Lo Prado nocturno

La fotografía de Miguel Navarro Cofré nació en las calles: las de Lo Prado, comuna donde ha vivido desde siempre, y las de Santiago, en medio de los trámites de un trabajo de junior que cambiaría su vida. Miguel buscó y practicó un desvío creativo en la trayectoria prevista por su trabajo e hizo fotos mientras entregaba boletas, facturas o hacía pagos. Así comenzó a aprender a usar una cámara. Luego conocería al fotógrafo Claudio Pérez, quién sería una figura generosa y determinante en su educación fotográfica. Antes, sin embargo, mucho antes, existía una mirada: “Yo sencillamente miraba las fotos en cualquier parte y me quedaba pegado, ni siquiera tenía una cámara, pero podía ver una foto y distinguir qué de la imagen me llenaba: un paisaje, un ojo, un rostro, una mirada”.

Cerca del cambio de siglo, Miguel estudiaba Ingeniería en Comercio Internacional y, al mismo tiempo, su determinación para hacer fotografías crecía. Fortuna, extraña e inexplicable, también estuvo de su lado. “Por el año dos mil me había conseguido una cámara y empecé a andar firme con ella. No pude continuar mis estudios por razones económicas, así que los dejé, busqué trabajo y llegué de junior a una empresa de diseño y arquitectura llamada Amercanda, que en ese tiempo estaba en un castillo grande en avenida España, casi llegando a Blanco Encalada. Yo creo que me tomaron con pinzas y me pusieron ahí. Como trabajaba de junior, cada vez que salía iba con mi cámara y hacía fotos. Me movía por distintas partes de la ciudad, entre trámites normales, ir a dejar una factura, un cheque, unos planos, mucha calle. Ahí siempre estaba ejercitando la mirada y conociendo la cámara. Anotaba todo. Si quería hacer algo, algún movimiento, anotaba todos los números de la cámara y probando empezaba a cachar. Nada de libros, todo en terreno. Después mandaba a revelar”.

“En Amercanda subarrendaban oficinas. Al tiempo que entré allí, llegaron oficinas de diseño, iluminación, cine, y una de un fotógrafo, que era Claudio Pérez Ramírez. Con él me enyunté. Yo estaba viendo unas fotos mías y él iba pasando y me preguntó si era fotógrafo. Le respondí que no, que me gustaba la fotografía. Él me preguntó qué sabía de fotos y yo le dije: ‘Nada, sé enfocar…’. Entonces me invitó a su oficina después del trabajo para que le llevara mis fotos. A mí me dio vergüenza y no se las llevé. Ya con los días él volvió a insistir, y le gustaron. Me invitó a su casa un día sábado, temprano, conversamos y recién ahí conocí la cámara y sus partes. Él me empezó a enseñar ahí mismo: desarmó la cámara, después la armó, me hizo a mí desarmarla y armarla, y me fue explicando las partes y sus funciones. Después me entregó unos rollos y salimos altiro a hacer fotos. Luego me enseñó a revelar. Revelamos, secamos y me enseñó a hacer una tira de contacto, a escoger una foto y hacer una copia. Todo en un día. Esa fue mi educación fotográfica”.

Al castillo de avenida España pronto llegaría otro fotógrafo, Rodrigo Gómez Rovira, y junto con Claudio Pérez formarían la agencia IMA (Imagen Memoria Autor). En el laboratorio de la agencia, Miguel no solo tendría libertad para seguir puliendo su trabajo fotográfico, especialmente sus técnicas de revelado, sino que también podría compartir con fotógrafos corresponsales de distintos lugares del mundo: “Dónde yo estaba, para mí fue la mejor escuela. Los fotógrafos con los que trabajaba estaban cien por ciento dispuestos. Había mucho apoyo, mucha ayuda. Ellos, además, hacían clases en las escuelas de fotografía, entonces era como ir a sus clases, y por último, aprendía por mi cuenta en el laboratorio, haciendo tira materiales, negativos, papeles, químicos. Así aprendí. No tuve que buscar un lugar donde estudiar, y si hubiese tenido que estudiar en alguna parte no hubiese podido pagarlo. Llegué al lugar indicado”.

