¡Despertó, despertó, Chile despertó!

¡Despertó, despertó, Chile despertó! fue la consigna que comenzaron a corear miles de manifestantes por las calles, avenidas y también por «las grandes alamedas» de Chile, luego del estallido social del 18 de octubre de 2019.

Nadie podía imaginar que algo así ocurriría en un Chile aparentemente tranquilo, estable y económicamente exitoso, según la prensa mundial. En los meses de noviembre y diciembre se celebrarían las reuniones de la APEC y de la COP 25 (Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico y la Cumbre Mundial por el Cambio Climático, respectivamente). Ambos eventos mundiales debieron ser cancelados.

Pues bien, este, nuestro país –que pocas semanas antes el presidente había definido como un verdadero «oasis» en el convulsionado mundo globalizado–, literalmente estalló, desafiando todas nuestras maneras tradicionales de entender la política, e incluso sorprendiéndonos acerca de nuestras propias capacidades para movilizarnos, poner en jaque al gobierno, y en pocas semanas instalar la demanda por una nueva Constitución Política del Estado.

Pero el impacto no solo fue nacional, sino que también en el mundo, al punto de que un diario inglés –The Guardian– llegó a sostener que si Chile había sido pionero en la instalación del modelo neoliberal, también podría ser el lugar de su fin, de su ocaso. Tal vez demasiado optimista la afirmación, pero que Chile cambió, que ya no es el mismo que hace solo algunas semanas, es una percepción ampliamente compartida por muchos chilenos.

El estallido social chileno, como las revoluciones o las revueltas populares acontecen, no se planifican como hacen hoy los tecnócratas en tantos ámbitos de la vida social, y especialmente económica. Por supuesto que después que ocurren se pueden entender mejor los síntomas que las precedían (o sus causas en el sentido común) e incluso algunas de las formas que adoptan (por ejemplo, las performances o acciones de arte) o los actores más significativos (por ejemplo, los jóvenes, las mujeres y el feminismo).

Este libro surgió como una serie de artículos escritos al calor de las movilizaciones y con el ánimo de dejar registro de los acontecimientos, pero también de comprender el significado de tan importante proceso, que está cambiando el curso de la historia de Chile. Como indicaron espontáneamente los propios manifestantes, a propósito del alza de 30 pesos del boleto de Metro, que gatilló el estallido: «No son los 30 pesos, son 30 años». Es decir, lo que se puso en cuestión son los 30 años desde que se inició la transición a la democracia bajo la dirección de los partidos políticos y la ahora denominada «clase política» como una casta de privilegiados, separados de la vida común de los chilenos. Otros han dicho más: se está cerrando un ciclo de 47 años de exclusiones, de elitismo y de represión que se inició con la dictadura y que la democracia neoliberal de los noventa simplemente prolongó en el tiempo.

Como sea, Chile cambió, y luego de dos meses de movilizaciones, los ciudadanos se reúnen en plazas y locales comunitarios en asambleas y cabildos para debatir sobre la actual crisis política y los contenidos que debiera considerar una nueva Constitución Política del Estado, así como las medidas sociales más urgentes que reestablezcan un mínimo de justicia social. En los días que corren, estamos en medio de un inédito proceso constituyente, de reflexiones, debates y deliberaciones acerca de los «mínimos éticos» de una nueva moral ciudadana, de un nuevo modo de concebirnos como ciudadanos.

Lee acá el capítulo uno de este libro que inauguró la colección 18 de octubre CLIC