En contra del crimen del silencio
"Los crímenes contra la humanidad y el genocidio que se perpetran hoy en Gaza y toda Palestina marcan un antes y un después que nos obligan a impulsar un acción mancomunada y global que ponga fin a la infamia, a la crueldad y el exterminio, que haga justicia e instale un horizonte de esperanzas para todas y todos los habitantes de la región."
Prólogo extraído de Palestina. Anatomía de un genocidio
Escrito por Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky
Podríamos decir que este libro surge desde la impotencia y luego la convicción de que mientras las fuerzas de ocupación israelí bombardeaban de manera criminal a la población civil palestina de Gaza, debíamos contribuir a impedir, a lo menos, el crimen del silencio.
Por ello quienes convocamos a las diferentes voces a participar en esta reflexión coral en torno a un genocidio, intelectuales y académicos chilenos de origen palestino (Zerán y Karmy) y de origen judío (Slachevsky), quienes a lo largo de estos años nos hemos encontrado en otros momentos políticos y sociales en la defensa de derechos fundamentales como la libertad, la justicia o los derechos humanos, concluimos que era posible abrir esta invitación a otros intelectuales de ambos orígenes, no solo chilenos , sino también argentinos, colombianos, mexicanos, así como de EEUU y del Medio Oriente, para analizar uno de los hechos más brutales cometidos contra población civil en lo que va de este siglo.
Fue en enero de este año cuando enviamos la carta de invitación a quienes aceptaron este desafío de reflexionar en torno no solo al horror, sino a los orígenes y proyecciones del conflicto palestinosisraelí para dar cuerpo a un libro que denominamos en ese momento «Palestina: anatomía de un genocidio», sin sospechar que dos meses después, a fines de marzo, sería la propia relatora especial de Naciones Unidas, Francesca Albanesa, quien corroboraría con pruebas concretas un concepto que sintetiza el horror:
Después de casi seis meses de implacable ataque israelí a los territorios ocupados de Gaza, es mi deber solemne informar sobre lo peor de lo que la humanidad es capaz de hacer y presentar mi conclusión: «la anatomía de un genocidio».
En este sentido, si bien es cierto que la colonización sionista sobre Palestina no se ha detenido desde la fundación del Estado de Israel en 1948, desde el 7 de octubre asistimos a un momento de inflexión en que la reacción israelí ha sido intensificar la nakba, orientando todos los esfuerzos militares hacia el exterminio y/o expulsión definitiva de todo el pueblo palestino de sus territorios. Un asedio y bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza que ha destruido universidades, escuelas, hospitales, refugios, lugares de culto, viviendas civiles, ONGs de todo tipo y no ha discriminado la matanza ni de mujeres ni de niñes, que si no mueren por bombardeos mueren de hambre y despojo.
Y como ha sido costumbre, las grandes corporaciones mediáticas y sus cadenas informativas –al cubrir el acontecimiento– representan la guerra en el sentido que lo comprendía Edward Said: por un lado, abordando con imágenes la catástrofe acontecida; por otro, desplegando un fino léxico que permite si no invertir la relación asimétrica entre colono y colonizado, al menos mostrarlos como fuerzas equivalentes que, por razones de «seguridad», justifica la «defensa» de Israel. El silencio es cómplice de la masacre, vieja táctica que hoy se ha articulado al interior de los campus universitarios, proveyendo de la censura y la autocensura entre académicos y personas de la sociedad civil, institucionalizando el borramiento del «vocabulario palestino» (intifada, Hamás, resistencia, colonialismo, devinieron palabras prohibidas). Por su parte, los gobiernos europeos (Francia, Alemania, Gran Bretaña) no escatimaron vergüenzas en llamar a prohibir y sancionar cualquier manifestación a favor de Palestina. Frente al intento por silenciar todo lo que acontece en Palestina por parte de Israel, con el asesinato de las y los periodistas, con el corte de las comunicaciones, la prohibición de ingreso a Gaza para los medios ; frente a los mecanismos de desinformación, censura y deshumanización desplegada por la concentración mediática; frente a las prohibiciones y silencios de los gobiernos, los poderes fácticos y sus capitales, los pueblos han irrumpido como nunca antes contra el genocidio en curso, solidarizando con el pueblo palestino por todo el orbe: en los países árabes, en el continente asiático, Europa y Norteamérica, así como en Sudamérica y Oceanía. El conjunto de formas de desobediencia civil desplegadas en las marchas en solidaridad con el pueblo palestino no deja de crecer, potenciando a su vez la firme condena al genocidio en curso por parte de algunos gobiernos, en particular de África y de América Latina.