Lo Prado nocturno. 2000-2006  es el primer libro en solitario de Miguel Navarro. En él vemos el nocturno barrial desplegado en imágenes en blanco y negro imprevistas, la lluvia fría de invierno que cae como cometas sobre un cerezo y los techos de un taller de tubos de escape; imágenes de la vida común de la noche, entre cuatro paredes o en las esquinas, celebraciones, fiestas, bailes, soledades, exhibiciones sin flash; imágenes en tránsito por los pasajes y los postes, las caras y las casas de una comuna popular que primero perteneció a Barrancas y luego a Pudahuel: “Prácticamente le sacaron una costillita a Pudahuel y se formó Lo Prado. Es bien pequeña la comuna, entonces tú la puedes recorrer a pie y cruzarla entera”. Las fotografías que conforman este libro, muchas de ellas fueron tomadas en paralelo al trabajo diurno de Miguel en Amercanda. Son parte de su período de formación, cuando consolidaba el sencillo y necesario hábito de caminar mucho, ejercitar la mirada y hacer una foto que no desperdiciara el rollo. Lopradino de nacimiento, Miguel ha recorrido y descubierto su territorio, primero sin cámara, luego al ritmo propio de su mirada y de su vínculo con el aparato fotográfico. “Muchas veces no sabía a lo que iba. En el camino de repente iba viendo cosas que pasaban y me quedaba. En el camino me encontraba con las ferias, los carretes, las fiestas, los casamientos. Hay cosas que llaman mi atención y las sigo, son más sociales y comunitarias, el fútbol, la bohemia, las fiestas, los ritos, los juegos, los bingos, los clubes. Es un mundo distinto a la drogadicción y la balacera que muestran en los noticiarios”.

“Tomé fotos prácticamente todos los días, junté muchas. Mi primera exposición sobre Lo Prado la hice en 2006, en el hall de la municipalidad. Fue mucha gente de la comuna. Tenía unos flayer y por donde caminaba tiraba un flayercito para adentro. Fue interesante y bonito ver a los vecinos, cómo se reconocían en las fotos, su lugar, su paisaje, su barrio. Es curioso, la misma gente que iba a hacer trámites se veía y después veía a otros y los llamaban para contarles. También hice una exposición en la sede de un club deportivo, pero ahí, además de poner fotos mías, hice un rescate con la ayuda de personas que tenían fotos guardadas". El fútbol amateur es una de las actividades más populares en Lo Prado y convoca semana a semana a centenares de vecinos en torno a las canchas de la comuna, especialmente las de Santa Anita, puros peladeros, en palabras de Miguel, donde paran tres palos y entizan algunas canchas para jugar una liga que dura todo el año. A él le impresionan la organización de los vecinos y el apoyo que los jugadores reciben de las barras compuestas por familiares y amigos.

Alrededor de San Pablo con Neptuno, en dirección hacia la costa, se reúnen distintos cafés, restaurantes, discotecas y pubs. Es un sector que concentra buena parte del movimiento nocturno de la comuna. Precisamente, a la esquina de San Pablo con Neptuno, en un antiguo peladero, llegaba la feria de juegos que aparece en la portada de Lo Prado nocturno. Ahora, ese peladero ha sido ocupado por un supermercado de la multinacional estadounidense Walmart. Miguel nos cuenta que casi todos los peladeros que aparecen en algunas de sus fotos ya no están y han sido ocupados por supermercados y proyectos inmobiliarios, lo que, en su opinión, ha reducido los espacios para áreas verdes y de recreación y ha aumentado la cantidad de personas viviendo en la comuna. “Lo Prado es una comuna dormitorio, no hay grandes empresas, en la mañana el éxodo es evidente. Todos se van de Lo Prado y después todos vuelven a Lo Prado. Se van a distintas comunas a trabajar y en las tardes empiezan el regreso a sus casas para dormir. En el día el vacío se nota, y luego el contraste, cuando empieza a llegar la gente. La noche dentro de todo es tranquila, a mí al menos nunca me ha pasado nada. Como todo barrio tiene sus poblaciones, pero yo camino con la cámara al hombro y no he tenido problemas. La primera vez que me pasó algo fue ahora para las protestas, y fueron los pacos, que me rompieron dos cámaras y me dejaron para la historia, dos semanas en cama sin poder moverme. A Claudio Pérez también le pegaron. Debo reconocer que todavía ando con un poco de miedo, preocupado, pero hay que asumirlo y atreverse”.

