El factor ecológico en tiempos de crisis climática

La rosa de los vientos verdes. (Capt.11)

  

Por Carlos Aldunate Balestra.

James Lovelock, el creador de Gaia, celebró sus cien años de vida el viernes 26 de julio de 2019, en el Palacio Blenheim, 106 kilómetros al noroeste de Londres. Hombres y mujeres invitados llegaron al mediodía. Sol tibio, cielos parciales, nubes flotando. A las 13:15 fue el almuerzo. Un cuarto para las tres, varios homenajes y brindis.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Lovelock agradeció. Tras los aplausos, un poeta recitaba y una pianista interpretó seis piezas de música clásica. A las cinco y media, los asistentes empezaron a retirarse. Sir Crispin Tickell, el organizador, se sintió satisfecho. En los alrededores, entre los jardines y piletas y ante los magníficos muros barrocos levantados en el año 1720, en esas pocas horas, un espíritu verde había encajado el germen ecologista del siglo XX en el pensamiento ecológico del siglo XXI.

Uno de los asistentes a la celebración fue Bruno Latour, el sociólogo francés que desde fines del siglo pasado estaba promoviendo una nueva ecología política que se fundara en el reconocimiento de lo no humano. Y si hubiera estado viva, también habría asistido Lynn Margulis, la bióloga que aportó decisivamente a la formulación definitiva del concepto Gaia, siempre presente en las reflexiones verdes de los últimos treinta años.

Margulis murió en 2011, a los 73 años. En 2022 dejarían este mundo Lovelock, a los 103, y Latour, a los 75. Entre los tres se teje una red fibrosa que ha fortalecido al factor ecológico. En parte por ellos mismos, en parte por las personas con que se vinculaban.

Lovelock, por ejemplo, tuvo cercanía con la ecología profunda, uno de cuyos seguidores, Stephan Harding, fue su colaborador y además de promotor de la lectura religiosa de Gaia, como la Diosa en la que todo se vincula para producir vida en armonía. Lovelock no tenía sin embargo cercanía con el ecologismo político; al contrario, lo veía con distancia y crítica e incluso lo consideraba ignorante, igual que a toda la clase política.

Latour también contaba con una socia de reflexiones, la belga Isabelle Stengers, una filósofa contemporánea que lo ayudaba a visibilizar formas audaces de renovar la política en torno a la figura de Gaia. Para Stengers, la diosa de Harding era una intrusa, pues, acuciada por la mutación climática, llegaba a alterar el orden humano, el que ahora estaba obligado a imaginar formas de reemplazo del capitalismo, gran responsable del problema, un realismo crudo que los ecomarxistas comparten con entusiasmo.

Mismo realismo que afirmarían, aunque en sentido contrario, otros reconocedores de Latour, los ecomodernistas, fanáticos de la tecnología y el capitalismo.

Al lado de todos ellos, y recogiendo el legado científico donde se originó Gaia, figuraba el inglés Timothy Lenton, un académico del cambio climático que acompañó a Lovelock en sus últimos años y que tomó su bastón para perseverar en el desarrollo de las ciencias de la tierra.

Lenton y Latour publicaron en 2018 un artículo en la revista Science, titulado «Gaia 2.0», con ideas para que «las sociedades humanas ejerzan una autorregulación consciente de sí mismas». El texto era un llamado a la acción a ciudadanos, políticos y activistas, para que redoblaran los esfuerzos dirigidos a que la humanidad se haga responsable del planeta.

Ninguno de estos hombres y mujeres pierde de vista la posibilidad del cambio de era. La filósofa estadounidense Dona Haraway la ha descrito con imaginación poética, cuando habla de sus cyborgs, mezclas de humano y máquina, parientes de los híbridos de Latour; o de los «niños del compost», que animan una colaboración multiespecie en tiempos de urgencia que incluyen luchar contra la extinción masiva; o del «Chthuluceno», esa palabra con que ofrece una denominación alternativa a «Antropoceno» y «Capitaloceno», demasiado bañadas de Modernidad. Todo animado por esa otra concepción de ribetes espirituales que es la simpoiesis, ese «hacer juntos» que mueve a la vida y que representa un paso más desde la autopoiesis de Humberto Maturana, capaz de explicar al socio pero no la asociación.

