Una inventora de palabras escribe una constitución
* Fotografías de Andrés Bravo
Presentación del libro Una inventora de palabras escribe una constitución. Un perfil de Elisa Loncon de LOM Ediciones, noviembre de 2022, 122 páginas. Realizada por Paula Miranda (profesora de la Facultad de Letras-PUC), el día 17 de noviembre de 2022, en Plaza de Libertad de Prensa, Barrio Concha y Toro. Junto a Claudio Alvarado, V.A. Mojica, Elisa Loncon y Pablo Slachevsky.
La última vez que compartimos con Elisa una conversación (fue en la ruka del Teatro Kimun, allá en la comuna de San Joaquín, antes del plebiscito de salida, cuando estábamos seguras de que hoy estaríamos escribiendo una historia distinta). Pero no siempre las cosas ocurren como soñamos y es probable que este libro escrito por Victor Mojica lo leamos distinto hoy que como podríamos haberlo leído, de haber ganado nuestra opción. Escribí estas breves reflexiones sobre un libro que me despierta muchas emociones y diversas ideas.
“¿Qué es más difícil: ser mapuche o cambiar un país?”, es la pregunta que nos interpela antes de leer la primera línea de este libro, por lo que este libro es más que un libro, es una invitación a conversar sobre nuestra historia recientísima a partir de la mirada que Victor Mojica tiene de una de sus protagonistas esenciales: Elisa Loncon Antileo. Nuestro periodista panameño, con vasta experiencia en realizar crónica periodística sobre memoria, violencia política y resistencia de nuestros pueblos y a quien conocí el año pasado a propósito de la entrevista que nos realizara para este libro, nos ofrece aquí justamente eso: un perfil, una versión-visión-impresión que él se ha ido formando del estallido social de octubre, del proceso constituyente y de la emergencia de una de sus lideresas más imponentes.
El término perfil tiene en el diccionario más de diez acepciones diversas. Si lo contrastamos con esas definiciones, es claramente algo más acotado que una biografía (se agradece que no sea un libro ambicioso o totalizador, lo que era una tentación). Es un tipo de relato memorialístico que bien puede servir como, y cito el diccionario: “Contorno de la figura de alguien” o bien como “Conjunto de rasgos peculiares que caracterizan a alguien”. También, y por qué no, perfil alude a una postura corporal en que no se deja ver sino una sola de las dos mitades del cuerpo. (Ver de perfil a Elisa, como ahora la veo). Claro, porque lo que aquí hay son solo algunas de sus facetas, una versión de alguien que la escruta desde una posición espacial y cognitiva específica, aunque se nutra de diversas fuentes para hacerlo.
Cada uno con su propio perfil de Elisa Loncon. Con su propia Elisa Loncon. La mía es una que comencé a admirar y querer desde el primer día que la escuché hablar públicamente en mi Universidad, con quien organizamos congresos de poesía, apoyamos a Elicura Chihuailaf para el Nacional de Literatura, visitamos cementerios y casas para reconstruir memorias, y con quien vivimos y escribimos intensamente un bello libro: Violeta Parra en el Wallmapu. Pero hablamos aquí de la Elisa Loncon que Victor Mojica ha reconstruido. Y cómo ese ejercicio de la memoria, se sobrepondrá ahora a estas facetas que cada uno tiene y atesora de Elisa.
En sus cinco partes, encabezadas por fotografías en blanco y negro de Loncon en contextos públicos casi todas; Mojica nos regala la narración de un testigo cercano, con algo de cómplice y confidente; que es capaz de explicarnos cómo es que se convierte ella en el fenómeno político y cultural que es. Relata el camino que va siguiendo nuestra protagonista para convertirse, primero en candidata a constituyente por escaños reservados a la Convención, luego en la Presidenta de la Convención Constitucional de Chile y, luego, en el personaje público que tanto impacto nacional y mundial tendrá. Es compleja su tarea, porque el género literario elegido (el de la Memoria) debería tender a rescatar más información “privada” o íntima para reconstruir al personaje público. Pero esto, Mojica, lo hace con gran sutileza y manteniendo en máximo equilibrio ético aquello que debe ser contado, y aquello en lo que él ni nadie puede o debe inmiscuirse, aunque se trate de un personaje público.
