A 50 cincuenta años del golpe: una experiencia
por Nora Strejilevich
Vuelo a Chile desde la Argentina a raíz del Congreso Gimal, en la Universidad Católica de Santiago, en el marco de los 50 años del Golpe. En mis pocas horas libres, entre el 5 y el 8 de septiembre, voy y vengo por Santiago en transporte público y entablo conversación con otros pasajeros. Me cuenta una señora que el conductor de “la micro” casi choca y pisa a alguien porque anda hablando por su celular. Le pregunto por qué nadie le dice nada: “Acá la gente no se mete, ´oña”. Pregunto por qué: “Muchos años de sumisión en dictadura”. Sin embargo, se palpan las ganas de muchxs por mejorar las malditas condiciones de vida de nuestros países dependientes (como se solía decir) que Salvador Allende y otros querían transformar. 50 años de sumisión, pero también de resistencia, de intervenciones urbanas que se multiplican como los panes. Y de eso voy a hablar, de las acciones con las que me topé en Santiago, de la magia del colectivo que estalla, que no renuncia, que ilumina, pero también de las limitaciones, los dolores y los interrogantes.
Me sorprende la vigilia de las mujeres que rodean o abrazan La Moneda la noche del 10 de septiembre, llamada NUNCA + y convocada para recordar a “las mujeres de la resistencia”: una multitud de negro y de un solo género con velas encendidas marcha en silencio o leyendo sus consignas: “NUNCA+ la democracia bombardeada, NUNCA + desaparecidos, NUNCA + erradicados, NUNCA + ideas censuradas…”. El silencio es siempre potente, el coro de mujeres también, no hace falta más. Ya de salida, en la Alameda, se entona la conmovedora canción que culmina en ese rotundo: El pueblo, unido, jamás será vencido. Me da escalofrío. ¿Será que el pueblo no estuvo nunca unido o que eso no basta? Porque la receta no funcionó como esperábamos y no funciona y no tenemos respuestas: se enuncia un deseo inconmensurable mientras la historia derrama nocivos aires “negacionistas”, interminables discursos teñidos de derechos y humanos que culminan en marchas disueltas a fuerza de gases y chorros de agua… Eso sentí cuando, el día anterior, nos acercamos con mis amigos de LOM –Silvia Aguilera y Paulo Slachevsky– a la marcha del 11 de setiembre que culminaría en el Cementerio General. Nos dirigimos hacia la Alameda por el centro, no sé por dónde vamos pero los sigo con la foto de un desaparecido que me acaban de entregar; a mi lado van una mujer y su bebé como paseando en día domingo. De repente, gases que parecen nubes bajas o polución súbita, gases a lo lejos pero no tan lejos como para no empezar a toser. ¿Y eso? ¿Será un enorme chorro de agua, como para barrer humanos? ¿Como para limpiarlos? ¿Represión el 11 de septiembre, con Boric presidente? Me voy en la dirección contraria; para quedarse hay que conocer la ciudad, hay que poder correr… no quiero respirar esa violencia, me niego a donarle el cuerpo al maltrato. Eso ya lo viví y dije basta. Me cuentan, después, que había vallas y que dejaban entrar a los que tenían permiso. ¿Permiso para marchar? Grandes signos de interrogación sobre qué pasa en estas repúblicas, en las nuestras, en las vuestras, donde esas rarezas, que nada tienen de democráticas, se naturalizan. Con tanto patrullero no se logró evitar que ellos (un grupo de encapuchados) rompieran los vidrios de un costado del Palacio de la Moneda (¿en ese lugar, y no pudieron con los atacantes? ¿No será que confunden el “blanco”?).
Por suerte hay muchas actividades de otro tenor, en estos días en que el recuerdo se potencia con gente que ocupa calles y locales. Les sigo los pasos a los amigos de LOM (la editorial que publica mis libros en este querido país vecino), cuya agenda es apretada: ante todo pasamos por su imprenta, donde se acercan para hablar del 11 con los operarios. La idea es evaluar qué significa hoy rememorar porque “sin esa memoria no hay futuro”. Hay que conversar y abrir el debate. “Hoy pretenden –dice Silvia– contarnos otro cuento. Hay quienes dicen, por ejemplo, que en el gobierno de Allende pasaron hambre, porque no había alimentos ¿Por qué no había alimentos? ¿Sabían que el día 12 de septiembre había comida?, ¿cómo apareció esa comida?”.Lo que importa es hacerse estas y otras preguntas acerca de ese entonces y este presente, sobre todo cuando el tsunami llamado fascismo avanza y puede llegar a arrasar con lo que tan difícilmente se fue logrando. Se ponen sobre la mesa los logros de aquellos tres años de gobierno popular y se enfatiza el retroceso que significó la dictadura, no con palabras rimbombantes sino con el decir cotidiano, retrucando argumentos que circulan, poniendo los puntos sobre las íes. Paulo cierra con ilustraciones de la violencia militar para subrayar que, más allá de las diferencias políticas, esa crueldad indecible no puede ser justificada desde la ética, algo básico y soslayado por muchos discursos partidarios.
No podemos quedarnos más, enfilamos hacia la comuna Ñuñoa. Me invade la atmósfera de la Casa Memoria José Domingo Cañas, Ex Centro Clandestino de Secuestro, Tortura y Exterminio Cuartel Ollague de la Dirección de Inteligencia Nacional DINA (1974-1977): un lugar recuperado por manos amorosas que lo decoran con los rostros de los desaparecidos plantados en el césped, un lugar ahora amable donde la cálida madera sostiene el dolor de tantxs. Muchxs se acercan y aplauden la danza de una bailarina que, en el patio, gira enfundada en negro entre los rostros de más secuestrados asomando por los muros. Paulo y Silvia, cada dos por tres, abrazan a alguien. Será porque siempre están donde hay que estar y se ganan el cariño de la gente.
