Conversación de un hombre con un perro
*Cuento de "Un hombre feliz y otros cuentos de humor" de Antón Chéjov (traducido por Alejandro Ariel González).
Era una fría noche de luna. Alekséi Ivánich Románsov ahuyentó de su manga un diablillo verde, abrió con cuidado la puertita y entró en el patio.
-El hombre -filosofaba, bordeando el vertedero y tambáleandose- es polvo, espejismo, ceniza... Pável Nikoláich será gobernador, pero también es ceniza. Su aparente grandeza no es sino ilusión, humo... Soplas una vez ¡y ya no está!
-Grrr... - llegó hasta los oídos del filósofo.
Románsov lanzó una mirada hacia el costado y, a dos pasos, vio a un enorme perro negro, de la raza de los pastores de la estepa y del tamaño de un lobo. Estaba sentado junto a la casilla del portero y hacía tintinear la cadena. Románsov lo miró, pensó un instante y su rostro expresó sorpresa. Después se encogió de hombros, meneó la cabeza y sonrió con tristeza.
-Grrr... -repitió el perro.
-¡N-no entiendo! -dijo Románsov abriendo los brazos-. ¿Y tú... tú puedes gruñirle a un hombre? ¿Eh? Es la primera vez en la vida que lo oigo. Lo juro... ¿Acaso no sabes que el hombre es la cúspide de la creación? Pues mira... Me acercaré a ti... Mira bien... ¿No soy un hombre? ¿Tú que crees? ¿Soy o no soy un hombre? ¡Dilo!
-Grrr... ¡Guau!
-¡Dame la pata! -dijo Románsov tendiendo su mano al perro-. ¡La pa-ta! ¿No me la da? ¿No quiere? Pues no hace falta. Que conste. Mientras, permítame el hocico... Yo con cariño...
-¡Guau! ¡Guau! ¡Grrr...guau! ¡Arf!
-Aaah...¿muerdes? Muy bien, que así sea. Lo tendremos presente. Entonces, ¿no te importa que el hombre sea el cúspide de la creación..., el rey de los animales? Entonces, ¿de ahí se deriva que también puedes morder a Pável Nikoláich? ¿Sí? Ante Pável Nikoláich todos doblan la cerviz, ¿y a ti te da lo mismo que se trate de él o de otro objeto? ¿Te comprendo bien? Aaah... ¿Entonces eres socialista? Espera, respóndeme... ¿Eres socialista?
-Grrr... ¡Guau! ¡Guau!
-Espera, no muerdas... ¿De qué estaba hablando?... Ah, sí, de la ceniza. Soplas una vez ¡y ya no está! ¡Pff! ¿Y para qué vivimos, uno se pregunta? Nacemos entre los dolores de la madre, comemos, bebemos, estudiamos las ciencias, morimos... ¿y para qué todo eso? ¡Ceniza! ¡No vale nada el hombre! Tú eres un perro y no entiendes nada, pero si pudieras... ¡meterte en el alma! ¡Si pudieras penetrar en la psicología!
Románsov volvió la cabeza y escupió.
-Mugre... ¿Te parece que yo, Románsov, secretario colegiado..., soy el rey de la naturaleza?... ¡Te equivocas! ¡Soy un parásito, un coimero, un hipócrita!... ¡Soy una porquería!
Alekséi Ivánich se dio un puñetazo en el pecho y prorrumpió en llanto.
-Soy un chivato, un soplón... ¿Crees que no fue por mí que echaron a Egorka Korniushkin? ¿Eh? ¿Y quién, permítame preguntarle, se quedó con los doscientos rublos del comité y se los cargó a Surguchov? ¿Acaso no fui yo? Una porquería, un fariseo... ¡Un Judas! Un adulador, un coimero ¡Un canalla!
Románsov se secó las lágrimas con la manga y prorrumpió en sollozos.
-¡Muérdeme! ¡Cómeme! Nadie en mi vida me ha dicho una palabra sensata... Todos me consideran un infame solamente en su alma, pero en el cara a cara no hay más que elogios y sonrisas. ¡Si por lo menos una vez alguien me hubiera insultado y dado una bofetada! ¡Cómeme, perro! ¡Muérdeme! ¡Despedaza al blasfemo! ¡Devórate al traidor!
Románsov tambaleó y cayó sobre el perro.
-¡Eso es, así, así! ¡Despedázame el morro! ¡No tengas lástima! Aunque duela, no te compadezcas. ¡Toma, muérdeme también las manos! ¡Ajá, sangra! ¡Te lo mereces, salchichero! ¡Eso es! Merci... Destrózame la pelliza también, que igual es una coima... Vendí a mi prójimo y con el dinero embolsado me compré una pelliza... Y una gorra con escarapela también... Aunque, ¿de qué estaba hablando?... Ya es hora de irme... Adiós, perrito... pilluelo...
-Grrr...
Románsov acarició al perro, se dejó morder una vez más en la pantorilla, se envolvió en su pelliza y, tambaleándose, caminó a duras penas hacia su puerta...
Al mediodía siguiente, cuando despertó, Románsov vio algo excepcional. Tenía la cabeza, los brazos y las piernas vendados. Junto a la cama se hallaban su mujer, bañada en lágrimas, y un doctor con gesto preocupado.