Los libros, como los amores, tienen una historia
Palabras de presentación al libro "Alfredo Lagarrigue. Un positivista precursor de la vía chile al socialismo"
Por Marcelo AlvaradoI
Los libros, como los amores, tienen una historia. El libro que hoy presentamos es el resultado de la larga e increíble historia del encuentro de su autor con la figura espectral de don Alfredo Lagarrigue. En los años 80 el autor conoció al profesor Miguel Vicuña quien lo invitó fraternalmente a las tertulias en la Fundación Juan Enrique Lagarrigue. En aquella casona centenaria de la calle San Isidro de Santiago el futuro biógrafo se familiarizó con el legado de los positivistas chilenos. Pasó el tiempo y, a comienzos de la década de 1990, el autor conoció a Luis Cruz quien retornaba de su exilio en Bélgica. Fue entonces cuando Luis, le reveló a su nuevo amigo que había una importante figura del socialismo chileno que era Alfredo Lagarrigue, autor del “Plan de Acción Inmediata” de los revolucionarios de junio de 1932, noticia que éste ignoraba por completo. El futuro autor se planteó una interrogante, que envolvía, en el fondo, una conjetura: ¿Era posible que Alfredo Lagarrigue haya sido positivista y socialista a la vez? Y, si esto era así, ¿de qué modo podía conciliar ambas doctrinas? Consultado Miguel Vicuña por la existencia de información sobre don Alfredo en la Fundación éste le comunicó que no se tenían antecedentes. Ante estas lagunas informativas, la interrogante debió quedar “en sueño”. Pasaron varios lustros hasta que, hacia el año 2010, el autor se dedicó a revisar la prensa de los doce días de la República Socialista y, sorprendentemente, descubrió que una de las figuras que más aparecían en los periódicos de esos días convulsos era la del Ministro de Hacienda, en quien estaban cifradas todas las esperanzas de las gentes que clamaban una solución al problema social y económico que azotaba al país. ¿Cómo había ocurrido que, dada la abundancia de información sobre el papel, las decisiones y declaraciones de Alfredo Lagarrigue, que preñaban los diarios, su nombre apenas figurara en las investigaciones sobre la República de Matte y Grove? ¿Por qué se había invisibilizado su personalidad tan gravitante en esos días cuando el fantasma del socialismo recorría el país, con la misma velocidad que crecía la conciencia popular de que el capitalismo era un sistema social injusto e inhumano?
El manantial de materiales respondía, en parte, el interrogante del autor sobre la actuación de Lagarrigue en la “Revolución de junio”, y estimó que los registros ameritaban un artículo para dar a conocer su rol; sin embargo, no se daba cuenta que estaba sólo ante la punta del iceberg. Asimismo, tampoco advertía que estaba tomando una larga hebra de información que comenzaba a desenredarse sola. Leídos los periódicos, aparecía su carta de renuncia dirigida al rector de la Universidad Católica, donde el académico hacía una confesión de fe en los principios de la “Religión de la Humanidad” fundada por Auguste Comte. Quedaba claro, entonces, que Alfredo Lagarrigue era un “socialista positivista” o, si se prefiere, un positivista que había adherido al socialismo. Pero esta epístola abría otra puerta: si don Alfredo había sido un reconocido catedrático de la Universidad Católica, el autor debía darse el trabajo de revisar las publicaciones de esta institución. Afortunadamente, halló un minucioso registro de sus labores docentes y científicas desplegada por aquél durante quince años, lo cual explicaba cuál era el perfil intelectual y currículum académico del autor del “Plan Lagarrigue”. Había aquí material para un nuevo artículo, que finalmente se transformó en un capítulo del libro que hoy se presenta.
Hasta ahí habían llegado los conocimientos del autor cuando, en otra ocasión fortuita, concurrió a un acto a la Casa Central de la Universidad de Chile en cuya portería había un alto de antiguos volúmenes de los Anales de la Universidad que se estregaban gratuitamente al público. El autor, en su condición de bibliómano consumado dio los zarpazos para hacerse de los ejemplares que pudo, sin saber lo que se llevaba entre manos. Nueva sorpresa: al ser revisadas las gruesas publicaciones, halló el registro taquigráfico de las sesiones de la Comisión de Reforma a la Educación de 1928, donde se reproducían extensamente los discursos de don Alfredo Lagarrigue quien participaba en ella como experto en Ciencias Exactas.

