Roberto Garretón: histórico defensor de los derechos humanos

Con mucha tristeza despedimos a Roberto Garretón, un valiente defensor de los derechos humanos en tiempos de horror, tenaz impulsor de una nueva constitución. Fue abogado y el encargado del área judicial de la Vicaría de la Solidaridad durante la la dictadura cívico-militar. Obtuvo en 2020 el Premio Nacional de Derechos Humanos.

Como un sencillo homenaje, compartimos un fragmento del libro "Por la fuerza, sin la razón. Los bandos del golpe"  que constituye "una especie de empresa familiar", de los autores Roberto, Carmen y Manuel Antonio Garretón Merino, publicado a 25 años del golpe militar. 

Análisis político, jurídico e informativo de los bandos militares, acompañados de transcripciones textuales de 41 bandos dictados por la Junta Militar en septiembre de 1973, que muestran la primera fuente de la institucionalidad autoritaria.

III. Los bandos militares y la dictadura

Como hemos visto, los bandos se concentran en el primer momento del golpe y la dictadura mili tares, constituyendo su principal manifestación ideo lógica, la única fuente normativa de institucionalidad y el principal medio de comunicación entre los que se toman el poder político, los militares y civiles que les siguen y el conjunto de la sociedad.

Un país gobernado por bandos es, como hemos dicho, un país invadido u ocupado por una fuerza que se le impone desde afuera, o simplemente un inmenso cuartel o campo de concentración. Todos los que no pertenecen a esta fuerza impuesta quedan sometidos a sus designios por órdenes llamadas bandos. Instrumento de gobierno y control, los bandos son también efecto y causa de un clima psicosocial.

En este sentido, las formas taxativas, agresivas y eufóricas utilizadas, y el lenguaje perentorio, a veces macabro y siniestro, otras veces ridículo y grotesco, in culto y con faltas de ortografía y redacción, no solo revelan pobreza espiritual, sino que son estrictamente funcionales a sus objetivos.

Es cierto que el golpe mismo generó un clima emocional colectivo que hemos esbozado como de triunfalismo de algunos, complicidad o silencio de otros y terror de muchos. Respecto de ello, hay una retroalimentación con los bandos: éstos no crean de la nada el clima de sociedad invadida o de horror, sino que recogen este clima y lo refuerzan con seña les precisas para los diversos sectores en que el país está dividido: los vencedores y sus seguidores, a los que se les tranquiliza y exalta a la vez; los que callan por temor o complicidad tácita, a los que se refuerza su silencio y se les gratifica la colaboración explícita en las tareas represivas, por último los derrotados y víctimas, a los que se les estigmatiza, degrada y amenaza.

Se genera, así, una situación de normalidad, don de nada parece excesivo porque forma parte de la cotidianidad y de la fuerza de las cosas cuando se está en guerra, por unilateral o inexistente que ésta sea.

Ello hará que, muy lenta y desigualmente, la sociedad se haga la pregunta elemental: ¿Cómo es posible que una locura tal haya ocurrido? ¿En qué mundo de pesadilla vivíamos para que pudiera proclamarse públicamente que el amedrentamiento, la muerte o la eliminación de todo un sector de la sociedad eran algo que no solo había que celebrar, sino con lo que había que cooperar? Los bandos actúan, a la vez, como resultado, canalización y reproducción en mayor escala de este clima.

¿Qué relación existe entre este país gobernado por bandos, entre esta situación de guerra que se justificaba como una emergencia necesaria con una du ración limitada, aunque ella no se precisara, y la dictadura militar encabezada por Pinochet que se prolongó por más de década y media? Es evidente que hay elementos de continuidad entre ambos, como lo veremos a continuación. Pero también es cierto que el proyecto político del régimen militar, especialmente en lo que se refiere a su extensión y jerarquía de poder interno, así como el proyecto económico-social, corresponden a un punto de ruptura marcado por una nueva conspiración, esta vez desde el poder, y una nueva traición, esta vez a los partidarios del gol pe y a los que, si no lo rechazaron,
tampoco deseaban una solución autoritaria de largo plazo.

En todo caso, es posible distinguir dos elementos cruciales de continuidad entre el país del golpe y los bandos y el país del régimen militar y la Constitución de 1980. El primero lo encontramos en la dimensión psicosocial a la que nos hemos referido más arriba. Es sobre el clima creado en el primer momento que se monta todo el aparato represivo, orgánico y normativo del régimen militar en los años siguientes. Y todos estos años, incluso los que suceden a la dictadura en el caso de los militares, estarán caracterizados por un rasgo central definido en los prime ros momentos y del que los bandos son la expresión escrita: la impunidad.

Una segunda dimensión de continuidad entre la institucionalidad generada por los bandos en los primeros momentos del golpe y la que instaurará más adelante la dictadura militar se encuentra en el proyecto propiamente político. En las etapas siguientes, los bandos cedieron paso a otros mecanismos ideo lógicos, otras formas institucionales, por ejemplo esa ficción grotesca de la Junta como órgano legislativo, y otros sistemas de control y comunicación.

Pero en toda la normatividad que culmina con la máxima expresión del proyecto político de la dictadura pinochetista, la Constitución de 1980, estarán siempre presentes al menos tres componentes de la institucionalidad del golpe. Por un lado, el elemento autoritario-militar que les da a las Fuerzas Armadas, tanto en la definición doctrinaria (“garantes del orden institucional”) como a través de diversos mecanismos institucionales (inamovilidad de los Coman dantes en Jefe, Consejo de Seguridad Nacional, etc.), un poder tutelar por encima del poder político y de la voluntad soberana del pueblo. Muchos de estos aspectos se proyectan hasta el día de hoy en la forma de los llamados “enclaves autoritarios”. Por otro, la proscripción y marginación de  la comunidad política de todos aquéllos que tengan visiones distintas a la oficial (por ejemplo, lo consagrado en el artículo 8 de la Constitución, suprimido en 1989). Finalmente, la institucionalización de la violación de los Derechos Humanos (el famoso artículo 24 transitorio de la Constitución, entre otros).

El análisis de las dimensiones socio-política y jurídica de los bandos nos muestra que hubo aquí una acción de las Fuerzas Armadas como institución. Así está reivindicado en sus propios textos: ¿quién al leer los bandos puede hablar razonablemente de “ex ceso” en materia de represión, cuando ella fue pro clamada intencionalmente o de responsabilidades puramente “personales” y no “institucionales” en los crímenes cometidos cuando ellos fueron decididos por las autoridades jerárquicas de las Fuerzas Arma das, de acuerdo a disposiciones dictadas por ellas?

Mientras no se asuma y se juzgue esta responsabilidad institucional de las Fuerzas Armadas o mientras ellas no la reconozcan y pidan perdón, el abismo que las separa de la sociedad desde el 11 de septiembre de 1973 permanecerá abierto.