A propósito de nibelungos, religiones y trasfondos de cantares de gesta
Por Gustavo González
Texto leído en la presentación del libro El Cantar De Los Nibelungos
ANÓNIMO / Traducción de Pola Iriarte y Sven Olsson
Agradezco a LOM Ediciones, al Goethe-Institut y particularmente a Pola Iriarte y Sven Olsson por la invitación a participar en este lanzamiento. Soy académico universitario jubilado y sobre todo soy periodista y en esta condición estoy lejos de considerarme un experto en cantares de gesta. No obstante, hay dos razones que me llevan a participar con entusiasmo en este encuentro.
La primera, y muy poderosa, tiene que ver con un pasado poco reciente. Me remonto a 1968 y 1969, cuando cursaba los últimos años en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile y tuve como profesor en materias de Economía al profesor Raúl Iriarte, con quien establecí no solo relaciones de alumno a maestro, sino también bajo el gobierno de la Unidad Popular una amistad cimentada en una adhesión común a los postulados de la reforma universitaria materializada bajo el gobierno de Salvador Allende y frustrada por el golpe militar. Para 1973 yo era un bisoño académico en Periodismo y compartimos con Raúl la honra de ser expulsados de la Universidad por el interventor instalado por la dictadura.
Luego, el destino nos puso en un exilio común en Ecuador. Y fue allí donde tuvimos ocasión de profundizar lazos amistosos, bregar en la causa de la solidaridad anti dictatorial y compartir con la familia de Raúl Iriarte. Fue en Quito entonces donde conocí a Pola, una niña que se asomaba a la adolescencia. Más tarde, restaurada la democracia, la encontré en Chile convertida en periodista y desde entonces me he ido enterando de a poco de su carrera como traductora, que alcanza un punto muy alto con la obra que estamos presentando.
La segunda razón por la cual me siento satisfecho de estar aquí es el afán de conjugar la curiosidad propia del periodista con una afición a la literatura bastante diversificada como lector. En este terreno, las distintas formas de lo que podríamos llamar escrituras fantásticas me incitan a menudo a reflexionar sobre la historia que hay tras esos relatos. La Ilíada y La Odisea, la Canción de Rolando, el Mío Cid Campeador y el Cantar de los Nibelungos pueden ser grandes metáforas o alegorías de acontecimientos y procesos fundamentales en el devenir de la humanidad, como lo es también sin duda Cien años de soledad con su realismo mágico.
Dicho esto, reclamo la comprensión y tal vez la indulgencia de ustedes para el comentario que viene a continuación. Es un comentario de reflexiones, hipótesis y más preguntas que respuestas, y al cual me he permitido ponerle un título:
A propósito de nibelungos, religiones y trasfondos de cantares de gesta
Invitado por la Escuela Freudiana de Buenos Aires, Jorge Luis Borges dictó el 6 de diciembre de 1982 una conferencia bajo el título de “El poeta y la escritura”. En el diálogo con el público, que siguió a su presentación, contó lo siguiente:
“Tuve una experiencia muy curiosa en Islandia… Yo estuve en Islandia por segunda o tercera vez y hablé con el vicario del pueblo, y él me habló de un sacerdote pagano que vivía cerca; me dijo que era un buen hombre y que fuera a verlo. Yo conocía la mitología escandinava y allí en Islandia me encontré efectivamente con un pastor, un hombre alto, un cariñoso gigante, como todos los islandeses, de cara joven, de barba blanca. El pastor tenía cien ovejas y era sacerdote de la antigua religión pagana, era sacerdote de Odín y de Thor. Me dijo que quedaban todavía trescientos cultores de los antiguos dioses de Islandia, gente que veneraba, por ejemplo, a Thor y Odín. Era un hombre sencillo, un hombre iletrado; no había un libro en la casa, una casa modesta. Nos recitó un poema y yo lo oí, con una especie de pasión, yo estaba temblando de emoción, me pareció increíble oír los nombres de los dos dioses más famosos, Othin y Thorr. “Qué raro”, me dije, yo creía que el paganismo había muerto y me encuentro en Islandia con un sacerdote de la religión pagana… Me pareció un buen hombre, un hombre sincero; evidentemente, él creía en esa religión. Pero luego pensé que otras religiones no son menos increíbles que esa; es tan rara la fe católica como el paganismo, igualmente increíbles, igualmente gratas también…”
Hasta ahí la cita de Jorge Luis Borges. La lectura de esta anécdota, hace unos tres meses, me llevó a reflexiones sobre la religión. Reflexiones que nos acompañan constantemente a quienes nos declaramos ateos. Recapitulé algún aprendizaje de cuando cursé el Magíster de Comunicación Política: en la asignatura de Filosofía Política me correspondió disertar acerca de Omnes et Singulatum, el libro que recoge una conferencia dictada por Michel Foucault en 1979. Un título en latín traducible como “todos los hombres y cada uno” y cuyo subtítulo es “Hacia una crítica de la razón política”.
