Crisis sobre la crisis: del Estallido Social a la emergencia del coronavirus

Mario Garcés
Historiador 
Director de ECO, Educación y Comunicaciones

Si el Estallido Social nos sorprendió positivamente (¡Despertó, Chile despertó!), el coronavirus nos tiene perplejos. Todas las previsiones de marzo, como una segunda etapa del Estallido, se derrumbaron. El coronavirus impuso el repliegue y una cierta parálisis y, además, un espeso silencio. Si no estamos en cuarentena, muchos la reclaman. La estrategia de la “distancia social” recomendada por la “ciencia” es inevitablemente la anulación de lo social, de tal modo que solo vale la autoridad médica (autodenominada científica) y estatal (la autoridad, como aparato de fuerza por el control de los cuerpos y la subjetividad). ¿Pero ello implica necesariamente nuestro silencio y nuestra parálisis?

Nos movemos entre dos tendencias: a) exigir al gobierno mayor premura y energía (cuarentena total y nacional) sin priorizar en la economía, sino en las personas; y, b) poner en cuestión las tendencias disciplinadoras y autoritarias con que se enfrenta la crisis sanitaria (¿por qué toque de queda y militares en las calles?). Pero, además, con una sospecha nacional, ¿por qué solo cuarentena en las comunas ricas de Santiago? [al momento de la redacción de este artículo, todavía no se declaraba la cuarentena en Puente Alto ni se anunciaba el próximo levantamiento de la medida en Lo Barnechea, Vitacura y Providencia].

En rigor, vivimos en medio de una crisis sobre la crisis. Y el gobierno lo sabe, de tal modo que la “crisis sanitaria” puede ser la manera que le permita escabullir la crisis social. Pero, como la realidad no es lineal, sino dialéctica, contradictoria, el coronavirus puede ser la “tabla de salvación” del gobierno, pero también su perdición, si su gestión “neoliberal” se demuestra clasista e ineficiente. Otra “chispa”, esta vez, ya no el alza de la tarifa del Metro que generó el Estallido Social de octubre de 2019, sino que la emergencia sanitaria, puede volver a “encender la pradera”. 

1.- ¿Hay solo una contradicción principal o son varias y de distinta naturaleza? 

Veamos, por parte:

Se podría sostener que nos movemos en una contradicción principal y universal: Estamos en medio de una pandemia con un virus nuevo, altamente contagioso y letal (muchos minimizan esta proposición, pero cada vez resulta más difícil negar sus efectos), y por otro lado, ante estrategias de enfrentamiento de la crisis, que desnudan a nuestras sociedades en sus capacidades para enfrentar la nueva situación, haciendo emerger tendencias autoritarias que anulan a la sociedad.

Las primeras voces críticas vinieron de Italia, la pandemia no sería tan diferente como otras anteriores, pero, ahora, el estado ensayaba nuevas formas de control, haciendo del estado de excepción una forma normal de gobierno (Agamben, filósofo italiano). Una nueva y potente forma de biopolítica. Sin embargo, la crisis italiana  encendió todas las alarmas, cuando creció el número de víctimas y la pandemia amenazó a Francia y España, ya no se podía minimizar el efecto del contagio y la letalidad del virus. Entonces se instaló otro debate: Europa ha fracasado y los países asiáticos se demuestran más eficientes con una estrategia de alta tecnología (vía celulares, drones, y otros medios) y fuerte control autoritario, policial y militar (Byung–Chul Han, filósofo coreano, residente en Berlín). Los asiáticos, se sostuvo, son más obedientes y tienen menos problemas con un Estado que controle sus vidas (colectivismo) mientras que los europeos son más individualistas y celosos de sus derechos.

Otro debate, más crítico y también de futuro, fue: el virus sería un golpe al estilo “Kill Bill” al capitalismo y podría conducir a la reinvención del comunismo (Zizek, filósofo esloveno). En realidad, más allá que la previsión de Zizek sea muy discutible, lo que puso en el tapete fue la pregunta sobre “el día después” o más claro todavía, cuánto y cómo alterará la actual crisis mundial al capitalismo, cuando las fórmulas neoliberales colapsan y se refuerzan los estados nacionales y la necesidad de que estos intervengan y regulen la libertad de los mercados y de circulación de bienes. Es decir, se podría instalar la necesidad de volver a los “estados de bienestar”, o al menos a Estados que garanticen derechos económicos y sociales.

2.- ¿Y cómo andamos por casa, en América Latina?