“Cuando sucedió lo del metro, en mi comuna, la gente estaba bien. Era necesario, los saqueos, saquearon varios supermercados. Pero la gente que saqueaba no se llevaba las cosas, las tiraban a las fogatas, los plasmas, los microondas, un go kart, todo a la fogata. La mercadería la repartían, salían con pan, champú, de todo, tomando bebida, cerveza, panes de pascua, arroz, tallarines, y te pasaban, toma, llévate te decían, y todos los electrodomésticos se estaban quemando”. Para Miguel los más jóvenes despertaron a un país entero. El entusiasmo y la determinación de la juventud del presente movilizan una vez más a un pueblo completo para cambiar, de una buena vez, el destino de abusos, sacrificio y triste resignación al que estábamos siendo forzados. Las calles cambiarán todavía más. Miguel ha estado haciendo fotos en la primera línea desde octubre. “En un principio era un desorden, después se organizaron entre ellos. Llegaron los que apagan las lacrimógenas, después los láser, los que traían las piedras, los músicos, cada uno tiene su rol. Todas las fotos del estallido social las está haciendo en digital, recién encantándose con el color. Miguel ha caminado extensamente por los alrededores de plaza de La Dignidad y en varias ocasiones de regreso hasta Lo Prado. “Me doy vueltas por todos los lugares, por Lastarria, por detrás de la plaza, por la Alameda, por el GAM; hay verdaderas obras de arte, rayados, grafitis, dibujos, mensajes, y siempre va cambiando. Es una historia que se está escribiendo”.

“En Las Rejas con Alameda, todos los días desde el 18 de octubre hay un grupo de personas protestando. A veces va más gente, a veces va menos gente, a veces queda la escoba, pero todos los días tú vas a ver personas en Las Rejas con Alameda manifestándose. La mayoría es gente adulta. La forma en que se están comunicando los vecinos está cambiando, antes eran indiferentes, ahora hay interés y organización para ayudarse. De repente hay talleres de primeros auxilios, y la gente asiste. Se hacen cabildos, se habla de la Constitución. Ahora das una vuelta y todos se saludan, se reconocen. Para mí cuando niño era un poco así. En la navidad cerraban los pasajes, en la noche había pichangas e ibas a buscar a tus amigos. Se organizaban para hacer paseos. Eso viví yo cuando chico, pero llegó un momento en que desapareció, después de la transición, desde Patricio Aylwin en adelante todo ese movimiento social se extinguió, y fue manipulado por la misma Concertación con el propósito de debilitar los movimientos sociales que pudieran entorpecer su administración. Eso fue político, deliberado, y ahora volvió solo, la gente se empezó a organizar sola, se vieron en la primera protesta, en la segunda y al final se empezaron a conocer y a saludar… Hubo un cambio en mi barrio, está sucediendo, vecinos que para mí eran momios o encerrados en su mundo los he visto en Las Rejas con Alameda, en la noche, diez, once de la noche ahí con la ollita golpeando. Ahora hay mucha más gente en las calles. Los vecinos se están juntando y con ellos sus hijos, que ahora juegan juntos. Ojalá esto siga, que no se detenga”.

Fotografías cortesía de Miguel Navarro Cofré