La Comuna de París: experiencia histórica para imaginar el futuro

Por Marcel Garcés Muñoz

La instalación del primer poder proletario de la historia, la Comuna de París, las circunstancias de su surgimiento y la experiencia notable de los dos meses (18 de marzo al 28 de mayo de 1871) de ejercicio del poder, su heroica defensa armada en las  barricadas por milicianos y obreros, hombres, mujeres, jóvenes de la capital francesa, que así ingresaron a la historia de las luchas revolucionarias y la respuesta sangrienta a manos de un ejército conducido por generales ineptos, corruptos, derrotados y humillados por las tropas prusianas y políticos miserables, incluida una prensa  cómplice son páginas que demandan  un estudio profundo en las  luchas revolucionarias de la humanidad.

Precisamente ese es el sentido de la aparición en Chile de “La Comuna de París”, de Hippolyte Prosper-Olivier Lissagaray, periodista, historiador y agitador, testigo y protagonista de esos hechos épicos y  brutales, una de las obras claves que revive la historia de esa gesta de hace 150 años, de los obreros y obreras, de intelectuales progresistas, estudiantes y políticos de una izquierda heterogénea, decidida y audaz, que buscaba respuesta a los desafíos de la época.

LOM Ediciones de Chile y la editorial vasca Txalaparta ofrecen así la oportunidad no solo de conocer un hecho histórico, en su 150 aniversario, sino de penetrar en los acontecimientos, revivir sus circunstancias, sus emociones y acciones heroicas y cotidianas, conducidos por un relato sin duda apasionante, comprometido, de uno de sus actores, que nos habla entonces desde su conocimiento personal, tanto como de su pasión revolucionaria, de sus convicciones.

En sus páginas, se ofrecen claves,  hechos, episodios, historia, análisis, reflexiones, que enriquecerán el conocimiento histórico, que a veces  es desfigurado por el tiempo y la complicidad de  historiadores comprometidos en  la desacreditación de los hechos  y la criminalización de los protagonismos populares,  de las masas, de la calle, con  una intención falsificadora de los acontecimientos y justificadores, cómplices de la violencia, la represión, la sangrienta venganza de los poderosos frente a lo que consideran, esos actores y sus propagandistas, una alteración, un desafío a sus derechos  de origen “divino” al poder y la riqueza.

Desfilan en estas páginas como en un mural polifónico los rostros y puños de los protagonistas revolucionarios, empuñando sus banderas y armas rudimentarias, el heroísmo colectivo, pero también la felonía de los hechores del baño de sangre, conocido como ”la semana sangrienta” que clausuró la epopeya, la vida palpitante y la muerte artera, la venganza feroz de los burgueses aterrados por “la plebe”, el amor a la libertad y la traición.

Se escucha en estas páginas de  Olivier Lissagaray el coro de una muchedumbre puesta en marcha hacia la historia, y el gesto torvo de quienes ordenan acribillar, de diez en diez, a los y las combatientes de La Comuna, a niños, a familias enteras.

El cronista evoca los acontecimientos desde su compromiso y el protagonismo de sus héroes colectivos en el escenario de París. En este sentido se puede decir que refleja al héroe individual y al personaje histórico colectivo, toma nota y testimonia para la posteridad ese drama épico, cumpliendo tanto su deber profesional, como periodista, historiador y revolucionario.

“El que ha respirado tu vida, que es fiebre para los otros, el que ha palpitado en tus bulevares y llorado en sus suburbios, el que ha cantado en las auroras de tus revoluciones y algunas semanas después ha lavado de pólvora sus manos detrás de las barricadas, el que puede oír bajo tus piedras la voz de los mártires de la idea y saludar tus calles con una fecha humana, aquel para quien cada una de tus arterias es un nervio, aún no te hace justicia, gran París de la rebelión”, escribe el autor.

Y agrega, “la atracción del París rebelde fue tan poderosa que hubo quien vino desde América para contemplar este  espectáculo desconocido en la historia: la mayor ciudad del continente europeo en manos de los proletarios”.

Por ello el eco histórico de ese acontecimiento en la historia del movimiento revolucionario mundial, llegó también a América Latina y Chile, donde encontró, en Argentina, México, Perú, Uruguay, mentes receptivas y dispuestas a tomar las banderas que ondearon en las barricadas de los barrios obreros parisinos.

Las consignas, canciones, las emociones  el heroísmo, desatadas en las calles de París, inspiraron la conciencia y las voluntades de latinoamericanos que  tomaron el  “testigo”, asumieron el relevo y los emblemas para seguir la marcha.

En el norte minero de Chile, donde el tipógrafo y agitador, Luis Emilio Recabarren, militante primero del Partido Demócrata, organizador del movimiento obrero y fundador del Partido Obrero Socialista (1912), del Partido Comunista de Chile ( 1922), de la  Federación Obrera de Chile (FOCh), dejó testimonio de su entusiasmo y de su reflexión sobre una batalla, que sintió suya.

