Juan Emar: realismo mágico

Por Daniel Maturana Caballero

En una explícita honestidad, acá tenemos un eterno viaje a pie. Juan, nuestro protagonista (encarnando al mismísimo autor) nos llevará a recorrer la idílica San Agustín de Tango, que funciona como una gran ciudad comprimida en un pueblo chico, donde cada mirada es una cámara y cada oído con boca son micrófonos. Pero de eso no relata esto. Solo nos enmarcan ese contexto, como si fuéramos a enfrentarnos a un cuento de época campestre y de pronto, sin aviso, las descripciones cuidadas nos abrieran al primer golpe de imaginación. Casi en el final del primer capítulo nos encontramos con «Las cosas ocurren de muy diferente manera a la que se cuenta generalmente». Desde esta frase nos introduciremos a la constante negación de la realidad y la aceptación de lo fantástico, siempre en conflicto, casi siempre divagando y nunca aclarando.

El surrealismo bordeando y coqueteando con un temprano realismo mágico. Dos subgéneros que Emar trabaja astutamente en esta novela como sintomatología de la locura coordinada. El relato funciona como varios cuentos sin corte entremedio, como un hilo que va tejiendo varias piezas, manteniéndose entre ellas con la obligación de cargar que, al vestirnos con cada prenda, debamos soportar el tiraje de este hilo.

Eventos mágicos, contados con la imaginación de un niño que necesita el aterrizaje de la consciencia (aquí funciona como su esposa). Críticas sobre la religiosidad, críticas a la soledad mediante un zoológico, auto crítica al arte abstracto, crítica sobre la relación con las muchedumbres, crítica sobre la familia entrometida, en fin, esta novela parece un ensayo surrealista que desata una verborrea mental en el final que te explicará la razón del abandono de las letras por largos años del autor, sintiéndose incomprendido, pese a tener reconocimiento póstumo, como un pilar del realismo mágico actual y de la imaginación al límite.

El «pero» aparece en el avance de los relatos, porque lo vertiginoso se transforma en algo complejo de seguir. Casi al final necesitamos un ancla para la historia y no nos llega. El protagonista incluso resume varias veces los eventos vividos, como si el propio autor los hubiera olvidado o no supiera darnos el golpe de gracia: «[…] Esto va mal, pues, falta el final de la refriega, falta el almuerzo (concepto usado para cambiar entre los subrelatos). Me había escapado, sin quererlo, a los alrededores lejanos del día de ayer. ¡A la línea, a la línea!».

Antes que una novela, pareciera que nos enfrentamos a un compilado de cuentos donde domina lo grotesco, lo irreal, lo superficial, lo real. Me puedo agarrar de comparaciones con novelas que vendrían después, permitiendo dar un matiz de las exorbitantes palabras que Emar nos comparte. Nos lleva por momentos a La ciudad de las bestias de Allende o a los cuentos maduros de Borges y Cortázar. El ancestro más cercano que le veo es Kafka con su cucaracha.

De gordos, de sentenciados, de animales, de familia; la obra es una juguera dinámica, rápida de leer, pero lenta de digerir. Ataca y se defiende antes de que alcancemos a valorarla.

Ayer
Juan Emar.tr
LOM ediciones. 2018, 2da edición. (Original de 1935).
105 páginas.