuración del capitalismo y la reconstrucción del régimen político en Chile. En este ejercicio, sostiene la autora, se opta por una perspectiva de «análisis situado», donde el objetivo no es sólo exponer una serie de antecedentes, sino también contiene un compromiso social y político que apunta a denunciar los abusos y democratizar las relaciones. El resultado es un trabajo riguroso y a la vez desgarrador. Los testimonios recopilados en la investigación develan no sólo la crueldad y la vesania de quienes llevaron a cabo las acciones, sino que también demuestra el alineamiento de las mismas con una serie de objetivos políticos, entre los cuales el fundamental era generar las condiciones para recomponer el sistema de dominación capitalista burgués y patriarcal.
 
Un segundo aspecto que debe ser destacado es la amplitud y diversidad de recursos utilizados en la investigación. La autora revisó el archivo oral de Villa Grimaldi, pero también levantó sus propias entrevistas a informantes clave, consultó documentales y reportajes de televisión, accedió a entrevistas públicas a través de prensa digitalizada y revisó y discutió con un número significativo de trabajos relacionados con el contexto histórico del país en dictadura y con problemáticas vinculadas a las violaciones a los derechos humanos y a la memoria histórica. Sin duda un trabajo arduo y riguroso que le proporcionó un amplio volumen de información, la que fue correctamente procesada y permitió construir respuestas precisas a la problematización planteada.

Por último, quiero destacar la definición o apropiación de categorías de análisis como Violencia Política Sexual (VPS) y Sistema Sexo-Género (SSG), que le permitieron articular el conjunto del texto con la problematización central y, desde ahí, construir un modelo de análisis para las violencias políticas generizadas. Este aspecto es particularmente relevante, ya que el texto no quedó reducido a la presentación de un fenómeno, sino que nos propone un modelo de análisis que puede ser aplicado a contextos y escenarios diversos. En síntesis, se trata de un libro que define con precisión su objeto de estudio, que construye categorías de análisis que son pertinentes a la problematización y que recurre a un amplio abanico de fuentes para validar su esquema de análisis e hipótesis. Un trabajo, a todas luces, imprescindible, y aún más imprescindible en un contexto como el actual, donde la violencia política represiva vuelve a instalar la VPS como instrumento de control político y social.