Por primera vez escucho decir esa herejía: Fui muy feliz en la UP

 

Por Guillermo Tejeda. A propósito de El tiempo de los humildes

 

"Fui muy feliz en la UP" dice un personaje de unos comics franceses con historias de personas reales que luego fueron al exilio en Francia, uno de ellos es Pedro Atías, que era del teatro Aleph e hijo del escritor Guillermo Atías, amigo de mi papá, incluso publiqué unos dibujos en la revista PLAN que él dirigía, o sea era el dueño.

Y me resuena bien eso de haber sido feliz durante la Unidad Popular, fue una felicidad medio rara, la viví también yo en su plenitud, pero no se puede decir mucho porque a uno nadie le cree. Escribí un librito sobre esa felicidad por ahí por 1995, se llamaba 'El mundial del 72', no del sesenta y dos, y me invitaron a Canal 13 para comentarlo, cuando me estaba eligiendo la tenida me llamaron para cancelar la invitación, ellos creían que el libro se llamaba "El mundial del 62" y era sobre futbol, o sea ni se lo habían leído, el libro tenía un mono en cada página izquierda y texto en la página derecha, casi nadie lo leyó, fue uno más de mis fracasos hermosos, es la historia de un fotógrafo de una revista de la UP durante ese tiempo.

Pero bueno, en estos comics que acaba de editar LOM y explican el caso en El Mostrador, resurge la idea de una felicidad UP, que es lo contrario de lo que muestra por ejemplo la premiada película Machuca, un ambiente mortecino, amenazante, un recuento para cuicos. Clic al artículo en El Mostrador

Yo viví en plenitud ese tiempo, que comenzó en 1970 a mis 23 y terminó tres años más tarde cuando tenía 26, y puedo decir que fue maravilloso ver como se abría paso a la gente que jamás había mandado nada, a los postergados de siempre, a la gigantesca periferia poblacional, obrera, campesina, juvenil, un mundo que sólo había conocido humillaciones y postergaciones.


Nadie ha comentado mucho esa parte central de la historia. Lo que se llama la Memoria es casi siempre un recuento de atrocidades y penurias, pero antes de las atrocidades que se cometían en Chile por manual, porque fueron las mismas en los demás países del Cono Sur con dictaduras anticomunistas, antes de eso pasaron demasiadas cosas que para la generación que entraba, la nuestra, fueron una forma de felicidad.

Digamos que si el Quilapayún cantaba heroicamente la gesta obrerista, los Jaivas le ponían música a la libertad personal, al amor libre, a la ternura no planificada, al interclasismo. Veíamos los jóvenes florecer el teatro, del que Pedro Atías fue un protagonista, escuchábamos en la tv a voces que nunca habían estado, podíamos llevar el pelo largo o rapado o como nos diera la gana, vestir sin corbata, recuperar la artesanía, leer, almorzar en la UNCTAD, y como jóvenes nos daba un poco igual que a veces no hubiese bistec o azúcar, comíamos merluza y le echábamos miel al té, sabíamos que antes la alimentación normal era para un tercio de la población y había pasado a ser para todos. Por primera vez no había que ser rico ni rubio ni de barrio alto para pasarlo bien.


Durante unos meses o años el aparato abusón de la sociedad chilena quedó como paralizado, y sentimos un extraño sentimiento de igualdad, algo muy agradable. Fue, para nosotros, una felicidad, que vino amenazada desde antes de asumir Allende, que le asesinaron al Comandante en Jefe del ejército general Schneider. En una reunión de altos mandos gubernamentales y militares tras el triunfo de Allende alguien preguntó: ¿y qué vamos a hacer con Allende y la UP ahora? Schneider contestó: ¿Ganaron, verdad? Que gobiernen. Lo acribillaron un par de semanas después.

Lo que pasa es que esta es la historia de los hechos políticos. La felicidad de la que hablo yo y de la que hablan en estos comics franceses es la de la calle, la de la vida cotidiana en la universidad o en la pega, en la casa, la de una cultura social piramidal que se descompone para dar paso a algo más natural y festivo, la cultura de la nueva ropa, de la nueva música, del nuevo cine, a veces un poco catete, pero acompañada de la sensación de que las guaguas ya no se mueren porque no tienen leche, de que todas las personas comen algo sólido y ningún pelusa anda a pata pelá porque no tiene zapatos.



Muchas veces he pensado en lo otra que hubiese sido mi vida de no haber apoyado yo con entusiasmo a la UP, lo cual me forzó a irme al exilio, y llego siempre a la misma conclusión, de que me hubiera sido muy difícil no estar del lado de los pobres y no plegarme a esa felicidad ambiental que había en las cosas cotidianas, por mucho que todo estuviese un poco raro, como en un extraño sueño.

Desde el relato consolidado de la izquierda escucharemos muchos recuentos épicos y heroicos, y luego testimonios de la atrocidad. El relato petrificado de la derecha nos habla de marxistas y de todo tipo de desastres económicos. No queda ahí mucho espacio para meditar a cerca de la felicidad cotidiana, yo la sentí en plenitud.

Podemos hablar mucho en contra de la UP, pero ahora escucho decir por primera vez esa herejía, de que fui muy feliz en la UP.