Para lograrlo, Mojica, como buen y aplicado periodista, consulta diversas y variadas fuentes: leyó toda la bibliografía existente de y sobre Elisa y los textos que ya se habían publicado sobre el proceso, como, por ejemplo, Nuestros anhelos constituyentes (de LOM); entrevistó a diversos cercanos y conocedores de su trayectoria vital, académica y pública (entre quienes me cuento); visitó lugares emblemáticos; consultó fuentes históricas y culturales; tomó con pinzas los testimonios y relatos autobiográficos de la propia Elisa, analizó contenidos de sus redes sociales. Y luego articuló esa información, desplegando un enorme arsenal de recursos narrativos. Las diversas temporalidades van y vienen, jamás siguen una línea recta ni son unívocas. Eñ foco es interno y externo y a veces se involucra en los hechos. Él llega a Chile el 1° de agosto del año 2020 y se interesa por todo lo que está ocurriendo, a veces toma parte: “esa noche”, nos dice (refiriéndose al triunfo del 25 octubre del año 2020)… “yo caminé con ellos, bailé hasta la madrugada, escuché conciertos en balcones, observé una felicidad plural, brutal, desbordada”.
Entreteje la macrohistoria mapuche (con antecedentes valiosos de Bengoa o de los propios historiadores mapuche, como el de Pairican) con la microhistoria de la familia y abuelos de Elisa, con relatos autobiográficos de la propia Elisa y claro, con su personal reconstrucción de los hechos más próximos: como el estallido social, las conmemoraciones y los plebiscitos de estos últimos dos años. En la historia personal, destacan el origen humilde de sus padres (ebanista él y costurera ella), y su condición de permanentes luchadores sociales. Aparecen destacadas aquí dos máquinas filiales: la de escribir, del papá; y la coser, de su mamá. Aparece la infancia de Elisa, su protección hacia los y las hermanas, su hermano poeta (Ricardo), su condición de tejedora y de costurera de ropa. Su admiración por su lof y las discriminaciones terribles sufridas en la escuela de Traiguén, etc, etcz. Se perfila también como tejedora y costurera, como creadora de redes, estudios y libros y se reconstruye también la buena lectora que es, atestiguado por los numerosos textos que ella llevó a la Convención para “descolonizar los saberes”. Lo textil la atraviesa completa y por todas partes: textos, tejidos y texturas deambulan en este libro.
Al reconstruir el retrato personal de Elisa en la actualidad y siendo Mojica un testigo cercano, lo hace intercalando el relato de acciones y discursos de Elisa junto con la descripción minuciosa de sus gestualidades y ademanes, su solemnidad, el movimiento de sus pequeñas manos, su dependencia del celular, la descripción de una vena verde que le aparece en el antebrazo cuando desea enfatizar algunas ideas empuñando su mano y golpeando suavemente con ella. El periodista lo hace de manera sigilosa, para ir formando el contorno frágil y a la vez invencible de Elisa. La retrata como una mujer pequeña, pero capaz de hazañas inimaginables. Y la retrata también en lo que provoca en las personas que la han ido a escuchar o a conversar con ella, desde la mapuchidad o desde la chilenidad profunda: pura emoción y aprendizaje, y claro, mucha admiración.
En ese derrotero, Mojica reconstruye el lento y tenaz camino recorrido por Elisa para llegar hasta allí y decidir ser candidata a constituyente (junto a un pequeño grupo de “cómplices” de la Red por los Derechos Educativos y Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de Chile), habiendo sido ella sobre todo y con anterioridad, una activista incansable por los derechos lingüísticos del mapuzugun y de las lenguas de todas las primeras naciones. Un recorrido que combina con gran equilibrio (entre el desarrollo personal y el aporte social) las distintas luchas libradas, siendo ella muy joven en la Universidad y desde el Consejo de Todas las Tierras, para luego liderar la creación (colectiva y por elección) de la Wenufoye mapuche en 1992. Luego, su lucha junto a la Red por los Derechos Lingüísticos para proponer leyes que garantizaran su uso y claro, todas sus tesis, estudios y libros publicados respecto de estas urgencias.
En esas imágenes más colectivas, aparecen los reconocimientos nacionales e internacionales. Sin embargo, Mojica opta aquí por intercalar tres historias entrelazadas indirectamente con la trama central, pero que ningún otro libro rescatará. Dos de ellas, los retratos de Mauricio Lepin (el joven mapuche urbano, que levantó la wenufoye en lo más alto de la Concentración multitudinaria del 25 de octubre del 2019 en Santiago) y la historia, trágica y confusa, de la joven mimo Damaris Carrasco, de la población La Victoria. Aparece también, la historia de una personaja mapuche del siglo pasado, Rayén Quitral, repleta de luces y también de todas sus sombras.
