Personajxs literarios en el Chile actual: Caperucita Roja
Marjory Astudillo Figueroa

Caperuza, Lilén Andere
Todos los días tenía que escuchar al profesor, quien saludaba y luego mandataba que encendieran la cámara, pero ella no se animaba. Tenía dos caminos: definitivamente mantenerla apagada o, encenderla y apuntar con esta hacia otro lado. Que se viera la cama de la abuelita importaba menos que su enfoque en primer plano o plano completo. ¿Acaso no sabían de los lobos que después producían chistosos memes con la cara y el cuerpo? Justo cuando internet fallaba y un ojo quedaba deforme y la boca chueca era el momento preciso para el pantallazo. Incluso daba igual si nada de eso ocurría, pues la cuestión era la burla, el menoscabo.
Después de tantos siglos de ver y escuchar repetidamente cómo la ingenua Caperucita tomaba el camino equivocado y era presa del lobo; después de verse ilustrada en tanto cuento infantil como un ser sin inteligencia ni voluntad, ella había aprendido a sortear obstáculos, y aunque no siempre resultara, prefería decidir sobre aquello que afectaba su vida. Ahora sólo faltaba mirarse con más aprecio, exigir que la llamaran como era de verdad: Sofía. Ella era más que una vestimenta de caperuza roja. ¿Por qué nunca usaban su nombre?
Susana Manquenahuel Aliaga
La caperucita, como buena nieta, saldría todos los días a ver a su abuelita. Le llevaría principalmente pan amasado que fabrica con ayuda de su mamá y su papá durante los tediosos días de cuarentena. Como sólo se pueden sacar dos permisos a la semana, el resto de los días saldría a la mala, escabulléndose de los milicos; sin miedo, porque ya se enfrentó al lobo y ahora no le teme a nada.
Pasaría las tardes comiendo pan y viendo series con la abuelita, llevarían tanto tiempo así que hasta se verían completa Gray's Anatomy y The Walking Dead.
A veces se le pasaría la hora y volvería después del toque de queda a su casa. La caperucita es chora, pero nunca se olvidaría de la mascarilla y el lavado de manos, después de todo, tiene que cuidar a su abuelita.
Ulises Chacón Ormeño

Hace un año Caperucita no había ido al colegio, nunca pensó que lo extrañaría. Ella no sabe porque la gente se tuvo que encerrar, lo único que sabe es que el responsable se llama corona, porque vio un baile en los videos rápidos, hasta ella lo bailó. Su mamá está preocupada porque solo pueden hablar con su abuela por el computador. Le gustaría ver más a la abuela, pero solo hay un computador en la casa, y se lo tienen que repartir entre varios. Su papá no ha salido tampoco afuera y pocas veces se conecta, ella le cuenta a sus amigos que está de vacaciones y por eso está más libre. Una noche escuchó a su papá llorar mientras su mamá lo abrazaba. Ella fue al patio de la casa para buscarle flores a su papá, pero al volver a casa se topó con un cachorro de lobo en la puerta, le sonaba su estómago. Le dio comida y le puso las flores en el cuello, se lo mostró a su padre
-Estaba solo, pero ahora no, porque tiene una familia que lo va a cuidar- Le dio un beso a su papá, y subió con el cachorro.
Claudio Zúñiga Rojas

Caperucita tomaba un café sentada sobre un cojín en el piso del living, miraba su capa roja y su capucha negra sumida en profundas reflexiones, recordaba los gloriosos días del estallido, participando en primera línea para mantener a raya la represión, y así su pueblo expresara libremente su descontento por la realidad social, el rostro sombrío del cazador embaucador venía a su mente y le producía una rabia enorme, que bajo el título de presidente de la nación engañaba a todos y robaba hasta la esencia del alma de cada ciudadano, y ahora encerrada por culpa de una pandemia solo le quedaba respirar profundo y recargar energías para después volver a la lucha.
Un golpe en la puerta de entrada la sacó de sus reflexiones, abrió y era su compañero de vida, el Lobo, quien llegó con las compras de la feria, también con libros nuevos que trajo el delivery con quien se encontró en la entrada del edificio, entre ellos "historias de los hombres lobos" de Jorge Fondebrider, "Gesta de lobos" de Thomas Harris, y "La sabiduría de los lobos" de Elli H. Radinger, lecturas que como muchas otras compartirían bebiendo un café abrazados bajo una manta, los libros eran parte trascendental para mantener sus espíritus nutridos. Se detenían cuando la abuela les gritaba desde el balcón del edificio de enfrente golpeando su sartén, para que se unieran al cacerolazo general exigiendo medidas justas para un pueblo asolado de hambre e injusticias.