El presente libro, escrito por judíos y palestinos de diferentes partes del mundo, y cuyos derechos de autor se entregarán a la Medialuna Roja Palestina, se inscribe al interior de ese movimiento de resistencia en solidaridad con la causa palestina. Si bien, por un lado, surge de la impotencia frente al exterminio diario que lleva a cabo Israel en Gaza y también Cisjordania, por otro nace con la convicción de aportar a impedir que dicho crimen se conjugue con el silencio, la censura y la clausura de toda forma de pensamiento disidente.
En este escenario, el presente libro, que será publicado también por editorial Txalaparta en el Estado español y coeditado por las editoriales LOM y Tinta Limón en Argentina, se presenta como una contribución a potenciar la causa palestina en la forma de un conjunto de ensayos escritos sobre la marcha de los mismos acontecimientos. En tal sentido, el conocimiento que en ellos se despliega está situado y no pretenden constituir un diagnóstico completo de la cuestión, sino ofrecer aristas de un drama que no deja de impugnar el devenir de nuestro presente y los derroteros de la humanidad.
Así, a través de dieciséis voces entrelazadas de palestinas/os y judías/os, los textos nos interpelan por «un mínimo de humanidad… ¿Cuántos muertos son demasiados? ¿Cuántas muertes hacen un genocidio?» como se pregunta y nos pregunta Lina Meruane.
Anhelando «una teología política descolonizada por la vena profética del Libro: este es el anhelo de justicia social para todos los habitantes de aquel hermoso vergel que hoy es tierra arrasada. Ellos, todos, saben que Dios tiene infinitos nombres» nos recuerda Silvana Rabinovich.
Destacando la resistencia, como reafirma Rodrigo Karmy, «el pueblo palestino no se presenta bajo la forma de la víctima, sino como un pueblo que asume una ética de la resistencia, un pueblo mártir que, como tal, sobrevive –porque resta, se sustrae, resiste– al avasallamiento total de la nakba.
Buscando a su vez los desafíos de distinguir y liberar el judaísmo del sionismo como señala Nicolás Slachevsky: «imaginar lo que podría ser hoy una vida judía liberada del destino mortal en el que el proyecto sionista ha buscado encerrarla. Esta posibilidad, sin embargo, permanecerá para siempre cerrada si, contemplando en silencio el genocidio palestino y obliterando su fuerza de interpelación, aquellos que se reconocen en el judaísmo, tanto fuera como dentro de Israel, se obstinan en ignorar que su propia libertad nunca podrá estar completa sin la libertad del pueblo palestino».
Develando el «proyecto colonial sionista» que ha perpetrado un «genocidio cultural contra el pueblo palestino, como las leyes para limitar el acceso, la expresión y producción cultural propia; la expropiación y recontextualización de museos; los intentos de judaización y hebraización del territorio; la eliminación de cualquier pasado religioso o cultural diverso; y más recientemente, la destrucción deliberada y sistemática de la infraestructura cultural y sus creativos», como destaca Odette Yidi.
«¿Qué podemos esperar del ser humano que somos, así, arrojado a la historia, si una comunidad que sufrió un genocidio hace un puñado de años, termina encarnando las lógicas, el vocabulario, la estrategia y los valores de quien fuera su verdugo para, ahora en posición dominante, poder destruir un pueblo, porque lo considera necesario y, sobre todo, porque puede?», nos interpela Ariel Feldman. Tras la Segunda Guerra Mundial se instauraron los conceptos de crímenes contra la humanidad y genocidio en el derecho internacional, para que nunca más los horrores de los nazis se repitan para nadie, para ningún pueblo.
El sistema de justicia internacional, como dice Varsen Aghabekian, «debe responsabilizar a los funcionarios israelíes por sus crímenes, incluidos los discursos oficiales israelíes de incitación al odio y las declaraciones instigadoras llamando al genocidio, al traslado forzoso y a la limpieza étnica contra el pueblo de Palestina».
Y junto a detener el horror y hacer justicia, es necesario también repensar el uso de las imágenes, el trabajo de los medios y cómo estos contribuyen en estigmatizar al otro; es necesario que nuevamente podamos vernos unos a otros como anhela Fred Ritchin: «Es posible que, a través de tales reflexiones, podamos imaginar con mayor claridad la vida de los demás, incluido nuestro enemigo “sin rostro”».
