Sociología filosófica

Por Daniel Chernilo

El punto de partida de mi estudio para el desarrollo de la sociología filosófica es el hecho, relativamente obvio, que la sociología y la filosofía no son solo tradiciones distintas que se han conformado en trayectorias históricamente disimiles, sino que ellas tienen pretensiones de conocimiento diferentes. Si a la sociología subyace una pretensión científica que refiere a la comprensión empírica y positiva de la sociedad moderna, a la filosofía subyace una pretensión más reflexiva sobre las condiciones de la experiencia humana en general. Por supuesto, ello no significa que la sociología pueda o deba ser no-normativa ni que la filosofía pueda o deba obviar desarrollos empíricos o procesos históricos. Pero sí implica que tanto sus practicantes profesionales, así como el público más amplio que está en ocasiones interesado en ellas, están en la búsqueda de formas distintas de conocer el mundo. Uno llega a la sociología y a la filosofía por razones distintas y, por lo general, demanda de ellas respuestas que también son distintas.

 En su libro El Principio de la Responsabilidad, el filósofo judío-alemán Hans Jonas afirma que “mientras que una generación tiene las ciencias que hereda, cada generación tiene las humanidades que se merece”. El objetivo de ese texto era reforzar la idea de la irrefutabilidad científica del riesgo ecológico inminente en que vive la sociedad industrial, para desde allí sugerir cursos de acción colectivos que permitan impedir un desastre natural de escala global (…) Su tesis central es que, enfrentada a los problemas medioambientales del presente, el dilema principal de la humanidad es asegurar a nuestros descendientes un planeta en el que sea posible una vida humana digna (…) Escéptico de las ideas de progreso o evolución, Jonas no tiene dudas de que es un deber moral de la generación presente para con las futuras el entregarles un planeta que no se encuentre en condiciones peores a las actuales. Les debemos a nuestros hijos e hijas la posibilidad de desarrollar una forma vida que sea al menos comparable con aquella que nosotros tenemos en términos de la capacidad real para decidir cómo querrán vivir. El diagnóstico empírico en que se basa el argumento de Jonas es herencia del desarrollo científico y técnico al que había llegado la sociedad en ese momento. Pero la conciencia y sobre todo la disposición para hacer frente a esos desafíos no son cuestiones que se reciban pasivamente; por el contrario, se trata de decisiones que reflejan el tipo de individuos que somos y la clase de sociedades que hemos construido. La capacidad y la voluntad de la especie humana para hacerse cargo de sus problemas más importantes son dos caras de una misma moneda que si bien tienen dinámicas distintas – la pregunta por la capacidad se responde de forma técnico-científica, la cuestión de la voluntad es un asunto ético-político – se requieren mutuamente. Ninguna funciona por sí sola. Más allá de la ironía de la idea de que cada generación tiene “las humanidades que se merece” (que en su caso debe leerse como una crítica contra el hermetismo, elitismo y arrogancia de las humanidades posmodernas), el argumento clave de Jonas es que el conocimiento del mundo natural despliega una exterioridad, una objetividad, que no es posible ni deseable en el caso de los asuntos humanos, respecto de los cuales siempre mantenemos una conexión interna: ellos contienen el principio agencial de la responsabilidad entendida como la capacidad para actuar de otro modo. Lejos de establecer una jerarquía entre formas de conocimiento superiores e inferiores, esta diferencia en el tipo de conocimiento que ciencia y filosofía producen demuestra que efectivamente las necesitamos a ambas.

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