Salto a un evento posterior que me hizo resignificar la visita a este sitio: el 21 de septiembre vi en el Centro Arte Alameda, junto a la impactante muestra fotográfica “Mujeres en la resistencia”, el documental “La flaca Alejandra” –dirigido por Carmen Castillo y Guy Girard–. Protegida por la tibia oscuridad de la sala pude, tensa, enfrentar el relato que se desplegaba en esa casa clandestina de tortura, la casa Domingo Cañas, aún en pie antes de que la derrumbaran. Reviví entonces el horror que asomaba por sus paredes, pisos, ventanas, donde “el torturador es el poder absoluto”–como explicó Carmen en La voz de los que sobran–, acotando:“Ahí se siente palpitar la agonía de los masacrados, la agonía de nuestros mártires que –hoy digo– durará hasta el fin del mundo”. Marcia Merino en compañía de la cineasta recorren, en la película, las habitaciones; nos acercamos con ellas a esa agonía, paso a paso, pregunta a pregunta. La película pone en escena el quiebre al que aspira el terror y a veces logra. Pienso en el quiebre que padecieron nuestras sociedades a partir de nuestros respectivos Golpes (¿de dónde, si no, este hoy donde avanzan los propensos a repetir lo mismo con otra máscara?). Por suerte Carmen –ahora fuera de la pantalla– no me deja divagar. Nos invita a escuchar “la columna de caminantes que murmuran sus vidas” y a sentir su compromiso, su alegría de transformar el mundo. Son imágenes-luciérnaga que nos iluminan, subraya y tomo nota. Una de esas imágenes-luciérnaga se presentó la tardenoche del 11 de septiembre, cuando llegamos con algo de retraso al Estadio y no logramos entrar; no se esperaba tanto público. Oímos parte del concierto en la puerta: el acto central lo encabezan los inolvidables Quilapayún, Illapu e Inti-Illimani. Nos quedamos acompañando los estribillos de antaño en esa fiesta ruidosa y entusiasta. Pero el entusiasmo y la rememoración dolorosa van de la mano, son dos caras de la misma moneda. Más allá, una instalación sobrecogedora nos habla sin palabras: camisas blancas colgadas, húmedas de tanta lágrima. Bordados en rojo, nombres y edades: Juan Bautista Fierro Pérez, 17 años; Pedro Guzmán Zamora Portilla, 15 años; Mercedes del Pilar Correderos Reyes, 9 años; Gabriel Flores Poblete, 3 años; Luz Marina Paineman Puel, 15 días. Los cumpleaños asesinados por el terror cuelgan de tensas cuerdas. A los pocos pasos, una mujer con atuendo boliviano exhibe en su espalda las fotos cruzadas por el ¿Dónde están?
El día anterior había visto el rostro de un chico muy joven en una de las tomas de Evandro Teixeira, fotoperiodista brasilero que vino a cubrir al Chile del Golpe para el Jornal do Brasil. Sus imágenes dejan atónito al espectador que entra de lleno, con solo mirar de frente, al horror en blanco y negro. Apenas unas miradas y unos gestos retratan con precisión el instante en que los secuestrados pasan a habitar el abandono más radical. Desaparecidos, idos, nombres nunca más…Según supe después, el más joven de un grupo “capturado” por la cámara tras las rejas era un chico de 15 años, compañero de Silvia en la universidad, que asistió también a la exposición en la explanada del Museo de la Memoria. Los retratamos a ambos para atrapar esa volátil presencia de la ausencia: el hermano desaparecido, presente en el abrazo. Otra instantánea de la nostalgia que brota de esa generación diezmada.
Pero la presencia de la ausencia se encarna en estos días, ante todo, en la figura de Allende. El Compañero Presidente camina junto a nosotrxs una de esas noches. Proyectan su figura de a pie, parece pisar la gran Alameda a nuestro lado, va por los edificios deteniéndose en los más emblemáticos. El recorrido empieza en la fachada del GAM; la voz del actor Alfredo Castro revive uno de sus discursos, una de las tantas veces en que les habla a los trabajadores del proyecto emancipatorio: de ese cambio pacífico, profundo y mancomunado que quiere avanzar a pesar del peligro y la amenaza que pesan sobre sus espaldas. Otro edificio, la universidad donde estudiara el dirigente, su alegato frente a los estudiantes para que entiendan que el estudio es para todxs, para que capten la importancia de esa era fecunda en la que el obrero y la campesina pueden acceder a lo que hasta ese entonces había sido un privilegio. Es un derecho, como la salud, reitera. Su pensamiento cobra vuelo, no se detiene: se propone un cambio social, político, existencial, cultural: una revolución del imaginario. Finalmente llegamos a La Moneda y, en ese mismísimo edificio, vemos el derrumbe provocado por las bombas, la herida mortal en las columnas y en los muros. Y surgen sus últimas palabras, difundidas por Radio Magallanes y dirigidas a lxs “Trabajadores de mi patria”. Somos testigxs vicarixs de esa historia trágica que hierve entre las letras: …sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor… Su figura asume una dimensión mítica, sobre todo en virtud de la inmensa derrota, a la luz de un presente donde la pasión colectiva estalla y retrocede, aunque no a la manera de Gonzalo Millán:
11 de septiembre.
El poema 48 de La ciudad continúa pero paro en la fecha clave. Y justo cuando llego al punto me interrumpe un cántico que entra, tenaz, por la ventana: Allende, Allende, el pueblo te defiende. Resuena, a lo lejos, la sirena de un patrullero.