En esta obra el pensador francés apunta que las grandes religiones monoteístas de conocemos hasta hoy, es decir el cristianismo, el judaísmo y el islam, con todas sus ramificaciones, tienen un nacimiento común en el área geográfica del Medio Oriente. Precisamente, y paradojalmente, donde en la actualidad se concentran dolorosos conflictos, como el genocidio en Gaza, que parecen negar la esencia humana.
El dios instalado por estas religiones es asimilable al pastor. Es el que cuida el rebaño y resguarda a sus ovejas, pero también es un dios castigador de la oveja descarriada, cruel a menudo e implacable, inspirador del Estado policial.
Es diferente el caso de las religiones politeístas, particularmente en Grecia y Roma que son las que nos enseñan en la educación media. Allí los hombres conviven con dioses para cada faceta de la vida, como el amor, la guerra, el comercio, las artes, entre otras. Y son dioses tan cercanos que engendran héroes en cruces con humanas y humanos, eligen sus protegidos e incluso se decantan por bandos enemigos, como relata Homero en la Ilíada.
“Lo juro por todos los dioses, los antiguos y los modernos”. Quienes fueron seguidores de la serie televisiva Juego de Tronos recordarán esta frase que hace mucho sentido, no solamente como expresión depurada y casi oportunista de un politeísmo evolutivo, sino también como reflejo cierto de que los seres humanos moldean a sus dioses o a su dios con la fe como referente de concepciones de la creación y asimismo como instrumento del poder.
Tal vez aquí encuentra cimientos la reflexión de Jorge Luis Borges sobre lo increíble de las religiones y lo raro a la postre tanto del paganismo como de la fe católica.
La religión monoteísta se proclama como la religión verdadera y cultiva el combate a los paganos, antiguamente a los politeístas y luego a las otras religiones monoteístas. La historia está llena de ejemplos, como el asalto y quema de la biblioteca de Alejandría por los cristianos primitivos, y más tarde las cruzadas y las guerras contra moros y sarracenos donde divisamos la figura del Cid Campeador. Las guerras entre católicos y protestantes también atraviesan gran parte de la historia europea, así como las campañas “civilizadoras” de los conquistadores de América contra los pueblos precolombinos en nombre de la cruz.
Creo que El cantar de los Nibelungos es también a su modo el relato de una guerra entre cristianos y paganos, en su parte medular a partir del canto vigésimo tercero. Kriemhild o Krimilda (según la castellanización), una reina cristiana, se ha desposado con el pagano Etzel, el rey de los hunos, que según algunos estudiosos es el personaje que representa a Atila, el temible bárbaro que asoló Roma.
