Huenún poetiza la crónica de una época en conjunción con su autobiografía personal

EL retorno de los pobladores en la subjetividad mapuche del siglo XXI, de Jaime Huenún. 

 

Por Magda Sepúlveda Eriz. * 

Crónicas de la Nueva Esperanza (Lom, 2024) de Jaime Huenún pone en alto la capacidad de la poesía de representar una época y ensoñar ese mundo al mismo tiempo. La población Nueva Esperanza de Osorno fue levantada en 1965, a partir de una toma de terreno y hoy es recorrida nuevamente por el poeta, quien va rememorando su infancia y los acontecimientos históricos vividos, especialmente la Unidad Popular y la dictadura. El título connota la actitud de la esperanza del libro. Me parece que Huenún potencia la población de los años 60 y 70, en contraposición a la población de la década del 2020 liderada por narcotraficantes.

El libro contiene diecisiete fotografías tomadas el año 2021, cuando el poeta y el fotógrafo Álvaro de la Fuente, del proyecto “Retrato literario indígena”, recorren la población y sus alrededores. Estas imágenes no ilustran lo que dicen las palabras, sino que complementan su universo discursivo. Es decir, el fotógrafo interpreta lo que es “el padre de la ira” o “la batalla de tu madre que no termina”, enviando diez hijos a la escuela, mientras escucha las canciones citadas en el texto.

 

La traducción de los poemas al inglés fue realizada por la profesora Cynthia Steele de la University of Washington, quien en una nota del libro explica que ella proviene de una familia de clase blanca y con quien Huenún mantuvo contacto por correo electrónico, transformándose dicho diálogo en una primera lectura de los poemas. Este diálogo intercultural es visible en los poemas mismos, por ejemplo, Huenún no dice “fogón” prefiere decir “fuego hosco”, en atención a situarse en otro universo cultural. De manera, que la traducción aquí interculturaliza al traducido.

Huenún poetiza la crónica de una época en conjunción con su autobiografía personal. El libro partió como un homenaje a su madre fallecida en 2024, pero la escritura siempre pulsa más allá, ahondando en una suerte de estampas de la población, descrita como un espacio donde los vecinos se conocen, se saludan y se aprecian. En ese lugar recobrado es posible enunciar desde “un nosotros”, pues se habita la calle de forma espontánea, como los perros quiltros que la pueblan, se conocen las enfermedades de los vecinos e incluso se sabe de sus muertes. Allí habitan chilenos y mapuches en una convivencia común marcada por la pobreza, la precariedad de las “casuchas” y “ranchas”. Esa población latinoamericana parece ser la única capaz de oponerse a los campamentos esporádicos del narcotráfico.

Éramos niños, pero íbamos

con cajas llenas de carne

por las calles.

Sangraba el cartón

mientras en fila india

ancianas mostraban incisivos

agitadas por el hambre

y el deseo.

Eran días de correr la cerrazón.

Eran tardes de golpear cercos y puertas

en casuchas que se desplomaban.

Cada niño con un trozo de animal

ofreciendo impávido la muerte

en mojados papeles de diarios.

 

Remontamos el sendero

bajo el vuelo de pichones

que rasgaban con sus alas

las nubes del atardecer.

Caminamos en línea recta

entregados a la lluvia

y a la gris contemplación.

El viento aguzaba el aire

deshojando suavemente

ilusiones y gladiolos.

Y nosotros bajo el cielo

que nevaba en las estrellas

olvidamos para siempre

la esperanza y el dolor.

* Magda Sepúlveda Eriz, es doctora en Literatura de la Universidad de Chile. Profesora titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile.