"Declarar que todo está por hacerse"


Por Rodrigo Ruiz Encina: Palabras de presentación del libro "Cuando éramos otros. Memorias de un dirigente social" de Jorge Pavez Urrutia 

Permítanme primero un comentario general que espero sirva como promoción. El libro está estructurado en cuatro partes no cronológicas. En cada una de ellas Jorge alterna distintos planos. En algunos capítulos se vuelve anecdótico, y lo escuchamos contándonos historias de distintos fragmentos de su vida, con una pluma sencilla, sucinta, cuya sobriedad se agradece; en otros se vuelve reflexivo, íntimo, y su escritura tiende a cambiar, sin hacerse barroca, se abre a la melancolía. En cualquier caso, en todos los pasajes, quienes hemos conocido a Jorge Pavez lo reconocemos con facilidad. Estas memorias, entonces, nos muestran distintos planos de un hombre, distintos tonos y estados de ánimo, en definitiva, un acercamiento a la riqueza de lo humano. Eso me parece muy valioso.

A partir de esa consideración quisiera comentar dos o tres cosas brevemente. Y aclaro que me referiré solo a algunos de los valores de este libro, que tiene muchos más. Descubrirlos será algo que quede encargado a sus lectoras y lectores.

Primero. Se asoma el siglo XX a través del despertar de un muchacho. El Jorge adolescente en Papudo, su intimidad, las experiencias tempranas de un chico que se convertirá en un militante y un destacado dirigente. ¡Qué hermoso es siempre asomarse a la infancia y la adolescencia de la gente que hemos conocido y querido cuando son adultos!

Siempre debemos poner atención al modo en que se constituye un revolucionario, a ese cruce particularísimo en cada biografía, entre las circunstancias de la vida personal y las condiciones históricas en que transcurre el período en que se constituye como persona. Somos una mezcla de ambas cosas.

Aquí vemos un momento muy especial de la historia chilena, que no tiene comparación con ningún otro en toda su larga trayectoria. Esa parte del siglo XX que estuvo marcada por el ascenso popular y el crecimiento en la igualación social. Jorge nace cuando la crisis de la dominación oligárquica ya ha madurado hace tiempo, se ha superado el autoritarismo de fundo, y la sociedad chilena asiste a un monumental proceso de formación de clases subalternas.

Me parece que los primeros años de la vida Jorge se inscriben allí, y eso marca beneficiosamente la formación de su complexión ideológica y moral. Y es allí donde también este joven se acerca al amor, a la pasión, a ese mar de experiencias de nuestra primera juventud, que cuenta de una manera hermosa.

Déjenme citar un pasaje: “Dejé atrás mis ensoñaciones románticas, como cuando a mis doce años me creí enamorado de una colona que, según yo, era igual a Ingrid Bergman. Jamás la besé, sólo una vez nos tomamos las manos, luego de que me entregara una hoja de cuaderno en donde había dibujado un corazón con nuestros nombres atravesados por una flecha. Ese corazón, a pesar del tiempo transcurrido, no ha muerto. Vuelve a latir nostálgico cuando recuerdo el viento allá en Papudo, silbando inquieto en las quebradas, y revivo mi emoción al divisar a lo lejos el mar, bajo un cielo sin ninguna nube, como cuando éramos felices e inocentes”. (p. 89).

Releo esa frase, “cuando éramos felices e inocentes” y recuerdo el título, “cuando éramos otros”. Allí hay una pista entre muchas otras. Jorge era en ese entonces sin dudas diferente al hombre que debió enfrentar las duras condiciones de la dictadura, pero también era el mismo. También esas experiencias amorosamente atesoradas en la suma de su alma le permitieron ser el profe que fue, que no olvidó lo que era ser y sentir a esas edades, y también el dirigente de muchos otros profes que tampoco debían olvidarlo, por duros que fueran los tiempos.

El presente es sin dudas muy distinto de la época en que se formó la personalidad de Jorge. Hoy estamos colmados de pesimismo, de incertidumbre. Miro a mis hijes de 15 y 13 y pienso que elles, a diferencia de Jorge y a diferencia de mí, han vivido en un tiempo en que se les repite una y otra vez que estamos en crisis, que un buen día se puede terminar el agua y con ella la vida, que el planeta que les tocará habitar de adultes será diferente y sin dudas peor, sobrecalentado, sobrepoblado, violento, desigual. Pero no dudo que, así como en los tiempos de Jorge se formaron jóvenes nobles, valientes y dispuestas y dispuestos a gastar su vida por la justicia, como él, también es posible que eso ocurra hoy, aunque de otra manera, y eso también me lo enseñan mis hijes.