Los debates políticos y filosóficos antes referidos son, la mayoría de ellos, europeos y, aunque resulte cómodo y tradicional ver cómo se expresan entre nosotros, para los latinoamericanos el asunto no es tan sencillo. Nuestras realidades no son ni asiáticas ni europeas.

América Latina enfrenta al menos dos problemas clásicos, uno social y otro político. El primero, el más evidente de todos, es que la mitad de nuestra población es pobre y, al menos en el cono sur, entre 30 y el 35% de la fuerza de trabajo es informal. O sea, trabaja, la mayor de las veces en la calle, sin contrato y sin previsión social. Si no sale a la calle no cuenta con recursos ni para comer ni para pagar servicios básicos. ¿Se les puede llamar al “encierro” como principal estrategia de prevención? ¿O bajo qué condiciones se les podría recomendar el encierro y las cuarentenas?

El segundo problema, el político, es que contamos con gobiernos mayoritariamente de derecha, cuya mayor preocupación es la economía, más que la salud de la población (Bolsonaro es un verdadero paradigma) y con tradiciones autoritarias, racistas y clasistas, que en situaciones como la actual rechazan el apoyo cubano (Jeanine Añez, de Bolivia) o dicen hablar “en nombre de la ciencia” (Piñera en Chile). Por cierto, tenemos también excepciones, Fernández en Argentina entiende que se deben generar políticas específicas para los más pobres y se reúne con un grupo de sacerdotes de la Pastoral de Villas de Emergencia (“curas villeros”) y con otros conocidos como “Curas en la Opción por los Pobres” (COOP) para acordar formas propias y comunitarias para hacer la cuarentena, lo que no impide, por otra parte, que la policía cometa excesos cuando controla el cumplimiento de la cuarentena (la policía argentina cuenta con una larga tradición de “gatillo fácil”).

El punto es que hasta ahora, todas las medidas apuntan a “aplanar la curva”, es decir impedir que el virus se expanda exponencialmente sin control y que devenga el desastre. En este sentido, las medidas preventivas son urgentes e ineludibles. Pero, hay dos condiciones para que sean efectivas: 1) considerar la realidad específica de los pobres y 2) dialogar con la ciudadanía y la sociedad civil.

3.- Chile: Del Estallido Social al coronavirus

En Chile, el Estallido Social, que se inició en octubre, hizo evidente todos los límites del modelo neoliberal (precarización de los pobres, desigualdad social extrema, pensiones miserables, débiles sistemas de salud y de educación pública, etc.) y por otra parte, hizo también visible el desprestigio, descrédito e ilegitimidad de las instituciones y de la “clase política” (o sea de los políticos de profesión).

El Estallido hizo avanzar no solo a los movimientos sociales y una ciudadanía movilizada, sino que instaló, además, la necesidad del cambio constitucional, manipulado, por cierto, por esa clase política que no renuncia a su voluntad y su deseo, de establecer “control” sobre los cambios.

Sin embargo, en poco menos de dos semanas (segunda quincena de marzo) todo cambió. La pandemia del coronavirus modificó todo el cuadro político: el pueblo se replegó y el gobierno recuperó su debilitada sino perdida capacidad de iniciativa. El plebiscito, planeado para abril, se postergó hasta octubre y la elección de constituyentes para abril de 2021. Aparentemente la crisis sanitaria, como sostienen algunos, le vino como “anillo al  dedo” al gobierno, pero hay muchos datos que indican que no será tan sencillo enfrentar la actual crisis.

En primer lugar, los datos estructurales de desigualdad y debilidad en los servicios públicos complotan en contra de cualquier salida. Aplanar la curva tiene variados objetivos, el más evidente es impedir el contagio exponencial (proteger a la población), pero además, evitar el colapso, en corto plazo, del sistema público de salud. Aquí, se plantea el primer problema estructural, ¿cuánto puede soportar el actual sistema de salud pública chileno?

En segundo lugar, habida cuenta de la experiencia de otros países y de los medios locales, ¿cuál es la estrategia más eficiente para enfrentar la emergencia, teniendo en cuenta que no somos ni Europa ni Asia? Todo indica, si se siguen los discursos presidenciales  -bastante reiterativos, por lo demás-, que se está siguiendo un “camino propio”: ni medidas radicales y de una vez, como en Argentina, ni desdén al estilo Bolsonaro. Ir por fases y actuando según crece la pandemia por zonas y ciudades in crescendo. No sabemos cuán eficiente puede ser esta estrategia, ya que como indican los expertos, las medidas deben ser tomadas a tiempo, de lo contrario el virus gana la partida.  

