Este es el lugar, de Lara Pawson, una cartografía de la memoria

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*Texto tomado del sitio de Letras en Línea

Acaba de ser publicado por LOM ediciones Este es el lugar, de Lara Pawson, traducido por Juan José Adriasola, académico de la Universidad Alberto Hurtado. El libro es “un relato íntimo y personal, donde la autora entreteje la labor que realizó como corresponsal de guerra de la BBC durante varios años en Angola y Costa de Marfil, junto con sus recuerdos de infancia y juventud, y sus impresiones al retornar a Inglaterra”. Según Constanza Vergara, también académica de la UAH y autora de estas líneas, el gran mérito de la obra, es lograr contar una vida sin certezas ni voces de autoridad, entrelazando asociaciones, dudas y recorridos personales, que en su conjunto conforman la conmovedora cartografía de una memoria.

En una lectura realizada el año 2014 en el Museo de Louisiana, Dinamarca, la escritora norteamericana Lydia Davis compartió un texto en proceso, al que identificó como una “falsa autobiografía”. El texto consistía en una larga lista de todos los nombres errados con los que la habían llamado, las direcciones, profesiones y otros hechos equivocados que había leído o escuchado sobre ella a lo largo de los años. La lectura, que se puede encontrar en YouTube, se llama “Goodbye, Louise, or Who I am”. Si hoy menciono esta lectura es porque Este es el lugar, de Lara Pawson, también presenta al inicio cuatro confusiones: a los siete años el dueño de una relojería la confunde con un niño; décadas después un nigeriano que la escuchaba en la radio la toma por compatriota; en Londres han creído que es la actriz Jamie Lee Curtis y también han pensado que es travesti. A diferencia de lo que ocurre en “Goodbye, Louise”, Pawson no enumera estas confusiones para lograr un efecto cómico, o para establecer una distinción entre lo verdadero y lo falso. El resultado aquí es distinto, porque me parece que pone el acento en la relación con los otros y en un concepto de la identidad como algo maleable y en continua negociación con el mundo.

El propio libro nos da una clave para comprender esta mención a las equivocaciones. Escribe Pawson: “Cuando llegué a reportear a Costa de Marfil en 2004, ya había empezado a preguntarme por la relación entre lo real y lo imaginario. Ya había empezado a comprometerme con la importancia de la duda. Esta es la época en que empecé a considerar que quizás el mundo de las noticias no era para mí. Es la obstinación con la certeza lo que no tolero.” (95) La atención que se presta a las confusiones, entonces, tendría menos que ver con la distinción entre lo correcto y lo errado y más con la posibilidad de dudar, con el reconocimiento de que hay que desconfiar de las certezas y de las primeras impresiones. Antes también nos dice: “Es curioso que la gente a menudo asume que soy muy deportista” (47) y en otro fragmento, “Me han dicho que me veo igual a Camilla Parker Bowles. . . me parece que ella es otra mujer que podría pasar por hombre” (61-2). Porque lo que este libro parece decirnos es que la apariencia física, la voz o el acento no son simples datos, sino que se prestan para distintas interpretaciones, se negocian con la mirada, la escucha, los prejuicios y el reconocimiento de los otros.
¿Cómo contar una vida, entonces, si no es desde la certeza ni desde la autoría como único centro, como la única fuente de la verdad o que puede decidir lo verdadero de lo falso? Como indica la contratapa del libro, “Este es el lugar es un relato íntimo y personal, donde la autora entreteje la labor que realizó como corresponsal de guerra de la BBC durante varios años en. . . Angola y Costa de Marfil, junto con sus recuerdos de infancia y juventud, y sus impresiones al retornar a Inglaterra”. A quienes no han leído este libro todavía, les puedo adelantar que, por suerte, carece del tono didáctico y descriptivo que uno podría esperar de cierto discurso periodístico (esta no es una clase sobre los conflictos armados en África). Esa incomodidad que la autora siente hacia su profesión queda de manifiesto en un estilo narrativo que desarma la cronología, evita las explicaciones acabadas y rehúye del rol de autoridad sobre la materia. La palabra clave, entonces, para este libro podría ser “impresiones”, ya que se trata de un conjunto de recuerdos de distintos momentos de su historia personal, aunados por sensaciones o imágenes que han dejado una huella.

