El (tele)trabajo en tiempos de pandemia. Ganadores

Hace poco más de dos semanas invitamos a todxs a escribir microrrelatos para compartir sus experiencias con el trabajo en tiempos de pandemia. Un jurado compuesto por los escritores Michel Bonnefoy y José Leandro Urbina y la escritora Beatriz García-Huidobro escogió tres microrrelatos destacados que a continuación compartimos. En todos ellos podemos ver una asimilación de este presente ineludible en que, para muchxs, el trabajo se ha visto colmado de pantallas, fragilidad e ingenio. Agradecemos a todxs lxs que acogieron y respondieron a esta invitación. Durante los próximos días publicaremos una selección de amplia de los microrrelatos que recibimos.

 

Los tres microrrelatos destacados por el jurado

Un día cualquiera, por Antonio Batlle.

Psicoterapia Online, por Ximena Montero.

Escisión, por Angélica Tapia.

 

Un día cualquiera

Desperté un día cualquiera a una hora cualquiera para hacer cualquiera de los trabajos que tenía pendiente. Desayuné lo de siempre en la mesa del comedor, al mismo tiempo que encendí el computador para revisar el correo. La mañana pasó rápido. Antes de preparar un almuerzo cualquiera, elegí una camisa cualquiera y uno de mis dos pantalones, y me fui a dar un baño. Entre cocinar, almorzar y lavar pasaron un par de horas, pero yo seguía atento al correo y logré terminar alguna tarea cualquiera. Cayó la tarde y el frío. Me abrigué con cualquier chaleco, preparé una once: café, pan y huevo, lo de siempre. Volví a revisar el correo y mi lista de tareas pendientes. Todavía me quedaba mucho por trabajar, por lo que mientras preparaba un té caliente cuando ya había oscurecido, encendí la tele para ver una película y no dejé de estar atento al correo y de resolver imprevistos, aunque ya casi no podía seguir despierto, pero no importaba, porque sabía que si me dormía volvería a despertar un día cualquiera a una hora cualquiera para hacer cualquiera de los trabajos que tenía pendiente.

Antonio Batlle  

 

Psicoterapia Online

Desde que no voy al colegio puedo escuchar a mi mamá hablando todo el día en el computador. No puedo ver con quién conversa, pero los escucho tristes o enojados. Ella los trata de calmar y  les habla con la misma voz de cuando me lee cuentos. Me dice que no tengo que interrumpirla porque está ayudando a la gente que tiene problemas. Creo que ella también tiene problemas, porque ya no juega conmigo. No se ríe. Yo me trato de portar bien. Mientras trabaja me quedo en la pieza, veo la tele y juego con un celular que me presta. Pero el otro día pateé muy fuerte la pelota, quebré la ampolleta y se cortó la luz. Mi mamá vino enojada, me gritó un garabato que no puedo decir y pensé que me iba a pegar. Después me dijo que la perdonara, que yo no tengo la culpa, que estamos en un momento difícil. Hoy, mientras trabajaba, entró al baño mucho rato. Me acerqué a la pantalla, y le dije a la mujer que la esperaba: “¿Puedes ayudar a mi mamá?, está llorando”. 

Ximena Montero

 

Escisión

Después de tantas reuniones virtuales, comencé a asearme sólo de la cintura hacia arriba. Resulta que ahorro tiempo porque ya no me ocupo de que el outfit combine o de usar los zapatos adecuados; el pijama y las pantuflas azules que me quedan grandes, son la rutinaria comodidad que envuelve mi tren inferior. Por otra parte, he alcanzado un nivel francamente destacable en mis camisas y peinado, una sofisticación para la que jamás tuve tiempo y que hoy gracias a mi parcial dedicación corporal, me mantiene en estado de satisfacción sin precedentes.

Y se comenzó a anidar en mí, leve e imperceptible como un sonido de insecto, cierta incomodidad al mirar hacia abajo. No sé, una lejanía afectiva de esas extremidades que sólo sirven para trasladarme, para defecar, en definitiva para las funciones más pedestres, corroborando que lo importante siempre está arriba, como es natural.

Para evitar este disgusto dejé de mirar, y por ende dejé de cortar las uñas de mis pies o lavar mis genitales. Eso ayudó, durante un tiempo, pero el hedor sube, contaminando la maravillosa perfección que alcanza mi torso.

Durante las noches miro hacia abajo de reojo, con pánico de que se produzca una rebelión.

Angélica Tapia