Personajxs literarixs en el Chile actual: Sancho Panza

Reciban nuestro agradecimiento, todxs quienes se animaron a participar de la convocatoria: "Personajxs literarios en el Chile actual". Muchas gracias por compartir historias tan creativas. 

La convocatoria la imaginamos para incentiva y no perder el buen hábito de la escritura, y para celebrar todxs juntxs el Día del Libro.

Si Sancho Panza estuviera en el Chile de hoy, con cuarentena y todo, ¿qué estaría haciendo?

Si Sancho Panza estuviera en Chile… (“Sancho Panza, el migrante venezolano”), Hugo Norris Gahona

Era un hombre de edad mediana, piel color canela, de voz agradable, con un cantadito caribeño. Se notaba de un pasar de vida forjada por el esfuerzo. Tenía una historia increíble, había recorrido más de 8.000 kilómetros, y muchos tramos realizados a píe. Comenzando por Maracaibo en Venezuela, siguiendo por Cúcuta, Colombia, Quito, Piura y Desaguadero en Perú, Alto de la paz, Oruro y Pisiga en Bolivia, pasando entre valles, quebradas, desiertos, altiplanos, cordillera, y cruzando durante la noche por pasos no habilitados y peligrosos. En algunos trayectos guiado por coyotes con la promesa de la llegada a la tierra prometida, tierra fértil y llena de oportunidades, Chile.

Este hombre actualmente vivía en una carpa en una plaza frente a una escuela de Iquique, viviendo del pololito de limpieza de autos o vendiendo caramelos en los semáforos. Su Historia podría considerarse de una profunda ingenuidad y precariedad más en el actual contexto de la pandemia; pero me conmovió escuchar que, a pesar de vivir en la calle, no había perdido la esperanza de que mañana todo iría mejor. Este hombre gentil, un tanto inocente pero alegre, se llamaba Sancho Panza.


Livia Sepúlveda

Estaría buscando comida casera.

 
Fraternidad, Claudio Espínola Lobos

El hombre en su hogar, de pronto despierta.
–¡Srta. Rosa! –dijo a la enfermera.
– Sabe Ud. que alguna vez fui un hombre conocido. Me toco recorrer con mi jefe lugares increíbles y participar en algunos hechos que transformaron la vida de muchos.
La enfermera sonríe. Sé alegra que la llamé por su nombre. Acerca un vaso de agua, se sienta a su lado y pone oídos al relato. Sabe que le hablará de algo, aunque breve, importante para él.
“Llegado el Solsticio de Invierno de ese año, el 2020 mi jefe me dice: ¿Me acompañas a Catripulli, Sancho? No pregunté nada, sabía que él solo hace el bien.
–¡Iremos el sábado! –luego agregó. La pandemia se ha radicalizado en ese lugar. Nos necesitan.
Partimos de Villarrica llevando objetos para controlarla, llegamos a la Comunidad Mapuche. Casas tradicionales de madera y ramas, piso de tierra, sin luz forman un caserío a orilla de un hermoso río.
Realizamos la entrega y conversamos con todos. Nadie había llegado a ellos. Explique lo cuidados que debían tener.
– ¿Estás siguiéndome Rosa?
Lo mira, seca el sudor de su frente
–¿Ahí se resfrió usted?
Sancho cansado, sonríe.
– Debo recuperarme pronto Rosa, el deber me llama.


Wilfredo Aliana 

Sancho Panza estaría buscando la poesía que sin duda teme haya muerto con su imaginario amo. Imaginario él mismo, asumiría que su realismo es una carga insoportable porque aquí se transformó en números, en posibilismo, en discriminación y violencia irracional desde el Estado. Buscaría a qué puede parecerse su ínsula entre nosotros, que no por provisoria marcó menos su experiencia, reorganizó su deseo, llenó sus alforjas de sabiduría que añadió a su natural y justificada modestia.

Buscaría la forma de entender cómo la belleza y la inteligencia de las masas reemplazan con tanta ventaja las historias que atiborraron la mollera de su señor, y buscaría la manera de ser uno más en la marea de seres que despiertan, y bendeciría llegar a un país y a una época donde la mujer no es ni Dulcinea ni Maritornes, sino Ni Una Menos.

Nuestro héroe tomaría al fin conciencia de serlo, asumiría que ha buscado bien, que puede ser una persona cualquiera, al fin, y reunirse a pie con sus pares en una plaza que lleva el nombre de una virtud, de una necesidad, de un propósito: Dignidad.

 

Ulises Chacón Ormeño

No podía creer que Don Quijote aceptara ir conmigo a ver un partido de fútbol, pero tuve que aceptar que fuera en su caballo y con su armadura puesta. Pero al llegar estaba cerrado para el público y nos devolvieron el dinero de los boletos.

-Esto es culpa de algún gigante, pensé que los había ahuyentado a todos- exclamó Don Quijote, no quise recordarle que esa vez estaba molestando a unos repartidores de pedidos y hasta les había arrojado piedras

-Sancho debemos ir a buscar los responsables que te impidieron disfrutar del espectáculo- Al menos su locura estaba conducida por el altruismo supongo.

Pero al avanzar un par cuadras cuando un soldado nos pidió un documento que nos autorizaba a transitar. Nosotros no teníamos nada de eso, por lo que trate de dialogar con el soldado que muy grosero no se saco el tapabocas en todo ese tiempo que conversábamos. Estaba a punto de zafarnos del problema cuando volteo y Don Quijote estaba saltando de alegría, parecía un niño

-Mira Sancho, todos llevan armaduras, hasta en sus bocas- Creo que todos leyeron su libro señor, le respondí
-No Sancho, prefiero ver la obra de teatro. ¿Acaso me crees loco?-

Amanda Belén

Un día cualquiera quiso ser más Sancho y menos Panza. La cuarentena había hecho estragos en su ya malograda figura, y optó por lo más sensato: una rutina de ejercicios y una dieta balanceada serían más que suficientes para poder recorrer el mundo. Claro, cuando saliera de su encierro, no vaya a ser que contagiase a don Alonso, ya senil, por la premura y la ansiedad por la cuarentena prolongada.