El futuro significa habitar un planeta simpoiético, dice Haraway, aludiendo al gran magma compuesto que ocultan los millones de vidas que lo pueblan, un magma que también evoluciona y que puede cambiar de maneras sorprendentes a pesar de la humanidad.

Un magma donde «el florecimiento se cultivará como una capacidad de respuesta de múltiples «especies, sin la arrogancia de los dioses del cielo y sus secuaces».

El Chthuluceno, concluye Haraway, «debe recoger la basura del Antropoceno, el exterminismo del Capitaloceno y picar, triturar y poner capas como un jardinero loco, y hacer una pila de abono mucho más caliente para pasados, presentes y futuros posibles».

El pensamiento ecológico

El factor ecológico la sostiene a ella y a todos. Al cabo de seis décadas, su capacidad de producir reflexión se ha multiplicado. La decena de trabajos que trazaron la ruta en los años sesenta ahora se cuentan por cientos. La suave afección por la naturaleza se ha convertido en pasión por la materia vital. La crítica al modelo económico ha derivado en movimiento anticapitalista. El entusiasmo por la tecnología se inclina a veces a la moderación. El ecoanarquismo se vuelve democracia verde. Gobiernos, empresas y tradiciones políticas institucionales se muestran lentos, cuando no estériles en sus reacciones, pero reaccionan.

Así, el factor ecológico alimenta un pensamiento ecológico, un giro intelectual que avanza en forma de hélice, como el ADN, mezclando centenares y hasta miles de ideas verdes. Se parece a la «ecología de la mente» de Bateson. No hay ideas fijas en el espacio, sino evolución, competencia y cooperación, tal como la vida y la materia se vinculan en la naturaleza; desplazamientos que se entrecruzan combinándose o fusionándose para generar otros más.

Edgar Morin hablaba en 1989 de «pensamiento ecologizado» para aludir a una forma que contradice el paradigma moderno que ha regido la cultura occidental, de conquista y posesión de la naturaleza.

Esta nueva vuelta de tuerca busca promover un respeto profundo por todas las formas de vida, siguiendo el patrón de Gaia, que ha «re-personalizados» al planeta. Sobre ella, creía Morin, sería posible la convergencia en un solo lugar de diversos credos, en «una nueva conciencia planetaria de solidaridad». Palabras emparentadas con aquellas que había escrito antes Arne Naess.

Veinte años después, el inglés Timothy Morton elaboraría su propia versión para un pensamiento ecológico, fundada en la idea de que la malla de interconexiones que sostiene todo lo vivo adentro y afuera de cada organismo, no tiene centro ni límites. Quienes la componen son «extraños forasteros», seres por descubrir. Esta intuición, decía, basta para imaginar un nuevo sistema filosófico, económico y político. Morton era uno de los principales integrantes de la Ontología Orientada a los Objetos, una filosofía poshumanista amable a la ecología.

La idea de la malla, promovida por el ecologismo profundo, ha sido profundizada. Reaparece en la obra ecomarxista de Jason Moore, quien propone el concepto de «ecología-mundo capitalista» para describir el momento de crisis que vive la humanidad, pero también es la base que usa el capitalismo regenerativo para ofrecer un nuevo modelo de producción fundado en los ritmos de la naturaleza.

Transversalidad pura.

Acá no se trata de ver quién tiene o no la razón. La libre circulación de las ideas y su entrecruce dará las respuestas en el tiempo. Lo importante es que existe un pensamiento ecológico, deslizado a lo largo y ancho de las sociedades en todos los rincones del planeta, integrado por compartimentos muy diversos y a veces contradictorios entre sí; un pensamiento que cuestiona de las formas más sorpresivas los fundamentos de la Modernidad, el modelo que habitamos, el único que conocemos, pero no el único que podemos concebir.

 

Carlos Aldunate Balestra es periodista y magister en Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con destacada trayectoria en medios de comunicación y escuelas de periodismo, donde alcanzó cargos de dirección y gestión. Investigador de asuntos ecológicos y con experiencia en el mundo digital, es autor de los libros El factor ecológico. Las mil caras del pensamiento verde, 2001 y Crónicas de medios digitales. 25 años de periodismo online en Chile, 2022. En la actualidad se encuentra dedicado a la investigación de temas vinculados a la historia, la filosofía y la literatura, y a explorar formas de vida más sostenible.