Así, desde las más diversas manifestaciones y reflexiones, es la humanidad la que se juega hoy en Palestina: «Para el mundo, Palestina es un contratiempo. Es la espina que está en la historia, pero contra la historia. Pero también es un contra-tiempo, un tiempo en contra. Es esa demora permanente al desenlace del vendaval colonial», subraya Pablo Abufom.
Y en todo ello le corresponde una responsabilidad central al sionismo: «No hay responsabilidades compartidas, el responsable último de la violencia es el opresor. Entendemos que la dominación opresiva que sufre el pueblo palestino nace en la esencia misma de nacionalismo racial en la que surge el sionismo», como expresa Patricio Brodsky.
Los hechos muestran claramente que los crímenes de «la Ocupación israelí no tiene como objetivo la base militar de Hamás, sino destruir al pueblo palestino y eliminar el derecho palestino a la autodeterminación», como muestra Dalal Iriqat.
Y lamentablemente no se trata de una historia de dolor y opresión que se inicia el 7 de octubre. «Las prácticas genocidas que está llevando a cabo Israel en Gaza y que comienza a replicar también cada vez con mayor asiduidad en Cisjordania, no tienen su origen en una reacción intempestiva de un gobierno de ultraderecha empujado por los sectores más extremistas de la coalición», advierte Federico Donner. Son décadas de exclusión y ocupación.
Por ello mismo, se hace urgente romper con el statu quo del horror, se hace necesaria «una radicalidad en donde nos atrevamos a mirarnos como iguales y donde construyamos los cimientos de la nueva sociedad en donde seamos capaces de entendernos como un solo cuerpo. Una radicalidad positiva en donde todos los seres humanos, en todas partes del mundo, tengan los mismos derechos, deberes y oportunidades, sin importar su etnia, su color de piel, su religión o su lugar de procedencia», como expresa Daniel Jadue.
Como apunta Yakov Rabkin: «El Estado de Israel se ha convertido en un gólem que sus creadores ya no pueden controlar… Cegado por la autocompasión y la arrogancia, el gólem, este precursor de la IA, está decidido a destruir sin piedad ni escrúpulos morales».
Y por ello mismo es imperioso, como señala Faride Zerán: «Renombrar, reescribir, desnudar la palabra cómplice, buscar esos nuevos relatos, revisitar esos antiguos dolores es no solo una demanda ética, sino por sobre todo un gesto de resistencia al crimen del silencio y del olvido que por cien años ha condenado al pueblo palestino a ser uno de los últimos enclaves del colonialismo».
Posibilitando, como propone Judith Butler, «superar las estructuras implícitas y explícitas del poder colonial. Quién dé esa lucha, y qué forma adopte, depende de quién pueda comprometerse sin concesiones con la igualdad en medio de diferentes historias de pérdida y violencia, diferentes necesidades de resguardo y reparación».
Desde diversas perspectivas, desde diversos lugares, las voces de este libro, de origen palestino y judío, nos interpelan para poner fin al horror, impulsándonos a romper el silencio cómplice y las falsas equivalencias, liberándonos de prejuicios y contextualizando el drama.
Los crímenes contra la humanidad y el genocidio que se perpetran hoy en Gaza y toda Palestina marcan un antes y un después que nos obligan a impulsar un acción mancomunada y global que ponga fin a la infamia, a la crueldad y el exterminio, que haga justicia e instale un horizonte de esperanzas para todas y todos los habitantes de la región.
Buscando a su vez los desafíos de distinguir y liberar el judaísmo del sionismo como señala Nicolás Slachevsky: «imaginar lo que podría ser hoy una vida judía liberada del destino mortal en el que el proyecto sionista ha buscado encerrarla. Esta posibilidad, sin embargo, permanecerá para siempre cerrada si, contemplando en silencio el genocidio palestino y obliterando su fuerza de interpelación, aquellos que se reconocen en el judaísmo, tanto fuera como dentro de Israel, se obstinan en ignorar que su propia libertad nunca podrá estar completa sin la libertad del pueblo palestino».
Develando el «proyecto colonial sionista» que ha perpetrado un «genocidio cultural contra el pueblo palestino, como las leyes para limitar el acceso, la expresión y producción cultural propia; la expropiación y recontextualización de museos; los intentos de judaización y hebraización del territorio; la eliminación de cualquier pasado religioso o cultural diverso; y más recientemente, la destrucción deliberada y sistemática de la infraestructura cultural y sus creativos», como destaca Odette Yidi.