Pero Atila encontraría aquí un falso alter ego, ya que Etzel no tine un caballo cuyas pisadas impidan que vuelva a nacer pasto ni cocina su carne entre la montura y el lomo de su corcel. El suyo es un reino de lujos y riquezas, de miles de guerreros y de súbditos, al igual que el reino de los burgundios, de donde proviene Kriemhild. Pero la guerra que desata esta última para vengar el asesinato de su primer esposo, el héroe Siegfrid o Sigfrido, a manos de Hagen de Tronje, bien podría ser la alegoría de una guerra entre el cristianismo y el paganismo, aunque esto no esté explícito en el texto.
Krimilda y Brunilda son dos reinas que despiertan pasiones e inducen traiciones y venganzas. Algo parecido al rol de Helena en La Ilíada. Y para persistir en las analogías, así como en el poema de Homero el héroe Aquiles tiene su talón de vulnerabilidad, como la única parte de su cuerpo no sumergida en el mítico río Estix por su madre Tetis, también en Sigfrido existe un punto débil y mortal, la zona de su cuerpo no bañada por la sangre del dragón con que se bañó después de matarlo. Es allí donde Hagen pudo provocarle la muerte.
Amores, pasiones, traiciones y venganzas, tesoros fabulosos, son ingredientes de este Cantar de los Nibelungos. Este relato en verso armado según los estudiosos con sucesivos fragmentos de la tradición oral, por trovadores que conservaron el Rin como el gran cauce medular de esta narración. Llama sin embargo la atención que en varios pasajes del Cantar de los Nibelungos, si bien se mantiene la centralidad europea del Rin, aparezcan alusiones a lejanos territorios de Europa del Este e incluso del Medio Oriente, como otro testimonio de que el tiempo fue ensanchando el relato.
El Rin, majestuoso río de más de mil doscientos kilómetros que moja cuatro países de la Europa moderna y que tal vez en la baja Edad Media fue tanto una referencia fronteriza en las guerras de cristianos contra paganos, como también una vía comercial navegable cuyo control daba poder a los reyes que establecían dominio sobre sus orillas.
¿Existieron Helena, Paris, Aquiles, Ulises y demás héroes de La Ilíada? Tal vez estos nombres son los personajes convocados por Homero para dar el magistral toque literario a una guerra de conquista por el control del Mar Egeo y el Estrecho de los Dardanelos, entre una pujante confederación griega y el próspero reino de Troya, en las costas de la actual Turquía.
Del mismo modo, reitero, pueden aventurarse hipótesis de El Cantar de los Nibelungos como reconstrucción popular y alegórica de guerras cristianas contra el paganismo en la Baja Edad Media que tenían además de la motivación religiosa objetivos de conquistas territoriales y de vías de intercambio comercial. Tal vez ese era el verdadero tesoro de los nibelungos.
Como sea, hay que aplaudir a Pola Iriarte y Sven Olsson por brindarnos esta traducción. Una de las primeras que trae el voluminoso texto del cantar original a nuestro idioma. Un trabajo que nos lleva a sumergirnos en siglos pretéritos, cunas tanto de civilización como de barbarie.
El texto que estamos comentando abre un amplio abanico de interpretaciones históricas y religiosas. Un ejercicio siempre provechoso porque, como se ha dicho en muchas ocasiones, el conocimiento del pasado nos ayuda a comprender el presente y nos interpela en la medida que seguimos repitiendo los mismos errores y horrores.
Pero por último, y no menos importante, nuestro agradecimiento a Pola y Sven lleva el reconocimiento al hecho de que nos entregan un cantar de gesta que en sus múltiples ingredientes métricos y argumentales dejó y sigue dejando huellas fundacionales de géneros y subgéneros narrativos, como bien se señala en el prólogo, del folletín, la telenovela y, diría más, del comic y las series televisivas.
Esto no invalida para nada, sino que más ensalza, la riqueza de esta obra literaria que como toda buena obra resiste el paso del tiempo y nos lleva al reencuentro con poetas, trovadores, juglares y copistas, padres fundadores de la narrativa.
Muchas gracias.
Santiago, 12 de diciembre 2024