Aguas turbulentas

El periodismo chileno atraviesa aguas turbulentas. Desde el 18 de octubre en adelante, la prensa ha sido agredida en reiteradas ocasiones por Carabineros e impedida en el ejercicio de su profesión. Las detenciones a reporteros gráficos durante la reciente conmemoración del Primero de Mayo llevaron al Colegio de Periodistas a denunciar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos “los graves atentados contra la libertad de expresión y el trabajo de la prensa por parte del Estado de Chile”. Esta realidad también ha sido advertida por la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), que hace algunas semanas hizo pública la versión 2020 de su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, donde se menciona que el ejercicio libre del periodismo en Chile “ha sufrido un notable deterioro”. 

Si por un lado la prensa ha sido víctima de las agresiones del Estado y sus agentes policiales, por el otro, un sector importante del periodismo, especialmente aquel empleado en la televisión, se ha visto envuelto en una crisis de legitimidad y confianza profundas. Tal como ha sucedido antes en nuestra historia, se han denunciado complicidades en montajes y líneas editoriales que derechamente criminalizan la protesta social e invisibilizan o relativizan las violaciones a los derechos humanos. 

En Chile, la concentración de los medios de comunicación en muy pocas manos ofrece un camino escabroso para un futuro de pluralidad y diversidad en la información. En una entrevista reciente, el investigador Franck Gaudichaud recordaba que “nos enfrentamos al dominio de una oligarquía mediática muy cerrada, en el marco del neoliberalismo chileno que se instaló durante la dictadura de Pinochet y que después se consolidó en la «democracia» desde 1990. Dicha oligarquía financiera no solo controla los medios de producción y distribución, los principales recursos del país, controla también los medios de información y aplica una estrategia de control económico e ideológico de la información muy fuerte”. 

En tiempos de pandemia, y ante el aislamiento y distanciamiento social, los medios de comunicación debieran velar por mantener a la población informada de manera oportuna, veraz y desprovista de alarmismo, exitismo o cualquier otro sesgo. Además de la ya mencionada concentración, otro factor que conspira contra esta tarea es el deliberado y ampliamente denunciado ocultamiento de información relevante por parte del Ministerio de Salud. Un reciente y polémico artículo del medio Interferencia comprobó dicho ocultamiento, al mismo tiempo que desató un debate ético por la eventual discriminación y segregación que supone la revelación de información georreferencializada de los contagiados por coronavirus. 

En el ejercicio del periodismo chileno abundan los contrastes. Mientras algunos investigan y denuncian, otros se limitan a reproducir pautas de información, discuten temas contingentes en paneles de opinión uniformes, se olvidan de contrapreguntar o simplemente ríen nerviosos ante la ofensiva de las autoridades. Lamentablemente, muchas veces, es este mismo periodismo servil y complaciente con los poderosos el que sale a acosar a los trabajadores en el transporte público, publica portadas racistas o monta shows televisivos para estigmatizar a la población migrante. Sin duda alguna, la probidad, pluralidad e independencia del periodismo en Chile pasan nuevamente por momentos difíciles.

Imagen recogida del flickr de Paulo Slachevsky