«¿Qué podemos esperar del ser humano que somos, así, arrojado a la historia, si una comunidad que sufrió un genocidio hace un puñado de años, termina encarnando las lógicas, el vocabulario, la estrategia y los valores de quien fuera su verdugo para, ahora en posición dominante, poder destruir un pueblo, porque lo considera necesario y, sobre todo, porque puede?», nos interpela Ariel Feldman. Tras la Segunda Guerra Mundial se instauraron los conceptos de crímenes contra la humanidad y genocidio en el derecho internacional, para que nunca más los horrores de los nazis se repitan para nadie, para ningún pueblo.
El sistema de justicia internacional, como dice Varsen Aghabekian, «debe responsabilizar a los funcionarios israelíes por sus crímenes, incluidos los discursos oficiales israelíes de incitación al odio y las declaraciones instigadoras llamando al genocidio, al traslado forzoso y a la limpieza étnica contra el pueblo de Palestina».
Y junto a detener el horror y hacer justicia, es necesario también repensar el uso de las imágenes, el trabajo de los medios y cómo estos contribuyen en estigmatizar al otro; es necesario que nuevamente podamos vernos unos a otros como anhela Fred Ritchin: «Es posible que, a través de tales reflexiones, podamos imaginar con mayor claridad la vida de los demás, incluido nuestro enemigo “sin rostro”».
Así, desde las más diversas manifestaciones y reflexiones, es la humanidad la que se juega hoy en Palestina: «Para el mundo, Palestina es un contratiempo. Es la espina que está en la historia, pero contra la historia. Pero también es un contra-tiempo, un tiempo en contra. Es esa demora permanente al desenlace del vendaval colonial», subraya Pablo Abufom.
Y en todo ello le corresponde una responsabilidad central al sionismo: «No hay responsabilidades compartidas, el responsable último de la violencia es el opresor. Entendemos que la dominación opresiva que sufre el pueblo palestino nace en la esencia misma de nacionalismo racial en la que surge el sionismo», como expresa Patricio Brodsky.
Los hechos muestran claramente que los crímenes de «la Ocupación israelí no tiene como objetivo la base militar de Hamás, sino destruir al pueblo palestino y eliminar el derecho palestino a la autodeterminación», como muestra Dalal Iriqat.
Y lamentablemente no se trata de una historia de dolor y opresión que se inicia el 7 de octubre. «Las prácticas genocidas que está llevando a cabo Israel en Gaza y que comienza a replicar también cada vez con mayor asiduidad en Cisjordania, no tienen su origen en una reacción intempestiva de un gobierno de ultraderecha empujado por los sectores más extremistas de la coalición», advierte Federico Donner. Son décadas de exclusión y ocupación.
Por ello mismo, se hace urgente romper con el statu quo del horror, se hace necesaria «una radicalidad en donde nos atrevamos a mirarnos como iguales y donde construyamos los cimientos de la nueva sociedad en donde seamos capaces de entendernos como un solo cuerpo. Una radicalidad positiva en donde todos los seres humanos, en todas partes del mundo, tengan los mismos derechos, deberes y oportunidades, sin importar su etnia, su color de piel, su religión o su lugar de procedencia», como expresa Daniel Jadue.
Como apunta Yakov Rabkin: «El Estado de Israel se ha convertido en un gólem que sus creadores ya no pueden controlar… Cegado por la autocompasión y la arrogancia, el gólem, este precursor de la IA, está decidido a destruir sin piedad ni escrúpulos morales».
Y por ello mismo es imperioso, como señala Faride Zerán: «Renombrar, reescribir, desnudar la palabra cómplice, buscar esos nuevos relatos, revisitar esos antiguos dolores es no solo una demanda ética, sino por sobre todo un gesto de resistencia al crimen del silencio y del olvido que por cien años ha condenado al pueblo palestino a ser uno de los últimos enclaves del colonialismo».
Posibilitando, como propone Judith Butler, «superar las estructuras implícitas y explícitas del poder colonial. Quién dé esa lucha, y qué forma adopte, depende de quién pueda comprometerse sin concesiones con la igualdad en medio de diferentes historias de pérdida y violencia, diferentes necesidades de resguardo y reparación».
Desde diversas perspectivas, desde diversos lugares, las voces de este libro, de origen palestino y judío, nos interpelan para poner fin al horror, impulsándonos a romper el silencio cómplice y las falsas equivalencias, liberándonos de prejuicios y contextualizando el drama.
Los crímenes contra la humanidad y el genocidio que se perpetran hoy en Gaza y toda Palestina marcan un antes y un después que nos obligan a impulsar un acción mancomunada y global que ponga fin a la infamia, a la crueldad y el exterminio, que haga justicia e instale un horizonte de esperanzas para todas y todos los habitantes de la región.