Poco tiempo después y, para no dilatar esta historia, otro acontecimiento vino a coronar la investigación. También, casualmente, una tarde el autor acudió con su compañera al desaparecido cine The Clinic a presenciar un documental sobre los chilenos refugiados en la Embajada de México después del golpe de Estado. Al final del video aparecía un enorme listado de decenas de chilenos que fueron acogidos por la solidaridad mexicana. Casualmente un nombre le llamó la atención: Adriana del Río Lagarrigue. El autor se percató que, indudablemente, se trataba de una nieta de su biografiado. Sin embargo, el único antecedente que tenía era que se había trasladado al país azteca en la primera mitad de los años 70; ¿cómo poder ubicarla? Ahí el autor recurrió a la tecnología disponible: “gloogleando” el nombre dio con un correo y, por si acaso, escribió para establecer un contacto. Al cabo de un tiempo, recibió la respuesta de su hijo Alexis, cineasta radicado en México, quien le transmitió noticias de su antepasado, pero también le puso en contacto con sus primos Soledad y Pablo, quienes generosamente constituyeron una importante fuente informativa sobre los últimos años de don Alfredo, a quien conocieron cuando eran niños. En esa ocasión le entregaron novedosos antecedentes que revelaban una faceta humana, cálida y cercana, no exenta de episodios jocosos que mostraban al hombre de “carne y hueso”.
Al completar su proyecto el autor reparó que hay vivencias, encuentros personales, registros en la memoria e inquietudes intelectuales cuya lógica no se entiende cuando se producen y que sólo el paso del tiempo dilucida su racionalidad. La pregunta inicial sobre quién fue Alfredo Lagarrigue, cuál fue su actuación señera en la República Socialista de 1932 y si era cierto que en él convergía el socialismo y el positivismo en una sola convicción vital, tardó la friolera de tres décadas en responderse.
Pero el autor está persuadido que no fue él quien se encontró con el protagonista del libro, sino que fue todo lo contrario: fue don Alfredo quien salió al encuentro del aprendiz de historia que sólo actuó como un médium para reconstruir su fisonomía humana. El autor cree que, desde algún lugar del universo, cuya naturaleza desconocemos, resurgió el espectro de don Alfredo al ser exhumada su memoria del descanso eterno y puso algunas de sus huellas de su paso terrenal para lograr desembarazarse del impertinente investigador y retornar tranquilo al sueño de los justos. No obstante, el autor estima que si no hubiese sido él quien reconstruyera su paso por esta historia, más tarde o más temprano, algún otro investigador avisado habría podido rescatar su trayectoria desde las profundidades del pasado y sus alcances en el presente.
II

- “Vivir a las claras”, es decir, buscar la verdad, desenmascarar los engaños y mistificaciones sociales, pero también actuar con honestidad y consecuencia entre lo que se piensa y hace; y,
- “Vivir para los demás”, lo que significa el reconocimiento del otro, bregar por la emancipación de todas las esclavitudes, opresiones y discriminaciones para edificar una sociedad fraterna.
Tras la realización de estos fines, que fueron la regla de su conducta vital, adhirió al socialismo convencido de que el régimen capitalista, fundado en el individualismo exacerbado y en los impulsos más regresivos de la naturaleza humana eran impotentes para posibilitar su ideal de mundo, si no perfecto, al menos crecientemente más humano, más justo y solidario. El socialismo para Lagarrigue, como para los revolucionarios de 1932 se constituyó, así, en un ideal regulativo para interpelar los oprobios y atropellos del presente histórico, pero también como un compromiso inclaudicable e imperativo por el reconocimiento a todo ser humano de su dignidad. Y, así como los revolucionarios de 1932, rasgaron el cielo con un avión rojo para devolver la dignidad a nuestro pueblo, así también nosotros nos sentimos convocados nuevamente para rasgar el cielo y construir un nuevo orden que devuelva la dignidad a todas las personas que pueblan esta tierra.
* Fotografías del lanzamiento del libro "Alfredo Lagarrigue. Un positivista precursor de la vía chile al socialismo" por Paulo Slachevsky