Lo más poderoso y que me parece, es el propósito central de este libro, es la reconstrucción del rasgo más peculiar de Elisa Loncon; su capacidad con las palabras, con la emoción de las palabras y con la capacidad tan humana de inventarlas permanentemente. Una palabra viva, oralitora, que juega con las lenguas igual que lo hacen nuestros/as poetas desde tiempos inmemoriales: “Juguemos al simple sport de las palabras” nos decía Huidobro en su Altazor o Elicura Chihuailaf: “La palabra es el tiempo que nos sueña”.
Del día 4 de julio del año 2021 (rescatado varias veces en este libro) recordamos todos esa emoción que se bañó en lágrimas, gracias a su palabra. Una palabra enraizada claro en la capacidad creadora y arraigada del mapuzugun. Mojica describe cómo esa palabra emociona a tantos, y a la vez encoleriza a sus adversarios políticos. Claro, porque conlleva las epistemologías de pueblos negados y que se pretendió avasallar durante siglos. Ya en la primera parte, Mojica rescata cómo a Elisa le interesa fotografiar las nuevas palabras en mapuzugun, esas que quedaron en los muros del estallido social, cerca de la rebautizada Plaza Diginidad, palabras tiernas y cargadas también de esa venganza a raíz que recorre el poemario de David Aniñir (Mapurbe), gran inventor de palabras también. La Elisa que aquí se retrata es la lingüista que estudia la capacidad del mapuzugun para crear palabras, prefijos y sufijos, alteración de morfologías para poder comunicar lo más plenamente posible a los seres humanos. En esa opción por ahondar en la palabra, aparece influyéndola su abuela materna quien reinterpretaba a su antojo expresiones en español y aparece también la sensación que tuvo Elisa en su escuela primaria (disglósica) en que aparecía negada su lengua y cultura. Está también la Elisa universitaria, quien, al ir a estudiar inglés a la Universidad de La Frontera, se reencuentra allí con su propia lengua y con una comunidad (la de sus compañeros del hogar universitario, todos mapuche) con quien recobra su propia habla, su misión, su amor por investigar su lengua y su resolución de luchar por el derecho a hablarla.
Pero esa capacidad de crear (y rescatar) palabras (tan apreciada por nosotros, literatos, profesores de poesía o poetas) la convierten también en una transgresora, que tendrá que pagar un alto precio: el de la difamación y los ataques de odio. Por una parte, el relato de Mojica retrata a una Elisa lingüista plenamente dichosa por haber aplicado el sufijo “fe” (utilizado como adjetivo u oficio, rukafe) a una palabra inventada: “mapuzugufe”. Sin embargo, esa capacidad de inventar o usar nuevas palabras se convierten a la vez en posibles amenazas para quienes no desean que todo el mundo tenga los mismos derechos. Es el caso de la palabra “Plurinacionalidad”. Mojica analiza cómo esa atmósfera plena que se respiraba en los primeros momentos de la instalación de la Convención, se convertiría al pasar de los días, las semanas y los meses en un campo de batalla, donde no siempre las alianzas se mantenían y donde los discursos sociales de odio y racismo se exarcerbaron: “Los crímenes de la Cía, se verifican también en el campo de la semántica” decía el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal.
Bien avanzado el relato, Mojica evidencia cómo fueron apareciendo los demonios en el camino, cómo y hasta qué niveles llegaron esos discursos de odio en contra de Elisa y cómo comenzaron a amplificarse a través de las fake news en contra de ella, de todos los constituyentes y de todo el proceso en general. El otro monstruo, atestiguado por nuestro periodista, es la coraza que debió inventarse Elisa para hacer frente a esos embates: una solemne y muy seria a quien nada parecía desequilibrarla y otra, la agitadora y activista que (era) y que siguió siendo, aún en los peores momentos de la contienda.
Por diversos caminos y desde distintas vivencias, este libro nos invita a crear también cada uno de nosotros nuevas palabras, que transformen nuestras realidades, aunque por el minuto no lo podamos hacer a través de una nueva Constitución. No hay derrota, como dice Elisa. Y como decía nuestra poeta Stella Díaz Varín: “Una sola será mi lucha/ Y mi triunfo/ Encontrar la palabra escondida”. La pregunta pórtico de todo el libro “¿Qué es más difícil: ser mapuche o cambiar un país?”, no desea ser respondida por el momento, sino que lo importante es hacérsela, reflexionarla y sentirla de manera permante.