Aunque elles no formen parte del tipo de escuela pública o de universidad pública a las que pudo asistir Jorge, aunque el siglo XXI no nos haya dado nada parecido a aquellos maravillosos años 60 y comienzos de los 70 donde se hizo un joven socialmente integrado y convencido de sus ideales, igual en este tiempo se están produciendo jóvenes maravillosos que lucharán por un mundo más justo. Si no, recordemos la hermosa foto de la pingüina rebelde en el torniquete del metro.

Mucho de lo que Jorge defendió y por lo que luchó después era algo absolutamente natural en su generación, y se ha convertido en algo extraño, como una utopía lejana, para las actuales. Leer estas memorias, y ojalá que las lean las y los jóvenes, sirve también para poner eso en perspectiva.
 
La segunda idea a la que quisiera referirme es al tipo de reflexión política que plantea Jorge, y con la que me siento en general muy identificado. Cuando abro la página 69 me encuentro, sorprendido por la coincidencia con mis propias reflexiones y experiencias, con un título: “perito en derrotas”. No dice profesional de las derrotas, o que el autor se dedique a las derrotas. Siguiendo a Miguel Hernández, la palabra es “perito”, es decir, un conocedor, un entendido (y me niego a usar aquí la manoseada idea del “experto”). Jorge interroga en este libro sus derrotas, reflexiona sobre ellas con valentía, las disecciona, porque así elabora, como dice “experiencias y lecciones”.

Creo que resulta más valioso, en este tiempo, y en especial tras los nueve meses que van desde el 4 de septiembre de 2022 (rechazo) al 7 de mayo de 2023 (elección de consejeros constitucionales), reflexionar sobre las derrotas. En medio de la era del éxito, del crecimiento, de la obligación del rendimiento, la atención a la derrota resulta una forma de humanización más elevada. La Revuelta, conversábamos con un amigo hace unos días (Óscar Ariel Cabezas), a propósito del tipo de forma política que proponía el levantamiento zapatista, es una forma de fracaso que permite imaginar mundos nuevos. Pues bien, lo que yo leo es que desde los tiempos en que Jorge era un militante comunista que actuaba en dictadura a cara descubierta, y particularmente en los tiempos de Fuerza Social y Democrática, cuando me tocó compartir con él, exploró junto a otras y otros, con creatividad y tesón, la posibilidad de construir nuevas formas políticas, nuevas maneras de militancia, organizaciones basadas en una mejor forma de la democracia. ¿Fracaso? Si, claro. Yo soy parte también de eso. Pero es una derrota cargada de sentido crítico, de imaginación, de capacidad creativa. No es un vacío. Hay varios adoquines del camino que fueron colocados en esas historias. En ese sentido, de algún modo, en un tiempo en el que debemos entregarnos a la búsqueda de una nueva de política popular, este libro es toda una victoria.

La lucidez de Jorge le permite pensar que pese a que en los tiempos del NO el Partido Comunista estaba con la esperanza de volver a la movilización y forzar una salida distinta a la que se impuso, “el país estaba sintonizado en una cuerda diferente”. (p. 167) La sensibilidad de este profesor, de este dirigente de profesores, de este constructor político, le permiten apreciar, a diferencia algunos otros dirigentes sindicales, la ubicuidad de los problemas sociales, y la necesidad de examinarlos y abordarlos mucho más allá de las tradicionales formas de asociarlos solo al poder económico, si bien eso nunca se pierde de vista. En tiempos de la Revuelta social, Jorge entiende perfectamente que “la piedra, el aullido, van en contra de la fila interminable en el consultorio, en la posta o en el hospital”, y aun siendo él mismo profesor, que “la gente odia al profesor autoritario, que se burla de su ignorancia y le exige y exige, sin imaginarse ni interesarse en cómo vive.” (p. 174) Esa es la imaginación que necesitamos para repensar hoy la educación pública, allí donde las nuevas formas de socialización unidas al avance de las nuevas tecnologías, han puesto de cabeza las formas tradicionales de la educación pública. Hoy apostar por tener contingentes enteros de muchachas y muchachos amarrados en silencio a sus sillas en salas de clase sirve cada vez menos y somete cada vez más a profesores, directivos, a estudiantes, a mamás y papás a un esfuerzo tan estresante como inconducente.

En fin, necesitamos de la imaginación, la lucidez y la honestidad de compañeros como Jorge Pavez. Me quedo con sus palabras finales. Para que la rebeldía dé frutos y no se pasme de nuevo se requiere de una promesa amplia de futuro, con espacios de participación popular. Coincido con él en que el desmontaje del orden neoliberal no será fácil, y coincido, especialmente, con esa disposición a aferrarse a la imaginación, al sentido de construcción y al compromiso con la humanidad que se expresan en esta frase: “la actitud más digna, cuando nuestras aspiraciones están en suelo o a punto de caerse, es declarar que todo está por hacerse.” (p. 214)