En la primera parte del texto, Pawson dice: “Me gusta perderme. Detesto viajar con mapas, especialmente los electrónicos, que indican con flechas dónde estás o hacia dónde debieras estar mirando. Es frustrante cuando estoy con gente que quiere marcar rutas en sus mapas para no perderse. Me despierta una sensación claustrofóbica” (24). En Este es el lugar, la memoria y el texto funcionan también como espacios que se recorren, por los que Lara se pierde y deambula. Luanda, Bamako, Londres, Accra son algunos de los lugares donde la autora ha estado y corresponden a distintos tiempos y diversas etapas vitales. La cartografía de Pawson es amplia y está cruzada por varias lenguas. En el libro no se reconstruye una trayectoria de vida con un solo sentido (con una idea de progreso o de etapas ordenadas por la causalidad), al contrario, lo que se propone es una superposición de capas de tiempos y recuerdos que habitan en el presente, que siguen interpelando el presente. De esta forma, a lo largo del escrito leemos expresiones como: “los recuerdos me arrastran cuando salgo a caminar” (10), o la referencia “recuerdos intensos” (21), a “una imagen que vuelve una y otra vez” (23), o que “todavía me da vueltas en la cabeza” (29), “Algunas imágenes persisten” (75).

En Este es el lugar se habla de la memoria como parte del presente y como experiencia afectiva más que intelectual. Las imágenes y las sensaciones vuelven, persisten. Y esto no es algo que le suceda solamente a Lara: “Más o menos hace sesenta años, el abuelo Robert iba conduciendo hacia el Sur de Francia con la abuela. A ella se le habían acabado los cigarrillos, así que se detuvieron en un pueblo y bajó rápidamente a comprar. Al volver al auto, el abuelo no estaba ahí. Estaba del otro lado del camino, apoyado contra una cerca, mirando el descampado. Cuando se le acercó, le explicó que era este el campo donde lo habían tomado prisionero en la Primera Guerra Mundial” (64). Vemos, de esta forma, que los hitos que gatillan la memoria pueden ser de diversa índole: volver (incluso imperceptiblemente) al lugar de los hechos, como en esta cita; o reencontrarse con gente del pasado, o escuchar una lengua extranjera, como sucede en otros pasajes del libro.

La experiencia de la guerra, ser testigo de su violencia y capacidad de destrucción es una parte fundamental de Este es el lugar. No todos compartimos esa vivencia extrema, aunque sí podemos tener más o menos conciencia de que habitamos en un mundo violento e injusto, poblado de conflictos armados. Escribe Lara: “el asunto con la guerra es que es parte de la vida. Gran Bretaña ha estado en guerra de forma continua, en algún lugar del mundo, por más de un siglo” (65).

En particular, las guerras que reporteó Pawson están cruzadas por la experiencia del colonialismo y el racismo. ¿Quién puede desplazarse con mayor facilidad?, ¿quién puede contar?, ¿quién desentenderse de su propio rol?, ¿quién dar consejos a los gobiernos? En varios pasajes leemos cómo la autora expresa su rabia y su indignación frente a las prejuiciosas opiniones de algunos políticos o diplomáticos; también vemos escenas en las que ella misma se avergüenza de sus reacciones, como cuando siente ansiedad al darse cuenta de que es la única blanca entre una multitud de rostros negros en una estación (92). Esa distancia temporal y geográfica entre el presente de la escritura y los sucesos que se rememoran ayuda a Pawson a reexaminar sus actitudes y concepciones pasadas, pero no como una forma de establecer cuál es la posición correcta, sino como una muestra de lo enredadas que son las dinámicas sociales de clase, raza y género. Pese a las buenas intenciones y a su progresismo, la autora sigue siendo una mujer británica blanca, con toda la carga que eso contiene, pero a su vez, esa no es una posición fija, sino que adquiere distintos matices dependiendo de dónde se encuentre; incluso dependiendo del largo de su pelo y de si lleva o no cartera. Esto se muestra en una cita ya al inicio del libro: “Me da un poco de vergüenza reconocerlo ahora. Hay una historia larga de personas como yo –europeos blancos– que quieren hacer la revolución en Angola y en otras partes del mundo. ¿Quiénes nos creemos que somos?” (37). No bastan las buenas intenciones ni los ideales. La guerra no es una experiencia didáctica, en el sentido de que no hay estrategias correctas para sobrevivirla o para comprenderla, no hay causalidad que la explique sin fisuras. Por eso es tan significativa la mención que la autora hace a los libros y las obras de Samuel Beckett, los que la han ayudado a tranquilizarse, a entender su reacción ante la guerra (48). Angola la ayuda a entender a Beckett y este la ayuda a entenderse a sí misma.

Vuelvo a la pregunta del inicio: ¿cómo contar una vida se si evitan las certezas y la voz de autoridad? Como lo hace Lara Pawson en Este es el lugar: consciente de su propia perspectiva y de sus sesgos; dispuesta a perderse entre el aquí y el ahora y el allá-entonces; señalando sus dudas y sus cambios de opinión, e invitándonos, así, no solo a conocer su historia, sino también a perdernos entre nuestras propias asociaciones, nuestras propias dudas y recorridos.

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