El periódico chileno “El Proletario”, de Tocopilla, fundado por Recabarren, denunció en fecha 18 de marzo de 1905, en un artículo firmado por éste que, “Los sublevados de París, cayeron asesinados por millares en este día sangriento de la historia proletaria”.

“Ellos- señala- buscaban la libertad de los pueblos. La “Commune” proclamaba lo que llevamos como un programa en nuestros corazones los que nos llamamos hombres libres; proclamaba el trabajo para todos como una necesidad para la salud física, la producción y el consumo en común y el libre cambio por la acción libre de los hombres”

“La Guardia Nacional que constituía el pueblo de París armado, en lucha contra el invasor prusiano, secundó la acción del pueblo, aprovechando el desbarajuste producido por la derrota impuesta por Alemania. Pero como los gobiernos se amparan todos, el gobierno alemán puso en libertad al ejército francés prisionero y vencido, con el cual el gobierno francés fusiló al pueblo, matando a más de 35 mil trabajadores y destrozando la primera revolución comunista que proclamaba la vida libre”.

Pero, enfatizó, “No quisiéramos  pensar nunca en los hechos sangrientos y violentos para realizar los ideales puros de reformar el mundo malo de hoy, para tornarlo bueno y feliz, mas la valla poderosa que nos coloca el egoísmo y la soberbia burguesa nos indica que sólo la fuerza es lo único capaz de vencer”.

Tenía razón Recabarren al expresar su solidaridad con ese pueblo, hermanos de clase heroicos y masacrados, porque sus demandas eran claramente sentidas e insatisfechas en estas fronteras, donde los trabajadores también identificaban las injusticias, la violencia patronal y la complicidad del Estado y sus fuerzas represivas y donde despertaba la resistencia.

Entre los decretos revolucionarios destacados de la Comuna de París figuran muchas demandas derivadas de la miseria generalizada causada por la guerra franco-prusiana y la derrota de las tropas galas, como la autogestión de las fábricas abandonadas por sus dueños, la creación de guarderías para los hijos de las obreras, condonación de los alquileres no pagos, la abolición de las deudas y de los intereses sobre ellas, a lo que se agregó la abolición de la guillotina, la prohibición del trabajo nocturno en las panaderías de París, las pensiones para las viudas e hijos de los miembros de la Guardia Nacional muertos en servicio, que se constituyó en el brazo militar de la rebelión.

Los trabajadores asumieron con responsabilidad y capacidad las labores administrativas de la ciudad, reemplazando  a los funcionarios  y especialistas o profesionales que dejaron sus puestos, atraídos por los contrarevolucionarios encabezados por Louis Adolphe Thiers, personaje funesto en el baño de sangre posterior, ex primer ministro y ex presidente de Francia, fallecido en 1877.

El Consejo de la Comuna propuso la separación de la Iglesia del Estado y reemplazó el ejército convencional, derrotado por los prusianos, que les entregó París para luego parapetarse en Versalles y terminar convirtiéndose en  brutal verdugo de los rebeldes.

Por otro lado, caracterizó a La Comuna la presencia de variedad de tendencias revolucionarias de la época, su confraternidad en medio de una tensión ideológica y la pasión de los momentos que se vivían. También recibió el apoyo de organizaciones políticas y obreras de varios países de Europa y la participación de combatientes “internacionalistas”.

La Comuna de París fue un ensayo también histórico de democracia autogestionada, horizontal, pluralista, transversal, con representantes de las distintas facciones revolucionarias y republicanas de la época, republicanos reformistas y moderados, anarquistas, proudhonianos, blanquistas, jacobinos, independientes,  socialistas, siendo elegido presidente de los 92 integrantes de su “Consejo Comunal”, el socialista Auguste Blanqui, de conocida trayectoria, posterior, en el desarrollo del movimiento socialista internacional, que lo llevó a enfrentar la ortodoxia marxista-leninista soviética y la Internacional Comunista. La bandera roja fue  establecida como emblema nacional.

La composición social también fue variada: líderes sindicales, periodistas, profesores, artesanos, que hicieron su experiencia  política en diversas revueltas francesas del siglo XIX.

Las corrientes de izquierda (comunistas y socialistas) no eran predominantes, aunque Carlos Marx mantenía contacto personal con algunos de sus líderes, y Lenin, Trotski, Engels  y Bakunin siguieron con atención y hasta entusiasmo los acontecimientos, analizaron la experiencia, y por lo visto encontraron en ella enseñanzas y advertencias.

Por ello, de  alguna manera este viaje a acontecimientos épicos como “La Comuna”  puede aportar en el análisis de páginas de nuestra contemporaneidad, a experiencias que a nuestras generaciones les ha tocado ser testigos y protagonistas, como la lucha por el progreso y la justicia social, por la Democracia y los Derechos Humanos en el periodo  que llevó al triunfo de la Unidad Popular y a su derrota bajo el golpe de Estado y la venganza sangrienta de las oligarquías locales, como la “semana sangrienta”, en realidad dos semanas de ajuste de cuentas, en París y en toda Francia, tras la Comuna.

Cuando en el momento actual, en confrontación con los  intentos de “restauración” del poder oligárquico, del modelo neoliberal impuesto mediante los métodos y mecanismos  dictatoriales, y hoy  encubierto con alegaciones sobre el “orden social” o la “seguridad interna”, se pueden examinar las enseñanzas de la historia.

Pero el estudio de la experiencia de la Comuna de París, subrayado por  Olivier Lissagaray en su obra monumental, comprende además algunos aspectos concretos del proceso de su surgimiento, de la riqueza de su actividad e iniciativas, del contenido social de sus principales medidas de gobierno, de su estructura, de la composición política e ideológica de sus liderazgos, la democracia interna en su funcionamiento, tanto como algunas debilidades en el ejercicio del poder de una estructura naciente que hacía su experiencia en medio del ataque de sus enemigos, la conspiración interna y la complicidad política y mediática externa.

Esto último es un proceso de  reflexión natural que se fue desarrollando en medio de la lucha heroica de esos días por la subsistencia, y también en la etapa posterior a la masacre de los héroes, del asesinato de decenas de miles de comuneros, combatientes, hombres y mujeres, y hasta decenas de niños, los campos de concentración, la persecución infame hasta de los familiares de los revolucionarios.

En definitiva, se trata de una obra cuya complejidad teórica, su trascendencia histórica y su carácter político investiga sobre temas contemporáneos como el ejercicio alternativo del poder, de propuesta y sueño social, un componente de construcción, sobre la base objetiva de una obra colectiva inconclusa, por ahora, de la “toma del cielo por asalto”, así como la respuesta criminal, terrorista, vengativa del orcen establecido.

El esfuerzo de LOM Ediciones y  Txalaparta de poner a disposición de sus lectores este testimonio histórico, contribuye a la reflexión de las claves y de la épica que mantienen la vigencia del sueño de los ideales revolucionarios de los combatientes de la Comuna de París a 150 años de un acontecimiento histórico, pleno de barricadas, banderas rojas, libertad, de pasión, sacrificio y sueños de progreso y justicia.

Quizás convenga terminar esta reseña con el pensamiento del autor de este libro indispensable, “La Comuna de París”,(cuyo nombre original era “Histoire de la Commune de 1871”), como conclusión y quizás advertencia. Escribió con pasión Oliver Lissagaray en las “conclusiones” de la obra: “!Oh,sí¡Razón tenían en querer conservar sus cañones y fusiles estos parisinos que se acordaban de junio y de diciembre, sí, tenían razón al decir que los aparecidos de los antiguos regímenes tramaban una restauración; sí, tenían razón al combatir a muerte el advenimiento de los curas; sí, tenían razón para temer en la República conservadora, cuyo vértice mostraba Thiers, una opresión anónima, tan dura como los yugos  del pasado; sí, tenían razón para luchar, a pesar de todo, hasta la última piedra; razón como la última barricada de junio, como la de Baudín; razón como los vencidos por anticipado de Buzeilles, de Bourget, de Montretout; razón para lanzar al cielo su último cartucho, como los Gracos el polvo de donde debía nacer el vengador”.

Olivier Lissagaray sintetiza también, en una conclusión  magistral, el significado, el objetivo, la herencia y la proyección histórica de la Comuna de París:

“¿Que significaba?, se ha dicho también, un llamamiento al orden, dirigido por el pueblo republicano de Francia a los vestigios resucitadores del pasado. Dio a los trabajadores conciencia de su fuerza; trazó una línea perfectamente definida entre ellos y la clase devoradora, aclaró las relaciones de clase, con tal resplandor que la historia de la Revolución Francesa se iluminó con él y gracias a él se ha de reconstruir”.

“La revolución del 18 de marzo fue asimismo un llamamiento al deber, dirigido a la pequeña burguesía. Decía a esta: despierta, recobra tu papel iniciador; toma el poder con el obrero y poned entre los dos a Francia en sus carriles”.

“No fue sin duda más que un combate de vanguardia, en el que el pueblo comprimido en una sabia lucha  militar, no pudo desplegar sus ideas ni sus legiones. Por eso no comete la torpeza de encerrar la revolución en ese episodio gigantesco. Pero, ¡qué pujante vanguardia la que por espacio de más de dos meses tuvo en suspenso a todas las fuerzas coaligadas de las clases gobernantes! ¡Qué inmortales soldados los que en las vanguardias mortales respondían a un versallés:¨”Nosotros estamos aquí por la Humanidad”.

Tampoco es casual el epígrafe de la introducción de la obra, que recoge la reflexión de Karl Marx, en su libro La guerra civil en Francia: “La Comuna era esencialmente un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la fórmula política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”.

Así, de una manera oportuna, en un país que imagina su futuro constitucional y político, los lectores tienen la oportunidad  de confrontar sus sueños con la herencia histórica de quienes eligieron el rumbo de la libertad y la justicia social en las barricadas de París, hace 150 años, y se hicieron acreedores del honor de ser adelantados, héroes, precursores de una vanguardia en busca del futuro.