Misterios con M de mujer
Por Marcelo González. Palabras de presentación del libro "Crímenes con M de mujer".
"Los textos que componen esta antología están lejos de presentar frágiles y débiles mujeres víctimas, sino que, aún mejor, dan cuenta de mentes frías, calculadoras, muchas veces al borde de lo psicótico, que eligen víctimas de manera despiadada, lejos de cualquier emoción asociable tradicionalmente a lo femenino."
Como señala Díaz Eterovic en el prólogo a esta edición, la presencia femenina ha existido desde los inicios del género. La primera detective, creada por el británico Andrew Forrester, apareció publicada en 1864, poco después de que Poe inventara el género y bastante antes que Conan Doyle lo consagrara. Sin querer profundizar en este desarrollo, es probable que Agatha Christie haya sido la primera o al menos una de las primeras escritoras del género quien se dio el lujo de entregarnos, en lo que se conocerá como “la edad de oro”, no solo a la inmortal Miss Marple, sino que a los Beresfords, detectives amateurs que formaban la pareja de Thomas y su esposa, Prudence. En ambos casos, la figura femenina jugaba un rol principal en las investigaciones, aunque, como ya se puede ver, de ninguna manera profesional o relativamente seria, según las consideraciones de la época.
Así entonces, saltando a la actualidad, una antología de este tipo nos lleva, necesariamente, a realizar la ya manida pregunta acerca de la escritura de género y de la escritura de género en este género, es decir, a preguntarnos si existe o no una diferencia entre los textos del género negro escritos por hombres y aquellos, como estos, escritos con M de mujer. Permítanme una breve reflexión sobre este punto, entonces.
Si la tradición patriarcal asocia lo femenino con las emociones y lo masculino con la razón, cabría esperar que una escritura femenina pusiera énfasis en estas características en la narración, tanto en forma como en contenido. Sin embargo, como estos textos lo demuestran, nada más lejos de la realidad: La mayoría de las escritoras de la antología, 9 de 13, utilizan a un personaje masculino como protagonista de sus historias, con narraciones lejos de la supuesta emocionalidad femenina, aunque sí, cargadas de diversas emociones.
Aún más. La pregunta de la escritura de género, entonces, vendría a perder toda importancia cuando la mayoría de nuestras autoras crea el binomio protagonista masculino/víctima femenina: aún cuando útil para denunciar la violencia machista que se toma algunos de estos relatos -denuncia que se torna uno de los caminos preferidos del género-, sirve, sin dudas, para mover esta pregunta en una dirección que puede resultar mucho más interesante y productiva: ¿piensan estas escritoras, las escritoras, en el género de su protagonista al momento de crear? ¿Qué les lleva a optar por un hombre o una mujer como actores principales? ¿Será que el papel de víctima por un parte, al menos en el género, se presta más, se acomoda más a lo femenino en la narrativa negra, como dicen que sucede con el inglés y el rock ‘n’ roll?
Nuevamente aquí, ante las pruebas contundentes que estos relatos nos dejan, se vuelve necesario negar la interrogante. Los textos que componen esta antología están lejos de presentar frágiles y débiles mujeres víctimas, sino que, aún mejor, dan cuenta de mentes frías, calculadoras, muchas veces al borde de lo psicótico, que eligen víctimas de manera despiadada, lejos de cualquier emoción asociable tradicionalmente a lo femenino. Y no solo estoy hablando de los protagonistas de esta historia. Si hay algo que revela este conjunto de relatos es la destreza al narrar que las autoras tienen en su arte: encontramos así, una alta presencia de juegos de palabras, por ejemplo, como si estos fueran una concreción de la pericia narrativa en el ocultamiento de la trama y, por consiguiente, de las mismas pistas que podrían ayudar a solucionar los diversos misterios y crímenes que inundan estas páginas.
Aquí, sin dudas, el lenguaje es utilizado como la herramienta perfecta para ocultar y será el lector, finalmente, quien como el clásico compañero de aventuras del detective deberá descubrir la trama, descubrir la narración, para descubrir al culpable, al criminal, al asesino. En este sentido, contribuye en varias ocasiones la fragmentación de la acción, como si hubiera cierta nostalgia por aquellas antiguas historias publicadas por entregas: novelas por entregas, tramas por entregas. Todo aquí, entonces, se vuelve cuota, pedazo, miembro descuartizado que se va encontrando, que se va hallando, pieza a pieza, como un rompecabezas narrativo que desvela paulatinamente, parcialmente, su imagen final.
Lleno de finales abiertos, muchos sorpresivos, estas revelaciones finales, resultan entonces tremendamente satisfactorias para el lector, demostrando que, aquella pregunta ya pasada acerca del género ha perdido toda su relevancia.
Quizás, la división por género haya sido útil en la antigüedad más temprana, pero es evidente que aquí, más que esa supuesta escritura femenina, íntima y confesional, hay una escritura llevada a cabo, principalmente, desde la calidad, sin importar ropas o colores. Estas historias narran y narran bien, desde varios puntos de vista, dando cuenta de las diversas aristas que el género negro encuentra hoy. Este género, aquí, aparece fresco y actual, mostrando todos sus vértices y todas sus aristas: detectives, criminales y víctimas, se pasean por esta serie de relatos cuyos finales terminan, en el mejor de los casos, por interpelar al propio lector.
Hay aquí, además, estructura, talento narrativo y, por si fuera poco, relatos efectistas, tanto rápidos y ligeros como densos e intrincados. Hay también, reflexiones sobre la paternidad, sobre la maternidad y, sobre todo, sobre la lealtad. Cuestionamientos acerca de los límites de la moral y de nuestra calidad como seres humanos. Preguntas sobre el deseo, sobre sus desviaciones y sus perversiones.
¿Tiene entonces, algún sentido preguntarse por la escritura desde el género, finalmente? ¿Será que hay en la mentalidad del escritor y en este caso, de las escritoras del género, más bien un intento por indagar en las profundidades más oscuras del alma -y por extensión, de nuestra sociedad?
Pareciera entonces que aquí, la maldad cobra rostro masculino, pasajeramente, pero, sobre todo, existe en estos textos una profunda capacidad de representar lo que también, y lamentablemente, es humano: hay un entendimiento claro de varias aristas de lo que significa ser hombre, pero por sobre todo, de las formas que adquiere el mal.
Por último, y a propósito de esto mismo, quiero hacerme eco de una interrogante que plantearon algunas de nuestras autoras hace unos días en una mesa en torno al género negro local.
¿Podemos seguir hablando de neopolicial chileno o latinoamericano en la actualidad? Me parece que una buena respuesta a esta pregunta se puede encontrar en las páginas de esta antología.
Si bien, como forma posmoderna, el neopolicial goza de buena salud en nuestro medio, lamentablemente, siempre debido al olvido oficial y ya no tan oficial que se pretende instalar en nuestra ciudadanía, no es menos evidente que a partir del siglo XXI, la producción local de este tipo ha devenido en nuevas formas narrativas con temas post dictadura, en donde el horror de la cotidianeidad funciona como el heredero de esos años oscuros, instalando el origen del mal en los orígenes de nuestra democracia, si tal cosa existe, o incluso, indagando en los recovecos más violentos de nuestra historia como sociedad chilena.
Lo que queda claro, sin dudas, al leer a estas autoras es que, sea en la forma en que sea, el género negro, de la mano y pluma de ellas, no solo posee un presente para regocijarse, sino que, además, augura un excelente futuro.
Muchas gracias.