Pero, en tercer lugar, no solo se trata de intensidades y tiempos, sino que además de administrar una crisis que paulatinamente paraliza los servicios, disminuye el empleo, afecta la liquidez de las pequeñas y medianas empresas, suspende las clases en todos los niveles, etc., etc. La paralización de la vida social también se va imponiendo in crescendo. Frente a esta situación, hay que generar planes económicos y sociales, y no solo teletrabajo y clases online. En este plano, el gobierno devela su propia naturaleza neoliberal; un bono de 50 mil pesos (unos 70 dólares) para los más pobres y asegurar a los empleadores, que por motivos de fuerza mayor pueden despedir a sus trabajadores mientras se discute una ley que permita que se mantenga el vínculo laboral, pero que se pague con el seguro de cesantía. Ambas medidas, de carácter social, son muy expresivas de la ideología neoliberal, que no se modifica. El gobierno apoyará a los pobres “en la medida de lo posible” y no modificará las bases del modelo (“maquillajes” denuncian algunos, “ineptitud”, dicen otros).

La combinación de una estrategia “sanitaria” con una estrategia económica y social, tratándose de Chile, requería de un tercer componente, decretar una forma de “estado de excepción” que le permita mayor capacidad de maniobra al gobierno, pero, además y muy importante, “toque de queda“ y militares en las calles. ¿Era necesario el toque de queda? Este punto es clave, ya que permite disciplinar a la población y prevenir eventuales alteraciones del “orden público”, cuando las medidas sanitarias y económico-sociales no rindan los frutos esperados (la clásica estrategia de “guerra preventiva” en lo que son expertos las derechas latinoamericanas).

La pregunta es si mañana, cuando el virus se desplace del sector ABC1 (el sector de más altos ingresos en Chile) hacia los barrios populares, la cuarentena podrá funcionar con eficacia y las medidas de apoyo social serán las suficientes. Por ahora, algunos sectores perciben que se protege más al barrio alto de Santiago que a los barrios populares; el gobierno responde que actúan allí donde el virus ha provocado más contagios. 

4.- ¿Y los movimientos sociales, dónde están?

En la estrategia oficial de enfrentamiento de la crisis, no solo recupera la iniciativa el gobierno, sino que sus aliados fundamentales, los medios de comunicación. Este es un dato estructural de la realidad chilena que los movimientos suelen enfrentar asociándose y tomando las calles. Una de las formas, no la única, por cierto, de hacer política de los movimientos sociales es “la calle”. Basta hacer memoria del 8 de marzo, con más de un millón de mujeres en la Alameda; o las plazas de los barrios con decenas, sino centenares de vecinos reunidos en Asambleas debatiendo sobre sus propias iniciativas comunitarias y de movilización; o los secundarios, tomando sus colegios y exigiendo cambios en la educación pública. Bueno, es evidente que estas prácticas, en medio de la crisis sanitaria no se pueden realizar.

Esto no significa que los movimientos se licenciaron y volvieron a sus casas, significa más bien que deben reinventar sus modos de comunicación y de intercambios para procesar la crisis sanitaria. Pueden tomar y en algunos casos ya lo hacen, iniciativas comunitarias de solidaridad social, pero muy probablemente deberán tomar iniciativas mayores, cuando la crisis sanitaria crezca y comprometa seriamente a los territorios del pueblo. Lo peor que puede ocurrir con los movimientos es que el repliegue inevitable vaya acompañado del silencio, y claro, los medios de comunicación, aliados con el Estado, no ayudan en nada, ya que niegan e invisibilizan a la sociedad civil. Para ellos, el pueblo y los movimientos  sociales no existen, sino solo como expresión de protesta o alteración del orden público. En el viejo pensamiento conservador de las elites y las oligarquías, el pueblo existía como “problemas del gobierno”.

La actual crisis sanitaria, en su desarrollo, recolocará todos los problemas que instaló el Estallido Social como la necesidad de cambios económicos, sociales y políticos, que harán más urgente el cambio constitucional. En este sentido, vivimos un tiempo de tensión y de latencia ciudadana. Tensión, en el sentido que una deficiente administración de la crisis sanitaria podría desencadenar una aguda crispación y movilizaciones populares espontáneas; de latencia, en el sentido, que nada de lo que se denunció durante el Estallido Social está resuelto y que la crisis sobre la crisis no niega, sino que redefine los nuevos derroteros que tomaran las luchas por venir.